Chile, de a poco, viene jugando cada día un poquito peor. Y según la opinión de quien escribe, tiene una posibilidad bastante grande de quedarse afuera del Mundial. Si aún están digiriendo esa última frase, sumen ésta al puchero: “Y la culpa es básicamente de su entrenador”.
Para graficar este concepto -permítanme una digresión- me gustaría referirme a mi aprendizaje del idioma francés.
Durante mi cursada en la escuela secundaria, tenía que aprender una lengua extranjera de manera obligatoria. Era evaluado numéricamente, del 1 al 10, con exámenes trimestrales. Es decir que al terminar el año contaba con tres notas. Esas calificaciones tenían que arrojar un promedio de 7 para que yo pudiera aprobar. En segundo año, mi primer trimestre de francés fue lisa y llanamente un desastre. Básicamente no entendía nada: gracias a la providencia, me saqué un 5. Y recurrí a una profesora particular.
La señora en cuestión era una maravilla. En un par de semanas hizo milagros con mi comprensión y mi fluidez. El segundo trimestre me encontró con un 7 bien plantado. Continué con las clases hasta fin de año y cerré todo con un 10 que fue un alarde. Incluso me sobraba un punto para lograr el promedio deseado.
Terminado ese ciclo, consideré que ya no necesitaba clases particulares. Con lo que sabía, estaba claramente por delante en cuanto a conocimiento de lo que precisaba para ser evaluado en el colegio. Mi aprendizaje me debía alcanzar sin problemas para seguir adelante con la cursada. En tercer año, arranqué luciéndome con un 9. El segundo trimestre ya no estuve tan sólido y me saqué un 6. Todavía tenía algo de margen, pero en el último examen obtuve un lapidario 4 que me llevó inesperadamente a diciembre.
Entendí demasiado tarde que no debí haber dejado a mi profesora particular, a quien volví a contactar para rendir –y aprobar- el examen de verano.
Bueno, hagámoslo bien corto. Chile tenía un fútbol que había pasado de las dudas a una nota muy cercana al 10 en base a un muy buen profesor, Sampaoli (acaso dos, si contamos a Bielsa). Pizzi llegó y consideró que no había que cambiar nada, o casi nada. Que alcanzaba con lo ya aprendido. Y mantuvo el statu quo durante una Copa América que, para colmo, ganó. Pero la merma en el rendimiento fue evidente incluso en ese torneo. Pasó del 9 por impulso a un aprobado justito, y ahora que ha pasado el tiempo está empezando a notarse que no entiende un pomo de francés.
El rendimiento de los jugadores, que salvo honrosas excepciones siempre fueron más en el seleccionado que en sus clubes, han caído a plomo. Y es lógico: difícilmente se mantenga ese nivel si los futbolistas no tienen en el banco de suplentes un percutor fuerte de las ideas que los llevaron hasta donde supieron llegar. Pizzi no parece ser esa persona.
Hay una señal de alarma, y no está específicamente relacionada con los resultados. Chile necesita, digamos, un profesor particular que entienda los defectos a corregir. El problema no es el alumno, ni la materia: es la capacidad del profesor. Pero tiene que cambiar algo. Rápido. Incluso cambiar algo para volver a ser lo mismo que era. Si no lo hace, puede quedarse sin Mundial. Y ese dolor no se curaría ni con dos Copas América.
*Extracto de una nota publicada tras el 0-1 vs. Argentina, el 23 de marzo de 2017, más de seis meses antes de que se concretara su eliminación.