Lo fácil después de un 8 a 0 es decir “a esos muertos cualquiera les mete ocho”, “esos no existen” o alguna barbaridad semejante. Siempre es más sencillo destruir que construir. Entonces se guardan los méritos para el que metió ocho y arrecian las críticas para el que se los comió.

Es obvio que si un equipo sufre ocho goles en un torneo competitivo es porque no tuvo su mejor noche. En un deporte tan relativo y opinable como el fútbol, la única verdad irrefutable son los resultados. Jorge Wilstermann llegaba a la revancha de los cuartos de final contra River después de haber jugado cuatro partidos como visitante, tres en la fase de grupos y uno en Octavos. Ningún equipo había sido capaz de meterle más de dos goles: Atlético Tucumán y Peñarol le marcaron dos; Palmeiras, uno; y el Mineiro ni siquiera pudo abrirlo (y eso que debía dar vuelta una serie que estaba “apenas” 0-1) . Números suficientes como para darle a los ocho goles de River “algún” mérito.

dosY el principal mérito, más allá de la brillante ejecución de los futbolistas (o más acá, porque sin los jugadores no habría nada), fue la revolución de Gallardo. Sí, revolución…

Cuando nos conectamos a la transmisión del partido por Fox, Closs y Latorre, dos tipos de los que más entienden de fútbol, se preguntaban si era una buena idea que Gallardo prescindiera de los laterales. Una pregunta lógica que nos hicimos nosotros también. Porque la sorpresa de los laterales son una llave para cualquier defensa cerrada. Pero la sorpresa estaba en que la línea de tres que supuestamente iba a poner Gallardo no fue línea de tres. Es decir: sí, hubo tres jugadores en el fondo, pero parados casi como una línea de cuatro. ¿Cómo es esto?

La gran mayoría de los entrenadores, por no decir todos, cuando usan una línea de tres en realidad están usando una línea de cinco (o una línea de tres con protecciones). Porque los volantes externos se mueven también como laterales. Son ellos los que tienen libertad para ir y venir. Pero, generalmente, los tres del fondo (casi siempre centrales) no salen de ahí. Aunque Gallardo eligió a tres centrales, el único que jugó como tal fue Maidana. Montiel y Pinola fueron ¡laterales!

Lo que hizo Gallardo, entonces, fue apostar al mejor sistema posible: un 4-3-3, pero con un pequeño asterisco en ese número 4 que, al cabo, sería clave. En el medio jugaron, como 8, 5 y 10, Enzo Pérez, Ponzio y Rojas. Arriba jugaron, como 7, 9 y 11, Auzqui, Scocco y el Pity Martínez. Y Nacho Fernández fue ese asterisco. En vez de que sobrara un jugador para barrer en el fondo (una especie de líbero), el ex Gimnasia hizo de enganche/líbero y, aunque vivió detrás de los delanteros, se movió por donde quiso. No necesitó estar cerca de Ponzio para traer la pelota desde ahí, porque Ponzio estaba bien rodeado con Pérez y Rojas. ¡Y por los laterales que subían! Entonces, la propuesta de Gallardo fue simple y contundente: afuera un central, adentro un enganche. O sale el 2 y entra el 10. Ese cambio ultra ofensivo que habitualmente se hace, si se hace, cuando quedan diez minutos para el final y hay que remontar uno o dos goles, Gallardo lo hizo desde el minuto cero.

Recordemos el último partido de la Selección, por ejemplo. Sampaoli dispuso una defensa de tres: Mascherano, Fazio y Otamendi. ¿Alguien vio a Mascherano y Otamendi subiendo por sus bandas? No, porque eso era tarea de Acosta y Di María (después Acuña). Y ojo que no estamos hablando de un choque contra Brasil o Alemania. Sin menospreciar a nadie, se podría decir que entre Argentina y Venezuela hay una diferencia de jerarquía similar a la que hay entre River y Wilstermann. El tema, la gran verdad en este bendito juego llamado fútbol, es demostrarlo. Es cierto que a la Selección no la acompañaron la suerte en el primer tiempo ni los jugadores en el segundo y que a River sí, pero a la suerte y a los jugadores hay que ayudarlos. Ni más ni menos que lo que hizo Gallardo con su pequeña gran revolución.