La nota de hoy va a ser cortita porque me tengo que ir a dormir. Cortita y al pie. La victoria del Liverpool fue de las cosas más lindas que me haya tocado vivir por la televisión. Tirado en el sillón y sin expectativa alguna, viví no solo una demostración de fútbol sino un ejercicio de justicia. Nadie en su sano juicio, pensaba yo, puede querer que el partido lo gane el Barça. Anhelar semejante cosa es como aceptar estar del lado de los malos. “No, no quiero que gane el que juega bien, quiero que gane el que juega mal. No quiero que gane el que ataca todo el tiempo, quiero que gane el que ataca menos”. Por lo menos, raro, por no decir mezquino. Después del partido me di cuenta de que mucha gente había querido eso. El que sienta agredido que abandone la lectura porque de ahí no bajo.

A ver. El partido de ida lo jugó mejor el Liverpool y las circunstancias hicieron que el Barça, que no tenía idea de dónde estaba parado, ganara tres a cero. Cosas que pasan porque el fútbol es así, indominable, y menos mal. Entre que Messi es de otro planeta y que metieron tres goles en tres ataques, y que los del Liverpool no metieron una, Salah mediante, pues así fue y punto pelota. Pero fue, pa’que negarlo, una injusticia tremenda. Y eso de que en el fútbol no existe la injusticia ni los merecimientos, se lo dejo a los comentaristas de la televisión, con sus frases armadas y su falta de terapia. Yo creo que el que hace mejor las cosas merece ganar, aunque pierda. 

Y yo me pregunto, cómo puede haber gente que quiera que gane el que juega peor. Digo, salvo los catalanes, que se entiende porque es su equipo y pun, y lo van a apoyar en las buenas y en las malas, y tan. Pero, cómo puede ser que el resto de los mortales siga queriendo que gane el peor aunque para eso tenga perder el mejor. Cosa de mandinga. Si el malo de Batman hace las cosas mejor que Batman, pues a la mierda con Batman, digo yo, me parece.

Y creo, después de pensarlo intensamente unos veinte minutos seguidos, que la respuesta se llama inercia.

El Barcelona que hoy todos identificamos con el Barcelona, murió el día que llegó Suárez. Más claro échale agua. El Barcelona por el cual el mundo se pobló de hinchas, entre los cuales me incluyo, dejó de existir el día en que la velocidad fue sustituida por la potencia. Que Zlatan haya jugado en el Barça fue solo un error de la naturaleza y no vale la pena ni mencionar, aunque lo acabo de hacer. El Barcelona que nos volvió locos a millones de futboleros, ese que medio que era de Cruyff, pero que para mí era de Rijkaard, y que medio que era de Pep pero también era de Messi, y también era de Xavi aunque para mí era de Iniesta, y que empezó con Ronaldinho aunque los goles los hacía Eto´o, y que, todo hay que decirlo, no habría existido sin Pujol, pues ese Barcelona, dejó de existir hace una  multitud de años. Ese equipo de toque corto a ras del suelo, que tocaba buscando espacios hasta encontrarlos, siempre por el medio, dio paso hace ya varios años a un Barça de velocidad y pase largo, a la bestia charrúa que venía que del Liverpool, equipo que hoy terminó de sepultarlos.

El amor actual al Barça es la inercia del amor a un Barça que representaba un montón de cosas. Lo primero que representaba era el retorno del fútbol por abajo, en un momento donde el fútbol hegemónico comenzaba a ser el de los jugadores rápidos y fuertes. Los futbolistas se convirtieron en atletas y el fútbol en una demostración de fuerza y velocidad. Antes de que Xavi y Deco comenzaran a entenderse, eso que ellos hacían había dejado de existir. Por eso vale tanto ese Barça, porque demostró que la fuerza no lo era todo, y que la inteligencia, la habilidad y la imaginación podían contra todo lo demás. Ese fue el valor. Tres amigotes de un metro sesenta se rieron de todos los gigantes del mundo.

Sin embargo, cuando eso se acabó, los amantes de ese fútbol quedaron convertidos en amantes de ese equipo. No eran amantes ya de una forma de jugar, sino de unos colores, y el amor a esos colores produjo lo que produce siempre el amor a los símbolos. ¡Fascismo!

Bueno, creo que exageré un poco con lo de fascismo, lo admito, parece que me emocioné. Generó ceguera. El amor al símbolo hizo que fuesen incapaces que querer que gane el equipo que ahora representa, mucho más, sus ideas que el propio Barcelona, a saber, el Liverpool de Klopp.

La cantidad de cosas espantosas que se pueden defender por defender un símbolo son interminables, y sino me creen, pongan las noticias. Que viva el fútbol bien jugado, gane o pierda. Lo demás da igual, de cualquier manera, de polvo venimos y en polvo nos convertiremos.