La tan meneada Súper Liga (¿por qué súper, si serán los mismos de siempre?) sigue su curso vertiginoso. Los máximos dirigentes se abren de AFA para no contaminarse y enuncian con los actos la voluntad de cortarse solos. Por otro lado, la Inspección General de Justicia (IGJ) acata los deseos de Daniel Angelici, un jefe sin despacho, y congela la vida institucional de AFA, elecciones incluidas, para desembarcar con una intervención sui generis (parece que ahora detectaron algunas conductas no del todo transparentes, lo cual es muy difícil de creer).
Con el presidente de Boca al frente, el proyecto que prefigura la privatización del fútbol no hace más que cumplir un viejo anhelo de Mauricio Macri. Lo que no pudo en una elección en la que perdió por goleada y casi queda zapatero lo hará de prepo, como suelen hacer casi todo en el PRO, argumentando necesidad y urgencia (de algunos empresarios) y confinando el famoso diálogo a los discursos fantasiosos de Hernán Lombardi, un adalid de la “pluralidad de voces”.
Se sabe que si Cambiemos tiene que armar una mesa redonda sobre asuntos de cultura o comunicación, quizá acuda a invitados de pelaje variado. Hasta ahí llega la generosidad democrática. Ahora, si es menester, por caso, defender los intereses sacrosantos de Clarín, se violará la ley más discutida de la historia de la legislación argentina y se echará a los empleados del Afsca a palazo policial. Ejecución sumaria (necesidad y urgencia). En esos casos, disculpen ustedes, escuchar, debatir y consensuar, verbos tan musicales para el oído macrista, son pura jactancia de intelectuales.
Entonces Angelici, que no da exactamente el perfil de republicano inquebrantable, predijo clarito que la Súper Ligar se hace sí o sí. Con AFA o sin AFA. Caiga quien caiga.
El objetivo, en sintonía con los tiempos, es concentrar en pocas manos (los clubes grandes) el provecho económico del fútbol. Propiciar una reingeniería comercial y financiera en la que, según las utopías de Angelici y Macri, meterá la mano rectora alguno de los nuevos chamanes del Estado: un chief executive officer, motejado cariñosamente CEO.
Está previsto cuánto va a ganar cada quien, cuánto debería cobrársele a la televisión y otros repartos de la pelota, una gallina que imaginan pródiga y que juzgan subexplotada. Hay menos énfasis en detallar los destinos de ese dinero. No aludimos a la transparencia, sino de un plan de inversiones, que aún no se vislumbra. Porque el modelo argentino, que sigue el español, no dispone de un producto Premium en el que relucen, por ejemplo, Cristiano Ronaldo, Messi y estadios que parecen teatros líricos.
El campo de juego de Boca es de arena. Los futbolistas de Quilmes no cobran y por lo tanto no se entrenan debidamente para ofrecer un espectáculo digno de una “súper liga”. Son ejemplos también, que podrían multiplicarse. ¿O es que nos piensan cobrar un abono caro para ver Aldosivi-Patronato y a River y San Lorenzo con suplentes porque están disputando alguna otra copa más interesante?
Mire que no estamos hablando de volcar en deporte social el hipotético aluvión de dinero que inyectarán los privados cuando el fútbol por fin se maneje con espíritu empresario. No. Estamos hablando de reanimar un negocio que luce bastante cachuzo. ¿O sucederá como con las tarifas? Primero aseguramos la rentabilidad de la multinacional que extrae el gas y luego nos preguntamos cómo haremos para encender las estufas de acá a un par de años. Toda la plata que piensan exprimirle al fútbol, ¿le dejará algo al fútbol?
El máximo atractivo del campeonato que acaba de concluir lo aportó Lanús. Un equipo de lujo, que cerró su campaña con una sinfonía en el Monumental. Lanús es una sociedad civil sin fines de lucro. Además de bancar un equipazo, hace funcionar un club en el que miles de vecinos desarrollan una intensa actividad deportiva. Y no hay Ceos a la vista. ¿Será Lanús una pesada herencia para la Súper Liga?