Y una noche, Messi puso su cara de verdad: puso cara de Maradona.
Fue apenas la colgó del ángulo, en el 2-0 que fue de tiro libre y de ficción. Miren la cara, su barba rusa; cierra los ojitos, Leo, aprieta los labios como un mimo, Leo, y lo hace, como nunca, por primera vez: soy un genio, dice –nos dice, se dice– con la cara que le salió. A once años de su debut en la Selección no hubo un montaje familiar, no hubo un antifaz publicitario que lo disimulara: en Houston se vio -al fin- el Leo primitivo, el original. Un genio, se dice, nos dice. Puedo hacerlo todo. Ya lo vieron. No lo hubieran dudado nunca. Mi nombre es Messi y soy el rey.
Durante sus doce años de su carrera en Primera, Messi ha sido una publicidad: no hubo nunca –nunca– un diente manchado, una mala cara, la vida ha sido siempre Corega Tabs. Pero Messi no es una publicidad, es un ser humano, y sólo hacía falta una barba que creciera desde adentro para que erigiera el poder de la verdad. Como al Hombre Araña le nace su analogía oscura, en la barba está -parece- la otra realidad. Y la otra realidad es que Messi también es el petiso canchero que sabe que la rompe y que con una mirada te puede matar.
En la mejor demostración futbolística de las últimas semanas, Diego Armando Maradona le había tirado un caño a una señorita en un pasillo de París. La cara, entonces, fue la misma, pero fue la suya: Diego tiró el caño y metió ese tic del petiso canchero que sabe que es el mejor de todos y durante los mil años de la Secundaria se sentó atrás. Escribo esto porque soy de los que los ha sufrido: fui arquero, fui defensor. Alguien los provoca -o no- y después los enfrentás en un picado y te meten un gol en el que se limpiaron a cuatro y el resto -siempre- funciona así: mientras vuelven caminando hacia la mitad de la cancha te miran, es un segundo en el que te miran, te recuerdan de qué lado del mundo caíste vos. Puedo hacerlo todo. Ya lo viste. No lo hubieras dudado nunca. Así se siente ser como yo.
Durante sus doce años de su carrera en Primera, Messi ha sido una publicidad: no hubo nunca –nunca– un diente manchado, una mala cara, la vida ha sido siempre Corega Tabs. Pero Messi no es una publicidad, es un ser humano, y sólo hacía falta una barba que creciera desde adentro para que erigiera el poder de la verdad. Como al Hombre Araña le nace su analogía oscura, en la barba está -parece- la otra realidad. Y la otra realidad es que Messi también es el petiso canchero que sabe que la rompe y que con una mirada te puede matar. En uno de los clásicos que este año jugó frente a un Espanyol que lo había tatuado a patadas en todos, Messi se cansó del arquero Pau López, que lo había pisado al uruguayo Suárez, y mientras volvía hacia la mitad de la cancha después de un gol se dio media vuelta, le sonrió como un tachero, l
e dijo -sin taparse la boca con una mano, sin disimulo, sin Corega Tabs: “Bobo… Bobo… Tomá…”. Son las palabras las que nos hablan a nosotros, y la que eligió Messi fue -sin saberlo- una declaración jurada, una confesión. Después, a Pau López se le escapó un derechazo de Neymar, Suárez decretó el 3-0 y la hinchada del Barcelona se asoció al Messi maradoneano: la hinchada del Barcelona empezó a cantar “boooobo… boooobo…”.
Algún día, Messi será Messi. Algún día, Messi va a explotar.
Es un pecho frío dejame de joder juega bien solamente en el Barcelona tiene a todos los amiguitos que juegan para él le sacás a Xavi y a Iniesta y no hace nada fíjate que viene acá y es un desastre no tiene carácter no tiene personalidad contra Alemania ni la tocó jugamos contra Chile y arrugó Maradona tiene razón acá necesitás otra cosa en Europa no te marcan te dejan pasar Messi ganá un Mundial, escuchará, y va a explotar. O ganará la Copa, y también explotará. Algún día emergerá brillante el Messi de la barba, el de la cara maradoneana de ayer: el primitivo, el que tantos años nos escondieron, el original. Te lo juro por Thiago y por Mateo. Hay algo detrás de esa barba. Es Maradona, y está dentro de ti.
Por último, a quien entienda que son una exageración estas líneas, dos epígrafes. Que tienen razón -y que me incluyo entre ellos- es uno; el otro, que a quien escribe el mundo le encantan las cosas así: no puede ser de otra manera si en la misma ciudad en la que Maradona había jugado su último partido con la Selección, veintidós años después, Lionel Messi se erige como el máximo goleador en la historia de la Mayor. Fue en el 4-0 con Venezuela, hasta entonces 54-54 con Batistuta. Ayer, El Otro se probó a sí mismo (a que la pongo, a que la pongo ahí y no lo va a poder creer nadie, se dijo) y lo superó.