Definitivamente no hay salida para el fútbol. Especialmente porque todos caemos en la trampa. Muchas veces nos dejamos llevar por el romanticismo cuando sostenemos que los dirigentes son gerontes que no quieren aplicar la tecnología porque eso desvirtuaría el carácter impredecible del fútbol. O cuando decimos que la polémica es una parte importante del juego. E incluso cuando afirmamos que hay que convivir con el error de los árbitros y que esa circunstancia también enriquece y hace grande al deporte.
Todo es mentira. Todo es una farsa. Todas son frases amparadas en el sentido común más terrenal y que dejan de lado cualquier pensamiento crítico. El error del árbitro en el fútbol es una porquería, una inmoralidad; y se deberían implementar todas las herramientas que estén al alcance para evitarlo.
Si no se hace es porque los dirigentes prefieren mantener el poder discrecional para decidir resultados, para beneficiar a equipos, para enriquecerse con los premios o con las apuestas o para imponerse ante la eventualidad de diferencias políticas. Es una cuestión de plata, de negocios y de poder. No jodamos más con el romanticismo. El fútbol maneja muchísimo dinero y pocas cosas que se hacen fuera y dentro del campo de juego escapan a ese poder o a ese interés.
Lo que le pasó a Rosario Central contra Boca en la final de la Copa Argentina, con el robo a mano armada perpetrado por el árbitro Diego Ceballos y su colaborador Marcelo Aumente, fue una vergüenza pocas veces vista en la historia del fútbol.
Uno puede acordarse al pasar del penal atajado a Delem en el que el juez Nai Foino no sancionó como debía el adelantamiento de Roma, en 1962 (quedó aquella frase para lo historia: “Penal bien pateado es gol”); de la mano de Gallo que Nimo dejó pasar sin inmutarse en el Nacional del 68; o la infracción de Larrivey al arquero Monzón que Brazenas ignoró olímpicamente en el Clausura 2009. Pero que a un equipo, en una final, no le cobren un gol válido (o por lo menos muy pero muy dudoso), le sancionen un insólito penal en contra por una infracción cometida a 50 centímetros del área y que después lo liquiden con un gol con un obsceno off side, no tiene antecedentes.
Por eso decimos que hay que sacarse la careta. O se implementa de una vez y para siempre la revisión de las jugadas o ya no nos quedarán más dudas de que todo está podrido en el mundo del fútbol. Porque está claro que las soluciones se tienen a la mano y que no se quieren implementar porque es necesario tener árbitros que cumplan ordenes, que bajen equipos, que saquen resultados y que se presten a intereses oscuros muy alejados de lo que la gente de bien consideramos que debe ser el deporte.
Es cierto: Ceballos y Aumente pudieron tener una mala noche y nada más. Es difícil de creer porque todos los errores recayeron sobre un mismo lado. Uno puede entender que el árbitro es el ser más desprotegido dentro del campo de juego, pero de ahí a poder justificar lo que ocurrió en la noche cordobesa, hay un trecho muy largo.
La honorabilidad de dos hombres está en juego, es cierto. No hay pruebas para tildarlos de corruptos. Pero alguna vez, un maestro de periodistas llamado Juan de Biase nos dijo una frase que cae a la perfección en este caso: “Uno no sólo debe ser honesto. También debe parecerlo”.
Y por supuesto no hay que detenerse en el rol de Ceballos, nada más. Como en cualquier investigación, también hay que tratar de llegar a conocer quienes fueron los autores intelectuales del ilícito. ¿Elecciones en AFA? ¿Elecciones en Boca? Puede ser. Como decíamos antes: se acabó el romanticismo. Ya perdimos la candidez.