“No somos River, Pumas ni Colo Colo”, arengó Guillermo Barros Schelotto después de la derrota de Boca en Quito. Independiente del Valle había zafado de quedar eliminado en la primera fase porque el equipo chileno no le pudo meter un gol. Independiente del Valle había pasado a cuartos porque su arquero tuvo una noche soñada en el Monumental. Independiente del Valle se había metido en semifinales por hacerse fuerte en México en la tanda de penales. Independiente del Valle le había ganado a Boca en la ida, dándole vuelta el resultado. Y al técnico de Boca no se le ocurrió mejor forma de motivar a los propios que chicaneando a los ajenos. Tribuneada por cien.
Para hacer semejante declaración hay que estar muy seguro. Y en el fútbol no existe la seguridad. Lo que existe, y a veces no es suficiente, es jugar. El Mellizo se dio cuenta de que había hablado de más y en la conferencia de prensa previa a la revancha retrocedió cinco casilleros con un absurdo “no sentimos la obligación de ser campeones”. Que Guillermo diga qué se siente, entonces. Porque él lo sabe muy bien. El estuvo ahí adentro. Muchas veces.
Pocos futbolistas saben lo que significa jugar con la camiseta de Boca. En cualquier cancha, pero sobre todo en la Bombonera. Uno de ellos es Guillermo. Y sabe muy bien las obligaciones que tiene Boca. Y por si no lo recuerda, hubo una cancha repleta que antes de que se moviera la pelota, bramó: “¡Quiero la Libertadores…!” Ahí, en esa multitud, había gente de toda clase social, de toda clase económica y de toda clase intelectual. Todos pedían lo mismo.
A los cinco minutos no había forma de que la fiesta fuera más fiesta. Boca había hecho ese bendito gol y se divertía con las facilidades que le daba su rival. Porque Independiente salió a la Bombonera como si saliera a su cancha de entrenamiento. Sin complejos, relajado hasta el extremo. Y cometió tantos errores en la salida que le sirvió en bandeja el partido a Boca. Pero Boca no definió una, no definió dos, no definió tres y se fue gastando hasta la resignación.
Con Boca obnubilado, Independiente se puso a tocar. Y por momentos a toquetear. El criterio que no había mostrado para salir desde el fondo, lo mostró para hacerse el dueño del partido por un rato. Jugó con la fe que no había jugado Boca y por eso no necesito demasiadas jugadas de peligro para transformarlas en gol. Su efectividad fue asombrosa. Como su confianza.
45 minutos después de aquella fiesta, el Mellizo se estaba preguntando “¿para qué hablé?”. Independiente había pasado del 0-1 al 3-1. Y con 40 minutos por jugar, Boca ya estaba rendido. Como no habían estado rendidos Colo Colo, River o Pumas. Pero, claro, Boca no es ninguno de esos equipos. ¿Qué es Boca? Una incógnita. ¿A dónde va? Por ahora, seguro que no va a Japón, como había prometido su presidente. Angelici debería hablar con su entrenador y explicarle que para cumplir con las promesas electorales ganar la Libertadores sí era una obligación. Pero, quizás, cumplir las promesas electorales tampoco sea una obligación.