El mundo del fútbol volvió a conmoverse, como el 27 de mayo de 2015 con el FIFA Gate, por un supuesto caso de corrupción, de sobornos, evasión impositiva y sobreprecios. Ahora los Papeles de Panamá aparecieron en escena para patear el hormiguero una vez más.
Vamos a circunscribirnos a tres casos. Los de Gianni Infantino -el flamante presidente de la FIFA-, Lionel Messi y Daniel Angelici -titular de Boca.
Infantino había llegado a la FIFA con un objetivo: limpiar a una institución que, desde hacía décadas, se sabía corrupta. Es verdad que hasta el año pasado jamás se habían obtenido pruebas concretas sobre lo que todos sabíamos pero nadie se animaba a denunciar, salvo en contadísimos casos. Sin ir más lejos, esta revista, primero en su versión en papel y después en su versión digital fue una de esas excepciones. Con sólo repasar las tapas y las notas que les dedicamos a los dirigentes del fútbol se podrá constatar cuál fue, es y será la posición editorial de quienes hacemos Un Caño. Por las dudas, como si hiciera falta, la aclaramos: estamos en contra de todo negociado, evasión, soborno, coima, estafa o cualquiera de las acepciones que se le quiera dar a la utilización del dinero de forma indebida para sacar ventajas deportivas o empresariales. Porque se sabe, pero nunca está de más repetirlo: la corrupción no es sólo patrimonio de los gobiernos populistas (y si son latinoamericanos mejor), como se nos quiere hacer creer; la corrupción forma parte de la matriz del capitalismo y hay que combatirla en todos sus estratos: estatales, privados e, incluso, en organizaciones blindadas como la FIFA, la UEFA, la Conmebol y todas las siglas que se les quiera ocurrir.
Porque es clave saber que para que haya corrupción debe haber dos actores: un corruptor y un corrupto. Y ambos son responsables en igual medida, sean –repetimos– estatales o privados.
Decíamos entonces que la FIFA necesitaba blanquear su currículum. La Justicia estadounidense la había puesto en jaque hace un año, más allá de que sus investigaciones (como en norma en estos casos), manchó especialmente a los dirigentes y empresarios latinoamericanos (en este caso no por populistas sino por impresentables).
Rozó es cierto a Blatter y a Platini, pero los presos son básicamente centro y sudamericanos. Si no nos creen, repasemos la lista: Jeffrey Webb (de Islas Caimán, en libertad bajo fianza), Eduardo Li (Costa Rica, preso), Julio Rocha (Nicaragua, preso), Costas Takkas (Islas Caimán, preso), Jack Warner (Trinidad y Tobago, en libertad bajo fianza), Eugenio Figueredo (Uruguay, preso), Rafael Esquivel (Venezuela, preso), Nicolás Leoz (Paraguay, preso), Alfredo Hawit (Honduras, preso), Juan Ángel Naput (Paraguay, preso), Brayan Jiménez (Guatemala, preso), Héctor Trujillo (Guatemala, libertad condicional), Alejandro Burzaco (Argentina, prisión domiciliaria), José Hawilla (se declaró culpable), Daryll y Daryan Warner (ambos de Trinidad y Tobago, se declararon culpables), Hugo y Mariano Jinkis (ambos de Argentina, prisión domiciliaria), José María Marín (Brasil, preso), Carlos Alberto Chávez (Bolivia, preso), Luis Bedoya (Colombia, preso), Sergio Jadue (Chile, preso) y José Margulies (Brasil, se declaró culpable). Como salvar la ropa digamos que hay dos acusados estadounidenses: Aaron Davidson y Chuck Blazer. No hay un solo europeo, asiático, oceánico o africano comprometido. ¿Es creíble? Parece un chiste.
Infantino llegaba entonces con todo su discurso de manos limpias y levantando las banderas contra la corrupción. Pero de pronto, apareció este asunto de los Papeles de Panamá y quedó comprometido por la supuesta venta con sobreprecio de los derechos de las competencias europeas de clubes a cadenas de televisión, para variar, sudamericanas. Repetimos: ni en Italia ni en Alemania ni China (por citar sólo tres ejemplos) se paga un peso más de lo debido. Otra vez parece un chiste. Aunque ya no nos reímos.
Un comunicado de la UEFA sostiene que todo es una tergiversación y que “no solo es un día triste para el fútbol, sino también un día triste para el periodismo”. Hasta acá llegamos por ahora con este asunto. Pero luego lo retomaremos. Lo concreto es que Infantino tiene puesta en duda su honestidad y esa mochila será muy pesada de quitársela de encima. ¿Renunciará? Es probable.
Está también el caso de Lionel Messi. Se lo acusa de haber adquirido junto a su padre, Jorge, una empresa offshore en Panamá un día después de haber sido acusado de evadir impuestos por el fisco español. Messi ya pagó 5 millones de euros por dinero no tributado pero no pudo escapar al juicio y el 7 de junio habrá una audiencia. Messi y su padre pueden recibir penas de hasta 22 meses de prisión si son encontrados culpables. Flaco favor le hizo a Messi que saltara este asunto de los Papeles de Panamá, ya que otra vez lo ponen en el centro de la escena como un evasor compulsivo. Un comunicado de la familia Messi también negó el asunto y cargó contra el periodismo, prometiendo acciones legales contra los difusores de la información.
