Chile se parece tanto en la forma al Chile campeón de hace un año que invita a confundirse. Pero cuidado, muchachos: Sampaoli no era Bielsa y Pizzi no es Sampaoli. Chile tiene que saberlo, aunque cueste distinguir a simple vista. Esos hombres no se parecieron nunca, salvo en el hecho de ser argentinos. Quizá en hablar sin grandes estridencias. Poco más. De hecho, Pizzi no es tan extremista como Sampaoli, es bastante menos kamikaze que el hombre de Casilda y tiene unas convicciones un poco más tambaleantes. Digamos: alguna vez cambia. Y los equipos de cada uno, si bien se parecen, tienen diferencias notorias que dejan entrever problemas específicos que son una alerta para lo que viene en esta Copa América.

ChileLa lectura genérica ayuda a llevarse una idea equivocada en la comparación: los jugadores son casi los mismos que ganaron el último campeonato continental, en casa, el año pasado. La columna vertebral de figuras es idéntica: Medel, Vidal, Alexis (se podría agregar a Bravo si no fuera porque inexplicablemente está teniendo el torneo más flojo de su vida) y la posesión sigue siendo prioridad (Chile tuvo la pelota el 70% del tiempo en promedio en los primeros tres partidos, fue el conjunto que más tuvo la pelota entre todos los participantes). La continuidad del proyecto ganador del anterior DT parece dado. Pero, sencillamente, no es lo mismo.

Y no lo es por las pequeñas modificaciones que aparecen entre un conductor y otro. Las distancias, aunque sean leves, en nombres, esquema e idea de juego. Por ejemplo: con Pizzi la Roja presiona menos. Y lo hace más atrás, más cerca de su campo. Por ejemplo: los pases cortos subsisten hasta que aparece el primer atisbo del rival para atorar el circuito. Se juega mucho más pelotazo desde abajo, y el toque arranca con las corridas de los volantes o delanteros, del medio hacia adelante. Por ejemplo: falta el enlace que tanto reclamaban los delanteros chilenos antes de levantar el primer título de su historia. Porque no está Valdivia y no está Mati Fernández: el DT elige a Fuenzalida.

Fuenzalida es una buena pauta de cómo se para este Chile. Porque con Sampaoli había laterales que ocupaban toda la banda, de área a área (Isla y Mena; Isla y Beausejour); más un par de centrales que se abrían hacia los costados cuando el equipo atacaba, para que el mediocampista de contención –Marcelo Díaz- se metiera entre ellos para armar una línea de tres adelantada. Hoy nada de eso sucede. La línea de fondo es mucho más fija, y es más endeble por falta de costumbre. Fuenzalida y Aránguiz se tiran más hacia los costados, Isla -que sí se proyecta- ya no llega tanto al área porque sencillamente se chocaría con el ex Boca.

Y Fuenzalida es una buena pauta de cómo se para este Chile. Porque con Sampaoli había laterales que ocupaban toda la banda, de área a área (Isla y Mena; Isla y Beausejour); más un par de centrales que se abrían hacia los costados cuando el equipo atacaba, para que el mediocampista de contención –Marcelo Díaz- se metiera entre ellos para armar una línea de tres adelantada. Hoy nada de eso sucede. La línea de fondo es mucho más fija, y es más endeble por falta de costumbre. Fuenzalida y Aránguiz se tiran más hacia los costados, Vidal cumple como volante mixto al lado de Díaz y hace las veces de enlace con los delanteros, pero más por jerarquía y despliegue que por función. Vargas ocupa la función de delantero-centro-quie-sale-del-área y Alexis se mueve por los costados, un poco tirado atrás, para arrancar desde afuera hacia adentro, siempre, pero con un talento innegable y una velocidad para largar la pelota a tiempo que por sí sola termina generando desequilibrio en el contacto con sus compañeros porque logra lo imposible: lanzar un contraataque cuando el equipo ya está atacando.

No podemos discutir algunas continuidades. Chile busca el arco rival. Eso sigue en su naturaleza. Pero si antes lo hacía con siete jugadores francos, ahora lo hace con cinco. De los cuales uno es Aránguiz, a veces, y otras Beausejour. Falta un creativo para atacar por el medio. Falta desborde de los laterales por los costados, porque esa función la cumplen los volantes externos. Muchas veces saltea el medio con pases de banda a banda, porque no tiene un hombre que pueda destrabar desde el medio el embrollo defensivo que le propone un rival. ¿Entonces? Termina en centros. Por ahora lo salvó con buena efectividad en los cabezazos. Opinión propia: ataca peor.

Además, al no presionar en bloque, el equipo sufre más los contragolpes y el retroceso. Y le cuestan más los relevos. Y arrastra el defecto del cabezazo defensivo que ya tenía con el entrenador saliente. Opinión propia: defiende peor.

chiEs difícil engañarse con los seis puntos de la primera fase. Si bien contra Argentina no fue ampliamente superado, tampoco se puede hablar de una buena actuación. Ante Bolivia, que demostró con creces ser un rival débil en cada uno de sus partidos, el transcurso de los noventa minutos lo llevó hacia lo que parecía un empate clavado. Zafó en el descuento, por un penal. Y contra Panamá, su mejor versión en el campeonato, sufrió cuando lo atacaron y dependió demasiado de los arranques individuales y de la indudable calidad de sus definidores para sellar un juego que hubiera sido goleada si no hubiera sido por las extrañamente flojas manos de su arquero.

Para colmo, el DT movió algunas piezas en el partido contra Bolivia que dieron lugar a algunas dudas en cuanto a la confianza depositada en algunos jugadores. Probó a Mark González por la izquierda, a Silva por Díaz (cuando Sampaoli solía alinearlo como central). El ingreso de Pinilla pareció un error grosero, rápidamente subsanado por los goles de Vargas en la goleada ante Panamá, pero -sobre todo- el movimiento de algunas piezas pareció revelar la falta de un plan específico.

El partido contra México será una excelente prueba, frente a un equipo de buen nivel, con una propuesta similar a la propia, para entregar más certezas en cuanto a funcionamiento colectivo, decisión y carácter.

Pero cuidado, Chile. Después de tanto trabajo para generarla, no habría nada más caro para este grupo que perder la identidad. Y aunque parezca mentira, no se pierde de un día para el otro: se pierde como se ganó, despacito, en mucho tiempo, jugando parecido pero no, casi sin darse cuenta. Hasta que un día queda mucho de Pizzi y nada de Sampaoli. Porque Pizzi no es Sampaoli.