Ciertos reflejos democráticos aún perduran en buena parte de la sociedad. Una señal nítida es que la penosa nota en contra del paro docente, la educación pública y los morochos que publicó el domingo el diario Clarín (y la destacó en la tapa) levantó una colección de repudios. Y algunos ataques de perplejidad.
La nota, por si alguien se la perdió, mostraba a dos niños: uno de escuela privada (Facu), rubio, con un reloj desproporcionado para sus años y su porte (al parecer la ostentación es una característica positiva), ensimismado en su cuaderno de tareas escolares (¡el sí tiene clases y aprovecha el tiempo!). A su lado, un morocho de guardapolvo (Maxi), uno de esos que caen, al decir de Macri, como quien cae en desgracia, en la escuela estatal. Desprovisto de cuaderno y útiles, observa con melancolía a quien hoy es un estudiante más avanzado y en unos años será su patrón. El texto dice, a través de los testimonios, que uno progresa y el otro no.
Clarín mata así dos pájaros de un tiro. Por un lado, les endilga a los maestros en huelga el deterioro educativo de los chicos de guardapolvo, a los que presenta como víctimas directas (el niño rico le lleva “dos cuadernos de ventaja” a su rival en este partido desigual). Además cristaliza una superioridad de clase, en sintonía con el gobierno de la Alegría. Si la fotografía tomada por Rolando Andrade, de esmerada producción, se permitiera una secuela, un segundo capítulo para reforzar el mensaje de la nota, seguramente estaría ambientado en el futuro. Con idéntica sutileza, la imagen nos revelaría un desenlace previsible. El niño acomodado luciría los atributos del gran burgués. Digamos, habano y smoking. Junto a él, el loser condenado a las aulas públicas, cubierto con harapos, le mendigaría una moneda (o le punguearía la billetera). Título posible: “¿Se acuerdan de Facu y Maxi?”
El artículo, firmado por Yasmin Diamore, ex empleada del Ministerio de Educación de la CABA (gestión Bullrich), no sorprende por el sesgo ideológico. Tal vez sí por el trazo grueso. Más que a historias de vida, como pretende la apuesta periodística, el montaje remite a Peter Capusotto. Más exactamente a Micky Vainilla, ese personaje de nazismo explícito que, con su bigotito de Führer, arenga sobre la supremacía de los arios con afectada candidez. Es justamente el envase discursivo, racional y piadoso, del racismo más descarnado lo que provoca el efecto cómico.
Acá sucede algo similar: se presenta una flagrante discriminación como si se informara la temperatura. Un hecho incontrastable de la naturaleza que se consigna con distancia neutral. Tal brutalidad –ridícula brutalidad– en la forma de comunicar proviene, a mi modesto entender, de que Clarín en estas lides toca de oído. Su voz desclasada debe funcionar en estéreo con un elenco de egresados del Newman, que son ahora sus serviciales amigos. Sin embargo el diario se sentiría más afín culturalmente con un Duhalde, como en otros tiempos. Populismo conservador y sumiso –inescrupuloso– de raigambre peronista. Clarín se ha pensado históricamente a sí mismo como un producto de amplio espectro, pero cuyo código de base aspiraba a ser popular. Son otros tiempos, otras necesidades.
Calculo que a La Nación le habría salido mejor. La Tribuna tiene el linaje. Hasta podría matizar la cuadratura de su pensamiento con deslices progresistas y no habría, de todos modos, ningún malentendido. Eso sí, cuando tiene que bajar línea no acude a los empalagosos aprendices de Micky Vainilla. En esos casos –como en la inolvidable apología de los genocidas a fines de 2015– habla directamente el Führer.