Lo estoy negando, claro. Finjo que no me importa. Y de última, así es. Después de un año como el que pasamos, ya estoy preparado para todo. Pero, aún así, en un rato nomas, el calvario de Independiente -y sus hinchas, especialmente- en el Nacional B alcanzará un nivel superior. Un partido a todo o nada. Un año de nada -porque ese fue el año de Independiente- jugándose todo en una tarde. Y una tarde que resuena inevitablemente con otra, veinte años atrás.
Estuve en Avellaneda aquella vez. No solo vi los cuatro goles con que aquel equipo de Gustavito López, Garnero y Rambert se consagró campeón, sino que también hubo otros cinco ante la reserva del Globo. Fue una fiesta Roja, un calvario para los hinchas de Huracán apiñados en un pequeño sector de la tribuna popular. Son los hinchas que hoy esperan su revancha, y tienen todo servido para disfrutarla. Si aquella vez era Independiente el que corría desde atrás, con las manos llenas de fútbol, ahora ese papel lo encarna Huracán, el favorito de todos. Y bien merecido se lo tiene. Pero el amor a la camiseta genera cosas extrañas, incluso en los que han pasado una vida amando y defendiendo el buen fútbol. A las puertas de un nuevo Mundial, imposible olvidarse de otro equipo sin fútbol que se arrastró durante todo el campeonato, pero que sin embargo alentamos incondicionalmente.
Aquella Argentina del 90 si no tenía fútbol, al menos tenía alma, la de Maradona. Este Independiente no tiene alma; no tiene casi nada, en realidad.
Apenas otra oportunidad -y van…- de borrar con el codo gracias a un resultado todo lo que escribió durante el año fecha a fecha, con sus manos. Pero ya hemos visto lo que este equipo hizo con cada oportunidad. Y sin embargo, no puedo no ver el partido. No desear que Independiente gane. Que sus jugadores despierten. Que los que saben jugar jueguen. Y los que evidentemente no, como Penco, como Ojeda, al menos dejen todo en la cancha.
Creo que una de las tantas veces que me sentí orgulloso de ser hincha de Independiente, fue al final del partido que el Rojo perdió contra Argentinos, por las semifinales de la Libertadores que aquel equipo de Borghi terminó ganando, un escalón hacia su consagración mundial -si, aunque haya sido derrotado en los penales- en la Intercontinental, frente a la Juventus. Tuve la suerte de haber estado en la Cordero aquella noche, viendo a Percudani dilapidar una oportunidad tras otra, a Marangoni patear su penal a las manos de Vidallé, pero lo que más recuerdo era la sensación de estar viendo fútbol en su estado puro. Y también la extraña satisfacción, pese a la derrota, con la que nos retiramos todos que estuvimos ahí esa noche, sabiendo que habíamos visto algo que raras veces sucede, el fútbol tal como lo entendemos, sin vueltas, sin reproches.
No hubo reclamos de los hinchas, no hubo amenazas aquella noche. La derrota es uno de los posibles resultados en un partido, y esa vez nos había tocado a nosotros. Pero el fútbol había dicho presente, y la pelota no sólo estaba inmaculada, sino que incluso nos había quitado las manchas a todos.
No digo que algo parecido pueda suceder al comienzo de esta tarde, ahora, en un par de horas, en el Estadio Único de La Plata. Pero espero tener la entereza, como hincha de ese fútbol que durante tanto tiempo defendió Independiente, de saber saludar al justo ganador como se lo merece. Que sea fútbol, señores. Y ojalá que esos llorones que son los hinchas de Huracán se vayan esta tarde también llorando de la cancha, como bien se merecen. Sino se va a armar quilombo.