El partidazo que jugaron River y Boca fue una verdadera novedad. Acostumbrados a clásicos que se agotaban en la previa (tras el aluvión de especulaciones y vaticinios sobrevenía un empate burocrático), el gran show del Monumental sorprendió por técnica y dramatismo.
Claro que, apenas despegó la transmisión, a muchos nos asaltó la duda sobre la actualidad de lo que veíamos. La voz de EMM, más conocido Dr. Gol, se filtró entre el denuedo tribunero de Vignolo, por lo que la sospecha de estar ante material de archivo se hizo irrefrenable. Igual que la sensación de estafa. Que todavía sea gratis no los autoriza a emitir un partido de los años 90, refunfuñé por lo bajo. Echado en el sillón, con mi cerveza y mi border collie Milonguita, lo último que esperaba era semejante puñalada trapera.
Falsa alarma. Corroborar que Latorre estaba en la cabina, prodigando sus atinados comentarios, y no en la cancha intentando gambetear, devolvió mi corazón a diciembre de 2016. Presente furioso. Partido en vivo y en directo. ¿Y entonces? ¿Qué hacia Dr. Gol? Con él se hace difícil precisar fechas y circunstancias. Como de costumbre, se limitó a señalar errores, “titubeos”, desacoples defensivos… En fin, cosas feas, siempre genéricas, nunca con nombre propio. De modo que podía tratarse del audio de algún bodrio añejo y no de apuntes de un clásico ardiente y bien jugado. Su charlatanería es, por definición, atemporal. Así que quizá asistíamos a un homenaje. Un truco con aspiraciones vintage.
Pero no. Dr. Gol estaba allí. Como antes del fútbol gratuito. Recomponiendo su aura emblemática. Porque no se trata solamente del erudito, de la palabra autorizada, del anciano sabio de la tribu. Se trata de la cara del fútbol privatizado y selectivo. La mitad civilizada de la yunta que completaba, como reverso deslenguado y chabacano de la moneda, Marcelo Araujo. Pero Araujo es impuro: se acomodó con la gestión populista. Dr. Gol, en cambio, encarna al héroe pisoteado por la barbarie, que no ha negociado con ella. Y que ahora, triunfal, regresa como representante de la restauración corporativa dentro del fútbol.
Cuando Macri mandó a la policía a evacuar el Afsca, a minutos de haber asumido como presidente, pensaba en colocar su mandato bajo un cielo simbólico inequívoco (como si alguien hubiera tenido dudas). Los privilegios abolidos serían restituidos. Tornaría la normalidad. O el sinceramiento, según la jerga predilecta de la clase gobernante.
La presencia de Dr. Gol en la gala máxima del deporte profesional fue una suerte de desagravio hacia el periodista. Y una señal discreta, canchera, del Grupo Clarín, hacia aquellos que imaginaron que alguna fuerza política o sobrenatural sería capaz de borrarlos del mapa de los negocios. Ahí estaba Canal 13 transmitiendo en exclusiva (en forma gratuita, es cierto) el superclásico. Ahí estaba, como si no hubiera existido hiato, como si el tiempo fuera un capricho de los aguafiestas, la gola inconfundible del comentarista decano. El mismo que glosa partidos (detecta las imperfecciones) desde el Mundial de Suecia, en 1958. La vertiginosa retrospectiva acaso nos lleve, de acá a poco, a nuevos reencuentros. Con el fútbol codificado, por caso.