Mientras Marvel nos remasterizó la infancia con las películas de Iron Man, Capitán América y el Increíble Hulk, algo en el mercado y las dirigencias del fútbol argentino ha hecho más o menos lo mismo: de repente y sin que nos diéramos cuenta han vuelto el poderío y las conquistas de los Cinco Grandes, que no sólo ganaron los últimos cuatro campeonatos sino que han logrado algo más importante todavía, que es hacerlo con disimulo e inmunidad. El padecimiento que cada técnico recita de memoria ya no los hiere, no los alcanza: que los planteles se me desarman, que cuesta mucho incorporar, que mi estrella juega bien un torneo y se me va. Los Cinco Grandes ya no sólo sostienen sus figuras sino que encima traen más, han vuelto a debilitar a sus rivales y hasta lo hacen, ahora, con la elegancia y el sigilo de un espía inglés.
Para los últimos tres torneos Boca ha comprado a los goleadores de Banfield, All Boys y Colón, al 10 de Godoy Cruz y al gambeteador de Central, al motor físico de Colón y al 10 de Uruguay, además de romper la lógica haciéndose de un 9 que había jugado en la Juventus, Inter, la selección italiana y la Premier inglés. Rescató de Europa a uno de los cerebros del equipo que más fascinó en el último lustro, el Newell’s de Martino, y rescató también a un 4 que cuando debutó en Vélez parecía el mejor Zanetti y ahora ha jugado dos partidos en las Eliminatorias para el último Mundial; repatrió al Cata Díaz, repatrió a Tevez y aún sostiene –después de dos años y medio en un caso, después de cinco años en el otro– a Gago y Orion. Nueve de los 11 jugadores que Arruabarrena alistó en el 2-0 a Central en la final de la Copa Argentina estuvieron alguna vez en una selección. Hace un año y medio, el Estudiantes de Mauricio Pellegrino salía tercero en un Torneo Final que lideraron River y Boca. Los laterales eran Leonardo Jara y Jonathan Silva. Los laterales, ahora, del último campeón.
A River se le habrá ido Funes Mori pero hace tres años que juega con Mercado, Maidana y Vangioni. Balanta usaba el número 39 cuando debutó: tiró dos caños contra el Racing de Bolatti, Fariña, Camoranesi y De Paul, lo quisieron el Inter, el Milan y el Ajax de Cruyff, pasaron dos años y todavía está acá. Ponzio parece que llegó al club cuando se retiró Astrada. Teo jodía con “los verdes” pero se quedó dos años y cinco títulos. Mora debutó reemplazando al uruguayo Sánchez en un 1-1 con Colón, en septiembre de 2012, en Santa Fe. El técnico era Almeyda. El arquero, Barovero. En el medio, River vendió a Pezzela y Lanzini con el mismo olvido con el que antes se desprendía de Andrés Ríos y Coronel. En el medio también, el campeón de la Libertadores compró al mejor jugador de Banfield, Huracán y Colón: al gambeteador, al 10, al goleador. Lo mismo que ahora hizo con Nacho Fernández, de Gimnasia, y estuvo a punto de hacer con Scocco, de Newell’s. Al cierre de esta edición (risas) aún no creemos que D’Alessandro esté acá. La grieta reloaded: el fútbol de los 40 y los 50, hecho modernidad.
Un estudio del sitio Transfermarkt certifica la analogía: mientras los planteles de Estudiantes, Newell’s y Lanús tienen un valor de mercado que ronda –cada uno– los 25 millones de euros, Arruabarrena puede elegir entre jugadores que suman 98. Los planteles de River y San Lorenzo, los dos últimos campeones de América, suman, juntos, 101. Esta última cuenta no incluye, obviamente, a D’Alessandro. Siempre según Transfermarkt, los Cinco Grandes encabezan la lista y representan el 41% del valor de mercado de otro torneo cuyo formato debutará y desaparecerá. El subcampeón del torneo y la Copa Argentina, el Central de Coudet, está décimo, con 19 millones de euros.
