La frontera entre fútbol, política y “negocios” es más lábil que una delgada cortina que se cruza de un ambiente a otro de lo que se está convirtiendo en una mansión de lo peor de la sociedad argentina. Una mansión que no es vivienda, sino un gigantesco e híper iluminado escaparate con trampilla a un sótano oscuro en el que la corrupción, el vicio, la impudicia, la violencia, la muerte y el descontrol son los factores dominantes de esa cultura: la del aguante, la de las pasiones negociadas, bastardeadas y pisoteadas con flagrante impunidad.
Esta vidriera de vanidades e indecencias en la que campean -como hubiera dicho Hipólito Yrigoyen- “el vicio y la impudicia triunfantes”, es dúctil y flexible. Con el chasquido de los dedos de alguno de los capos se convierte en el palco vip desde donde se ve el verde césped, las tribunas pobladas con los socios del silencio, cómplices pasivos pero de una lealtad funcional que parece inquebrantable. Y eso lo digo por más que varias voces, cada tanto, se alcen en honor al recuerdo de una dignidad autosilenciada y escondida en un espacio y tiempo tan míticos como el placer de los juegos de la infancia o de los primeros besos y ardores adolescentes.
Por supuesto, en las tribunas, en el sitio que convierten en palco-trinchera, habitan y cumplen con su parte (que incluye instancias de incertidumbre y de peligro a escala ucraniana) las milicias paramilitares del lumpenaje más rancio, cuyos comandantes, fuera de la hora y media de show deportivo, pasan horas en los sillones del sótano con los jefes de la rama “política”.
Más allá del tono irónico y “zoociológico” que destilan, estas líneas están paridas desde el dolor y la náusea que provoca todo lo que orbita en torno de la pelota negra. Porque aunque el mejor jugador de fútbol del mundo de los últimos 40 años, el que se jacta de haber hecho un gol con la mano en un partido de cuartos de final y que se hace llamar Dios por sus séquitos rotativos, el inimputable Diego Armando Maradona, siga repitiendo entre sus frases célebres que “la pelota no se mancha”, la realidad realmente existente nos muestra que no queda ya ni un resquicio de blancura en ese balón por tantos dedos sucios que lo siguen magreando.
Negocios, entre comillas
Lo que ocurre dentro del mundo del fútbol no se trata de transacciones comerciales llevadas entre partes que acuerdan por un importe un bien o servicio, sino de acuerdos que ennegrecen aún más la tan manoseada pelota sucia. En el sótano, todos juegan con la pelota negra y ahí las diferencias se borran y, como las fronteras, quedan extraviadas entre los pliegues de esas cortinas cada vez más finitas.
Es que el dinero negro, por más que se lo lave con esmero, sigue expresando relaciones sociales, grupales y personales turbias e ilegítimas, fruto de la explotación violenta cuando no del crimen liso y llano.
El mejor ejemplo de este funcionamiento enfermo y cada vez más defectuoso lo podemos ver en el planeta rojo, que no es Marte sino los despojos de lo que alguna vez fue el Club Atlético Independiente. Allí vemos cómo, desde la distancia, el autodenominado vicepresidente del mundo y recontranominado padrino del fútbol criollo, rige los destinos del club. Es el mismo hombre que al enviudar se sacó de su anular izquierdo un anillo de sello que rezaba “todo pasa”, una confesión en su caso, ya que no se trata precisamente de un sacerdote humilde que lleva consuelo a algún feligrés desdichado sino, más bien, de un papa celeste y rojo, que desde el vaticano de la calle Viamonte mueve los hilos de todo lo que ocurre en Independiente, el club que supo dirigir con maestría cuando todavía conservaba alguna convicción decente y exhibía una capacidad admirable para entender el mundo del fútbol. Mucho antes de insertarse y codirigir el fútbol mundial, que no es lo mismo ni es igual.
Así, se entiende que Pablo Álvarez, Bebote, el terrorista tribunero que gusta de los disfraces y de los aprietes más salvajes al frente de la barra roja, seguido por sus amigos y vecinos de San Telmo y Dock Sud, que fundó una confederación de barras amparado en su buena llegada al papa de Viamonte que niega conocerlo aunque le haya dado entradas y gestionado favores en el mundo de la política y de los archivos policiales, se muestre como el ganador moral de las últimas elecciones de Comisión Directiva en Independiente. El mismo Bebote que, pintado de suizo, ingresó en el Corinthians Arena para ver el partido de octavos entre Argentina y Suiza con una entrada de las que la FIFA reparte entre las asociaciones nacionales que pasaron la fase de grupos. Curiosamente, el boleto de Álvarez no provenía de la confederación suiza sino de la AFA.
La falta de lógica elemental
Fútbol para Todos es un logro cultural, social y político del kirchnerismo que, a cambio de los zócalos de las transmisiones de fútbol, parece desentenderse del resto de lo que sucede con la pelota negra, y actúa a contramano de los intereses sociales que dice expresar y que, sin dudas, en buena medida expresa. No se puede entender tanta ingenuidad si no se piensa en una multitud de Judas que comparten la contratación del catering de la última cena, igualándose en el lodo con sus adversarios, que terminan quedándose paso a paso con los mejores sándwiches y saladitos.
¿Cómo se puede explicar, si no, y seguimos con el ejemplo del pequeño Marte de Avellaneda, que un sector político, con capacidad de gestión y de un dinamismo avasallante, actúe con tanta ingenuidad para favorecer a sus peores adversarios, en buena medida, adversarios también de cualquier intento de consolidar transformaciones sociales y llevar transparencia a un ambiente en el que el narcotráfico, la violencia organizada y los movimientos políticos de derecha siguen pintando de brea a la pobre pelota?
Hugo Moyano, que abandonó el kirchnerismo porque supuestamente no defendía los intereses de los trabajadores y de sus representantes, es la cara visible de una comisión directiva que está integrada mayoritariamente por gente allegada, militante y dirigente del Pro. Cristian Ritondo, el duhaldista del macrismo que suma presidentes y barras bravas de todos los clubes de Buenos Aires y su periferia, como paso previo al “armado nacional de Mauricio” y a su propia postulación como próximo jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, aportará el sponsoreo del Banco Ciudad -que supo dirigir el experto en lavado y enjuagues de megacanjes y blindajes de la deuda externa tan negros como la pelota argentina y los buitres de los holdouts, Adolfito Sturzenegger-, y junto con la famiglia Moyano y los muchachos de Bebote pondrán en el lavarropas de Independiente el dinero blanco que el gobierno le deposita puntualmente a la AFA junto con los capitales que cayeron del cielo, sin bancos ni avales ni registro contable de salida en las empresas de los “empresarios amigos” de Independiente y los camiones.
Nadie finja sorpresa cuando la pelota no se vea rodar sobre el césped del estadio inacabado que construyó la sociedad Comparada-Grondona-Moyano-Barrionuevo. Probablemente se haya vuelto invisible de lo negra que quedó… o simplemente se la habrá choreado la barra.