La violencia en el fútbol está presente siempre, lo sabemos todos. Un cantito de la barrabrava que la hinchada replica en todo el estadio aunque nunca haya comido un asado en los quinchos y, mucho menos, se haya cagado a tiros. Una declaración “en caliente” de algún jugador. Una publicación institucional que ofende a un rival. Trompadas en la platea, batalla campal en la popular… Y la policía. Siempre la policía, con sus caballos amenazantes, sus perros temibles, su cacheo promiscuo, su mirada desafiante, sus comentarios absurdos, sus mangueras que lastiman, cuando no pasa a mayores. Es difícil ir a la cancha. Mucho más difícil es ir con una criatura. Y mil veces más difícil si sos mujer.
¿Por qué vamos? Porque muchas veces la pasamos mal, pero cuando la pasamos bien es el mejor lugar del universo. Porque somos felices o nos entristecemos, pero somos nosotros ahí. Porque es buena parte de nuestra identidad. Es largo de explicar, si es que es posible. Y ser nosotros es ser cada uno y ser un todo. Y ese todo muchas veces es emocionante y muchas otras, una mierda.
En los últimos días, meses, años, varios jugadores de fútbol fueron protagonistas de una violencia que se pone en juicio –no por suerte, sino por la lucha de muchísimas mujeres– pero que no termina de condenarse. Explota la noticia, se inundan los medios con el tema, se escuchan voces que vale la pena escuchar y otras que resultan aberrantes. Y pasa. Todo pasa.
A Racing volvió un crack. Un pibe que salió de las inferiores. Un pibe que las peleó todas y que juega al fútbol porque pudo esquivar los tiros. Vuelve como una vez volvió, pero ahora vuelve Campeón. Él hizo el gol del campeonato, el último que ganó Racing. ¿O fue el de Funes Mori en contra? No importa. Tampoco importa que le haya declarado su amor incondicional a Boca. Importa que es un jugadorazo y que su gol nos dejó afónicos a todos. Importa que en Racing creció, jugó, se formó. ¿Se formó?
Riki Centurión tuvo muchas andanzas que, entre otras cosas, le costaron su estabilidad en los clubes grandes de la Argentina. Se le conocen muchas y muchas se rumorean. Los garantes de moralidad lo llaman “El Caco” porque supo sacarse fotos con armas, porque tiene amigos que salen de caño y vaya a saber por qué más. A Centu le gusta la noche y le gusta el descontrol.
“Problemas de disciplina”, como cualquier loco del fútbol. Pero no.
En mayo del año pasado, Ricardo Adrián Centurión fue denunciado por ahorcar y astillarle tres dientes a su pareja. El Poder Judicial determinó una perimetral para que él no pudiera acercarse. En medio del circo mediático que se armó en torno a la denuncia, Mariano Cúneo Libarona –abogado defensor del acusado y actual vocal de la Comisión Directiva de Racing– declaró en un canal de televisión: “Acá no estamos hablando de que la quemó, o le pegó con un arma o un fierro, o algo por el estilo. Estamos hablando donde en la peor de las hipótesis, se habla de lesiones leves producto de una discusión”. Claro, nada grave.
La denuncia fue levantada y en eso se escudan hoy quienes necesitan pasarla por alto, para poder disfrutar de la vuelta, soñar con Centurión alzando la Libertadores y sostener sin culpa un cartel que diga “Ni Una Menos” en marzo. Si existió la perimetral es porque hubo pruebas. No es fácil radicar una denuncia por violencia de género, muchachos. Y mucho menos lograr que se tome una medida al respecto. ¿Por qué se levantó la denuncia? Lo sabe la víctima y no hace falta que nadie la revictimice por eso.
¿Y entonces? ¿Qué hacemos con Centurión? Porque lo trajo la Secretaría Técnica de Diego Milito. Y todos sabemos que Milito no sólo es un ídolo dentro de la cancha, sino que tiene una conducta fuera que lo hace más grande todavía. Y ama al club. Y parece que también ama a Centurión porque dicen los vendehumo de siempre –que en las nimiedades la suelen pegar– que va a usar la 22. La 22 de Milito. 22, el loco. Centurión no es un loco. Centurión es un machito violento.