Independiente es el único grande que no ha sido campeón en este lapso, y es un caso insigne. El martes 5 de enero, una nota de Francisco Schiavo en Canchallena nos informó que durante la presidencia de Hugo Moyano se habían invertido 161 millones de pesos en 21 refuerzos. Lucero, Albertengo y Vera, Jesús Méndez, Diego Rodríguez y el Marciano Ortiz: los goleadores de Rafaela, Defensa y Estudiantes, los cerebros de Godoy Cruz, Central y Lanús. Todos ellos y Valencia, que era el tren de Central, todos ellos y Pellerano, uno de los tres adultos del Vélez económico, todos ellos y Tagliagico, que de Banfield se iba a ir a Europa pero terminó con Almirón. De los 21 refuerzos de Moyano, 18 los compró en el país. El país: los equipos contra los que iba a competir. Equipos como Godoy Cruz, que ya perdió los 15 goles que en 28 partidos había metido Leandro Fernández, el refuerzo 22 del capo sindical, o equipos como Belgrano, que ya no tiene a Rigoni, el 23. Al cierre de esta edición (risas, más bajitas) aún no creemos que Denis –el 24– esté acá. O sea: la grieta reloaded. Los Grandes y –lejos, lejos– los otros. El país de The wall.
El fútbol comunista que Julio Grondona había agitado durante la última década duró nueve torneos, entre el Clausura 2009, que ganó Vélez, y el Final 2013, que ganó Newell’s. Sólo Boca, con la conquista y el invicto del Apertura 2011, había logrado sublevarse al contrapoder. El mundo no era este mundo en, por ejemplo, el Apertura 2010. Mientras Arsenal, Banfield y Estudiantes vendían a Franco Jara al Benfica, Papelito Fernández al Málaga, James Rodríguez al Porto, José Sosa al Bayern Munich y Angeleri y Boselli a la Premier League, River le compraba a Maidana a Banfield e Independiente se hacía de Ismael Sosa, Cristian Pellerano, Parra, Maxi Velázquez y Battión. Al 2 que más prometía, Paolo Goltz, se lo llevaba Lanús. Vélez recordaba que River había dejado ir a Augusto Fernández, triste en un hostel de Saint Etienne. El torneo lo ganó Estudiantes, que le sacó a Racing a Mercado, a Hernán Rodrigo López a Vélez e importaba –desde el Espanyol– a Roncaglia, que al año volvía a Boca y hoy está en la Selección.
Hoy también, hace mínimo dos temporadas que San Lorenzo tiene al mismo doble 5, a los mismos laterales, a los mismos 9 y al mismo 10. Hoy también, el Racing de Sava tiene un enganche que sonó en el Corinthians, el Valencia, el Real y el Atlético Madrid y sin embargo cayó acá, un pibe que fue capaz de meter un gol en un clásico lesionado y caminando –lesionado, caminando– con la sonrisa y el desdén de un partido organizado por Fútbol por la Paz. El paraguayo Oscar Romero fue una rareza comercial que nadie vio.
La tribu de los maestros que nunca sonríen –Gallardo, Arruabarrena, Pellegrino, Sava, Guede– puede entonces aprovechar esta grieta, este desbalance, para encarar una revolución. En sus entrevistas y conferencias siempre parecen vedar otra cláusula del relato, que hay que ganar porque es urgente y porque sí. “Jugamos mal”, dijo Arruabarrena, y Boca se había asegurado la punta del torneo con un 1-0 a Crucero del Norte, de local. “No estamos jugando bien”, dijo Gallardo, y River se había clasificado para la final del Mundial. “No hicimos las cosas como las que teníamos que hacer”, dijo Milito, y Racing había eliminado a Independiente, clasificándose a la Libertadores 2016.
Los Cinco Grandes tienen más, muchísimo más, así que quizás haya llegado el momento de jugar el fútbol que (cuando no está nuestro equipo en el medio) nos gusta ver. Un desbalance que inaugure, quizá, la era de la desargentinización. La chance de parecerse un poquito al entretenimiento inglés, alemán o culé que los sábados al mediodía, cuentan Gallardo, Arruabarrena, Pellegrino, Guede y Sava, ponen siempre en su televisor.