Hay ciertas cosas que sin la colaboración del Estado son muy difíciles de cambiar. No somos ingenuos. No le pediríamos (además… ¿quiénes somos nosotros para pedir nada?) a ningún futbolista ni a ningún técnico que se inmole ante su propia barra brava por una visita de “cortesía”. Todos, más allá del tamaño de la cuenta bancaria o el espacio que ocupe en los medios, estamos expuestos a represalias. Eso sí: al menos esperamos el decoro de asumir la derrota (los barras siguen ganando) ante esta situación y no la actitud del técnico de Boca, quien, consultado sobre la visita de los delincuentes, respondió desligándose: “Ah, yo no sé, pregúntenle al que les abrió la puerta”. Pero, bueno, si Guillermo Barros Schelotto pretende cambiar la realidad futbolera al darle al torneo local una importancia que ni el más fanático de Boca le da y menospreciar un nuevo mano a mano perdido con River que a cualquier hincha le lastima el alma, es lógico que piense que en los asuntos de violencia interna el portero de turno del club es más responsable que el entrenador.

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Sin embargo, hay otras cosas que no serían tan difíciles de cambiar. Vayamos hasta el inicio de la fecha que acaba de terminar. Vayamos hasta la cancha de Huracán. Hasta el área local, más precisamente. Por ahí caía una pelota mientras atacaba Banfield. Carlos Matheu la quiso rechazar pero Bertolo se la punteó antes. Entonces el defensor pateó el aire, aunque el árbitro creyó ver (u oír) que tocó al delantero de Banfield. Penal. Gol de Cvitanich.

¿Se le puede echar la culpa a Silvio Trucco? Claro, estaba perfectamente ubicado y Bertolo, con su actuación, lo dejó en ridículo. Pero seamos buenos (gracias, Pagani) y antes de caerle al árbitro hagamos un mea culpa. Por ejemplo, Gustavo Cima y Javier Tabares, relator y comentarista del partido, se comieron el penal tanto o más que Trucco. Los dos periodistas dijeron “penal” ante la primera imagen. Insistieron con “penal” a la segunda. Y a la tercera se reafirmaron. Hasta que les mostraron una imagen en donde el espacio entre Matheu y Bertolo era demasiado evidente y empezaron a dudar.

Definitivamente: Bertolo es un gran engañador. Matheu ya lo sabía. “De Nico soy amigo y sé que intenta ese roce para tratar de buscar un penal. Y muchas veces lo consigue porque es un jugador ágil, liviano… Yo no fui a buscar la pelota bruscamente porque sabía que podía pasar eso. Le paso muy lejos a él. No toco la pelota ni a él”, explicó el defensor de Huracán. Lo decían las estadísticas: de los últimos cinco penales que le dieron a Banfield, todas las faltas se las “hicieron” a Bertolo. Y lo asumió el propio Bertolo: “A mis compañeros les digo que yo pienso más en que me hagan un penal que en patear al arco. Es increíble pero es la realidad”. Información muy útil para el próximo árbitro que dirija a Bertolo…

A partir de esa jugada, ya nada fue lo mismo en Parque Patricios. Los árbitros conocen el paño y enseguida, por las reacciones de los favorecidos y los perjudicados, se dan cuenta de si acertaron o la pifiaron. Y ya vive el partido con culpa. El mismo Bertolo lo reconoció: “Adentro de la cancha había una sensación insostenible. Para el árbitro y para nosotros. Se tiene que parar un poco con eso…”. ¿Y cómo paramos “con eso”?

No es lo mismo exagerar una caída ante el mínimo roce que tirarse descaradamente cuando no hay ningún contacto. Lo primero podría entrar en el rubro “picardía”. El que va a generar un contacto en el área sabe que está expuesto a hacer falta o a que el delantero finja. Y si el árbitro compra, se la tiene que comer. Porque… “¿para qué lo tocaste en el área?”. Pero lo segundo ya entra en el terreno de la estafa.

Bertolo aceptó que “es un penal que no se cobra, pero quizás yo tengo la culpa porque lo engaño”. Aunque era muy fácil sacarse esa culpa de encima, Bertolo reconoció: “Yo no puedo ir a decirle ‘señor, no cobre penal’. Porque nadie lo hace”. Claro, Bertolo no quiere quedar como el primer boludo que tiene un gesto semejante en el fútbol argentino (hay varios en el fútbol mundial). Pero el día va a llegar. El día que un futbolista diga “me tiré”, sea aplaudido por toda la cancha y duerma con la satisfacción de haber hecho lo correcto.