¿Y entonces? ¿Qué hacemos con Centurión? Porque Centurión va a hacer goles en Racing. Y va a hacer jugadas que terminen en gol de un compañero. ¿Y no vamos a gritar esos goles? Centurión va a ser importante en el equipo, dentro y fuera de la cancha. Porque los jugadores de cada uno de los planteles por donde pasó siempre lo bancaron y lo quisieron. Hasta Milito lo banca y lo quiere. Y todos lo bancamos y lo quisimos. Los garantes de moralidad, desde el 14 de diciembre de 2014. Otros, hasta el 23 de mayo de 2017, cuando lo denunciaron por violencia de género. Y le pusieron una perimetral. Por algo la pusieron.
¿Y entonces? ¿Qué hacemos con Centurión? Porque claro que el sueño de la Libertadores siempre va a ser hermoso, así levante la Copa un machito violento. Además, tampoco se lo puede matar. Tampoco se lo puede destinar al ostracismo. ¿Lo vamos a meter en cana? ¿Para siempre? Podría apostar que a quienes nos repugna lo que hizo Centurión tampoco nos gusta la cárcel ni creemos que sea la solución. ¿Qué puede hacer el club ante una situación así? Podemos preguntarle a Temperley, por ejemplo. Los clubes tienen una responsabilidad social y cultural. La tienen porque son actores de la sociedad y de la cultura. ¿Y, entonces, podemos delegarle a la Comisión Directiva el problema y gritar los goles sin culpa? Claro que la dirigencia debe tener un compromiso mayor, para eso la elegimos. Pero el club somos todos.
¿Y entonces? ¿Qué hacemos con Centurión? Si nos bancamos a muchos machitos violentos, no sólo en la cancha, sino en la tele, en el cine, en la literatura, en la música. Y podemos suponer que hay muchos más de los que conocemos. Está tan naturalizado, que un cronista entrevista a un pibe de diez años que repite que “las minas sólo quieren guita”, en relación a la denuncia contra los jugadores de Boca, y la nota sigue. Y el programa sigue. Y la vida sigue. Y ese pibe sigue creciendo y repitiendo eso.
¿Y entonces? ¿Qué hacemos con Centurión? Porque Centurión no es más que una partecita de esto. Un producto de esto. Un producto destacado, porque juega muy bien a la pelota y por eso es conocido y por eso su violencia se conoció. Esa violencia que está en todos lados, en un comentario desubicado en la calle, en el laburo, en el bondi, en el tren. Y ahí saltan los que esto les parece exagerado y nos dicen feminazis por no poder decirnos cómo nos chuparían cualquier parte del cuerpo mientras caminamos. Y naturalizamos eso. Que nos ninguneen en una discusión sobre fútbol porque muchas no lo jugamos (como no lo juegan muchos de los que van a la cancha, pasa que tener testículos es una especie de título habilitante). Que nos juzguen por cómo nos vestimos, si no queremos comentarios sobre nuestras tetas. Y que nos apoyen en la popular, si nos gusta ir. Y que nos violen, entonces. Y que nos peguen una trompada por celos. O que nos rompan tres dientes y nos ahorquen porque queremos terminar una relación. Y que nos maten después. Todo pasa.
¿Y entonces? ¿Qué hacemos con Centurión? Es un distinto que no es distinto en este mundo macho. Pero muchos no queremos este mundo macho. Y vivimos para que cambie, educamos a nuestros hijos para no reproducirlo y ponemos el cuerpo para dar vuelta el resultado. Y por eso hoy, al menos, nos incomoda que haya vuelto Centurión después de lo que sabemos que hizo. Estaría bueno que él pusiera también el cuerpo en esta jugada. Y la cabeza. Porque no se juega sin la cabeza y ya no podemos hacernos los giles.