Un espectador improvisado, después de ver los primeros 15 minutos, habrá pensado: “Pero en ese lugar no se puede jugar. Con esa altura no se puede jugar. En esa cancha no se puede jugar. Primero con lluvia y después con sol no se puede jugar”. Es que ese cuarto de hora inicial desnudó a la Argentina. Pareció un partido entre 11 señores y 11 niños. O entre 11 profesionales y 11 amateurs.
Pero el amateurismo empezó mucho antes. Quizá un par de días atrás, aunque quedó muy en evidencia horas antes del cruce con Bolivia. La noche anterior la mayoría de los medios argentinos informaban sobre una sanción a Messi. (Por si a esta altura alguien no lo sabe: Lionel le dijo “la concha de tu madre” a uno de los líneas del partido con Chile y aunque los árbitros no lo sancionaron en el momento ni lo informaron después, la FIFA decidió actuar de oficio). Los más precavidos usaban el condicional. Pero estaban los que tenían la posta y anunciaban la sanción como un hecho: sólo restaba saber si iba a ser una multa económica o si también se iba a quedar afuera de dos, tres o cuatro partidos. Finalmente, llegó la peor noticia: cuatro fechas de Eliminatorias sin Messi. En ese mismo momento que todos nos enteramos del mamarracho de la FIFA, los dirigentes argentinos que estaban en Bolivia decían no tener idea de nada. Les suena, ¿no? Así está hoy el fútbol argentino: no tiene idea.
Mientras tanto, en el banco hay un entrenador que después de un triste triunfo con Chile se atreve a decir que el equipo jugó “10 puntos”. No contento con eso, unos días más tarde retruca: “Creo que jugamos un punto más”. En el medio explica que la declaración fue para que la prensa no le cayera a los futbolistas y se la agarrara con él. En otro contexto podría decirse que Bauza está en todos los detalles. Sin embargo, el técnico no está en lo único verdaderamente importante: darle identidad a un equipo. Y ojo: nadie está hablando de resultados, de ganarles a todos porque somos Argentina. Sólo se pide ver a un equipo reconocible. ¿Mucho pedir? ¡Muchísimo!
Apenas empezó el partido, si había que arriesgar una indicación que les dio el Patón a sus jugadores hubiera sido: “Hagan tiempo, que se juegue lo menos posible”. Romero pateaba como si fuera un rugbier: lo más lejos posible. Y al minuto, Enzo Pérez, después de recibir una falta, sacó la pelota de la cancha para demorar. Una sugerencia: la próxima vez que a Bauza le pregunten a qué juega Argentina, que responda “a ganar, y a veces a no perder”.
Volvamos al hincha improvisado que, al ver semejantes diferencias, se preguntaba si se podía jugar en esas condiciones. La única respuesta es con datos: Uruguay fue a La Paz y ganó, Colombia fue a La Paz y ganó, Ecuador fue a La Paz y empató tras remontar un 0-2 (¿te suena, Argentina?). Es decir: de los que pelean con la Selección la clasificación, dos ganaron y uno empató. Sí perdieron Venezuela y Paraguay. Y Argentina. Entonces parece que no sólo se puede jugar en La Paz, también se puede ganar. ¿Y se debe? Por lo menos se debe jugar para hacerlo…
Si hablamos de fútbol específicamente, una vez que pasó el aluvión boliviano inicial, Argentina más o menos se acomodó a las circunstancias. No tanto por Argentina y sí por las dificultades técnicas y tácticas del rival, sobre todo en defensa. Si con dos jugadores y medio (Di María más los que intentaban seguirle el ritmo) la Selección pudo haber lastimado, ¿qué habría pasado con un equipo preparado para ir a buscar el partido? En dos pases, Di María quedó mano a mano con el arquero. Tapó el arquero, con la cara. En el segundo tiempo, con Bolivia ya ganando, el del mano a mano fue Moreno. ¿Qué hizo Romero? Dio vuelta la cara. Sí, como si le tuviera miedo a la pelota, como si fuera un cualquier “último para ir al arco” del fútbol 5 con amigos. ¡Y es el arquero que más veces se puso la camiseta de la Selección en toda la historia!
Así está el fútbol argentino y todas sus patas: descuajeringado.