Lo primero que hay que decir es que este Mundial no fue especialmente marcado por los errores arbitrales. Que los hubo, por supuesto, pero no fueron decisivos.
Se puede decir que los árbitros fueron muy permeables a la recomendación de la FIFA (que llegó por intermedio del pésimo ex árbitro, el suizo Massimo Busacca y actual responsable de la FIFA) de no sacar muchas amarillas para no correr el riesgo de perder buenos jugadores en los partidos decisivos. Y más allá de que el mismo Busacca se corriera del centro de la polémica al declarar que “en algunos partidos (sin decir en cuáles) se dejaron de mostrar algunas amarillas”, tampoco podemos decir que fue una situación tremenda.
¿Que hubo algunos lesionados graves y que esas lesiones no fueron sancionadas? Sí es cierto. Como también es cierto que se estaba jugando un Mundial de fútbol y no un Mundial de cocina.
El punto neurálgico del arbitraje fue la lesión de Neymar. Muchos periodistas cargaron contra el colombiano Zúñiga e, incluso, llegaron a pedir una sanción para el jugador, similar a la que padeció el uruguayo Luis Suárez. No comparto esa postura: salvo para quitar sanciones, no comparto que los gerontes de la FIFA se pongan a opinar desde los escritorios si este o aquel jugador pegó una patada descalificadora o no. Esos viejos no entienden nada, no saben nada. La de Neymar fue una fatalidad, una acción destemplada de Zúñiga que fue a cortar un avance con vehemencia pero sin intención de romper a nadie.
Se puede criticar que no se sancionó la infracción táctica, que no se amonestó como era debido y hasta que algunos equipos grandes disfrutaron de cierta impunidad. Pero no se puede decir que este haya sido un mal Mundial para los árbitros. Todos nos acordamos del penal que el japonés Yuichi Nishimurla le dio a Brasil en el partido ante Croacia o las patadas que dejó pegar a Brasil el español Carlos Velasco Carballo, pero nada más. Esos fueron los dos únicos arbitrajes vergonzosos del Mundial. En los otros 58 partidos (todavía no vimos el choque por el tercer puesto y la final) las cosas, más o menos, funcionaron dentro de los carriles normales.
Pese a todo, la designación del italiano Nicola Rizzoli, de 42 años, para la final entre Argentina y Alemania significa una irregularidad. El italiano va a dirigir tres veces (sobre siete) al equipo de Sabella. Es una situación extraña. Más allá de que todos podamos coincidir en que Rizzoli, por lo menos hasta ahora, fue el más sólido de todos los jueces que nos tocó ver en el campeonato.