El partido entre Brasil y Holanda, que ganaron los europeos, quedó claro que los anfitriones no se recuperaron de la goleada frente a Alemania en las semifinales. ¿Pero sólo fue esa la causa del bajo rendimiento deportivo de los jugadores? ¿Por esa razón, tipos entrenados y con muchas batallas ganadas en sus respectivos equipos a lo largo y ancho del mundo, parecían principiantes?

En primer lugar hay que admitir que, para Brasil, el hecho de disputar un partido por el tercer puesto en el Mundial en el que tenía la cena lista para ser festejar el título, fue un fracaso no sólo deportivo sino también social. Esta variante es imposible de eludir cuando se habla de la derrota ante Holanda, pero de ninguna manera explica lo que ocurrió ante los alemanes y, mucho más, en el resto del campeonato, en el que los dirigidos por Scolari nunca terminaron de armarse como un equipo serio con aspiraciones a ganar.

Está más o menos claro que los jugadores brasileños y el cuerpo técnico no supieron (no pudieron) manejar la presión de jugar de locales. En un mundo multivisual, en el que los futbolistas ejercen otros roles mediáticos y además son la imagen de consumo, el hecho de representar las ilusiones de millones y millones de compatriotas fue una mochila demasiado pesada de soportar. El respaldo popular se fue transformando partido a partido en un collar de melones que finalmente terminó hundiendo al equipo en la peor de las pesadillas.

Hago esta hipótesis porque en lo estrictamente deportivo, mientras sus hermanos latinoamericanos jugaban las eliminatorias en estadios que eran verdaderos infiernos en el Planeta Tiera, Brasil recorría su preparación mundialista en amistosos “fecha FIFA” que se parecen en nada con la cruzada que representa la rueda de clasificación para llegar al Mundial. Esas batallas, para llamarlas de alguna manera, también son forjadoras de personalidades.

Esa fue una de las razones por las que los jugadores brasileños no se acostumbraron a la presión, no sintieron las vibraciones del estadio Centenario, ni la humedad de Medellín, ni la multitud del Monumental… Simplemente jugaron partidos en la playa, tranquilos y al trote, publicitando el último botín que ponía a la venta la marca de la pipita.

Felipao 2El tema del no acostumbramiento a la presión llevó al entrenador Luiz Felipe Scolari a expresar que los psicólogos deportivos estaban “trabajando” con el plantel sobre el tema y, además, pidió a la prensa “piedad” en las críticas.

Seguramente esta actitud del entrenador debe haber causado extrañeza entro del grupo, ya que coloca a los jugadores como una estudiantina timorata y al propio técnico como un “iluminado”, que advertía la situación y recurría a los especialistas, pero que al mismo tiempo evitaba mancharse las manos con la situación porque, según parecía por su actitud, le resulta lejana. Es decir, dejaba a los jugadores huérfanos en la derrota aclarando que “ellos no podían soportar la presión”.

Finalmente el equipo de Brasil se desinfló como grupo al no poder confiar en el referente elegido (Felipao), sin el liderazgo dentro de la cancha de su capitán Thiago Silva (suspendido y criticado por no haber asumido la responsabilidad de patear un penal contra Chile) y sin el jogo bonito de Neymar (lesionado para colmo de males).

Así fue como la presión explotó sobre un grupo de jugadores e hizo que la derrota deportiva se manifestara de manera extraordinaria y rebalsara todos límites imaginados.