Los Cebollitas fueron, originalmente, un equipo infantil de Argentinos Juniors, camuflado para jugar los Torneos Evita y liderado por Maradona. Fue un equipo lujoso y multicampeón, que estuvo 136 partidos invicto.
Sin embargo el nombre hoy resuena en los más jóvenes con otra intención. Por esas razones de la modernidad, la TV, el marketing y las melodías desafortunadamente pegajosas, ahora le decimos despectivamente “Cebollita” a un subcampeón.
Reflexión: qué injusticia que una palabra asociada al Diego se use para burlar a los perdedores de una final (aunque pensándolo bien, incluso él perdió una fuerte, en un Mundial, lágrimas y todo). Explicación: una canción de un programa infantil, emitido en 1997, justamente de nombre Cebollitas.
Tomemos un segundo para recrear esa joya.
El trisubcampeonato de la Selección y la renuncia masiva de los jugadores parece dar una lectura nueva a las voces de estos pibes. “Fue culpa mía por haber pateado mal”, dice Messi. “Fue culpa mía por no atajar el penal”, agrega Romero. Nadie se la pasó a tiempo a nadie y el vestuario –en lugar de silencio- fue una explosión de abandonos. Al final los guionistas eran gurúes del fútbol moderno.
Salvo por la parte en la que primó la coherencia.
Está bien: suena exagerado festejar bailando un segundo puesto. Es poco futbolero, además. Y la tonada trascendió más para la burla que para otra cosa por nuestra idiosincrasia: “Eh, pecho frío, subcampeón, Cebollita”. Pero el mensaje superficial parece adecuado. ¿Qué habrá pasado “Bancarse ser segundo también es ser campeón”? ¿Dónde habrá quedado la condena pública a Carlos Bianchi por no buscar con su equipo la medalla de plata en una Copa Libertadores? Los pibes de la serie se revuelcan en su tumba.
Hay algo terriblemente paradójico en el circo tremendo que armamos los medios alrededor de las finales perdidas por Argentina. Se habla repetidamente desde el resultadismo furioso de que “del segundo no se acuerda nadie” pero parece que nadie se olvida de cuántas veces (y cuándo, y cómo) fuimos segundos. Hablamos sólo de los subcampeones. De las siete veces seguidas que fuimos subcampeones (¡¡TRES POR PENALES!!). Mucho más que del Brasil ganador de 2007 por nombrar un caso. En realidad nos importa un pomo el campeón, siempre y cuando no seamos nosotros. Y del segundo –queda visto- se acuerda todo el mundo.
Aquel viejo programa de tele, inocente por demás, excesivamente ingenuo, parece ser más sabio que varios periodistas, conductores, voráyines, carusolombardis, opinadores y malaleches que anduvieron dando vuelta por los medios tras la última frustración argentina. No es importante, ni el fin del mundo. Arriba, chicos.
El mensaje de antaño –bien vale aclarar por el contexto actual- estaba pensado para educar con ciertos valores a una generación de niños. Habría que ver si ahora pueden colar la moraleja en Game of Thrones. Para pasar el capítulo, quizá, en alguna concentración europea.