Por último nos queda Daniel Angelici. El presidente de Boca también tiene una empresa offshore pero lo más grave es que pende su cabeza una información que presuntamente se va a publicar en estos días: Boca, la institución, también tendría empresas en Panamá para evadir el fisco argentino. La defensa de Angelici fue que no sabía que existieran y que, de haberlas, son anteriores a su gestión, con lo que indirectamente salpicó al presidente de todos los argentinos, Mauricio Macri (también se supo que tenía una empresa en Panamá). Recordamos que Macri, durante su presidencia en Boca, creó un Fondo de Inversión que nunca se supo bien para qué servía ni qué fines tenía. Igual, como corresponde (más allá de que el periodismo lo practica poco), todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
Como se ve todo es un berenjenal. La divulgación de ese puñado de documentos parece haber puesto al mundo patas para arriba. De hecho, el primer ministro de Islandia, David Gunnlaugson, en un momento anunció su renuncia pero al rato se desdijo y está contra las cuerdas. Ni que hablar del impacto que causó en otros líderes mundiales como Mauricio Macri, Vladimir Putin, el primer ministro de Pakistán, el rey de Arabia Saudita, los hijos del presidente de Azerbaiyán, el chino Xi Jinping, el ucraniano Petro Poroshenko y hasta David Cameron, quienes debieron salir a dar explicaciones por aparecer mencionados.
Todo lo narrado es gravísimo. Pero no porque no se supiera o, al menos, se imaginara. La corrupción, como se repite casi como una oración eclesiástica en la Argentina de hoy, mata muchas veces directamente (como por ejemplo ocurrió en la Tragedia de Once) y otras por defecto (se evade o se desvía dinero que sería vital para resolver injusticias sociales en diferentes países).
Cuando ocurren este tipo de cosas, además, sorprende la reacción de la sociedad, que parece perpleja frente a hechos que todos, en mayor o menos medidas, conocemos. No hay que ser un genio de las finanzas o Premio Nobel en economía para sospechar que los líderes mundiales, los empresarios multimillonarios, los traficantes de drogas y armas o cualquier otra persona que manejan cifras de dinero exorbitantes, poseen empresas fantasmas en paraísos fiscales.
Se sabe, pero en verdad, no se quiere saber. Se prefiere vivir en un mundo de candidez o ingenuidad que ya pocos suscribimos. Y no porque nos consideremos esclarecidos. Simplemente porque entendemos, como ya se dijo líneas arriba, que la matriz del capitalismo es justamente esa: evadir impuestos, sacar la mayor tajada a los negocios, sobornar, coimear y las tantísimas otras cosas que nos asquean y nos dan repugnancia.
Dicho todo esto, quiero que se me permita una reflexión sobre este asunto de los Papeles de Panamá y sobre el FIFA Gate. Porque en ambos casos se detecta una forma de operar bastante particular. Tanto la Justicia estadounidense como los 197 periodistas de 68 países que integran el Consorcio de Prensa, manejaron y manejan discrecionalmente la información. De esto no hay dudas. La lista de los detenidos por el FIFA Gate (el 99 por ciento son centro o sudamericanos) y el enfoque se le fue dando a la cobertura de los Papeles de Panamá, nos da la razón.
¿Por qué decimos esto? Porque según nos dijeron hay 11 millones y medio de documentos y 214 mil empresas involucradas. Y llama la atención que los nombres filtrados sean apenas 140. También son sospechosas las exigencias que les hizo el diario alemán Sueddeutsche Zeitung a los periodistas involucrados en la investigación (recomendamos leer el blog de Hugo Alconada Mon). Y mucho más extraño todavía es que no se publiquen todos los documentos, tal como hizo Julián Assange con los WikiLeaks.
Assange democratizó en serio la información y no la medió. Y tal vez por esa razón todavía está pagando su osadía y sigue siendo un paria para los poderes fácticos. Ese tipo de delaciones no se perdonan: no se le puede ni debe dar a la plebe, al vulgo, la posibilidad de saber sin que nadie le diga qué leer, cómo leer, cuándo leer y, básicamente, qué pensar.
Hoy la humanidad está esperando la próxima entrega de los Papeles de Panamá. Se trata de 197 periodistas de 68 países, es decir una nueva Liga de la Justicia de superhéroes que todo saben pero que ellos deciden qué, cómo y cuándo los mortales, es decir nosotros, podremos compartir su iluminación.
Y así somos bombardeados de uno y otro lado. Ya que en un rincón del cuadrilátero están los corruptos y los evasores mientras que en el otro están aquellos que nos dirán discrecionalmente de qué quieren que nos enteremos.
De eso se trata el poder, amigos. Ni más ni menos. La información es poder. Todos la quieren tener y administrar. Para disciplinar y tomar de rehén a cualquier persona que ande caminando por el mundo. Y si ese rehén es poderoso, mucho mejor. ¿No se preguntan ustedes por qué La Nación y Canal 13 son los dueños de semejante artillería pesada? ¿No les suena raro que hayan sido justamente ellos los elegidos? Sólo se me ocurre repetir una publicidad de una tarjera de rédito: pertenecer tiene sus privilegios.
Hoy por hoy, todos estamos expuestos a que un baldazo de bosta nos caiga sobre la cabeza. Los líderes mundiales, lo deportistas, usted o yo. Porque La Liga de la Justicia decide. Incluso por encima de gobiernos electos, sean honestos o corruptos. No me quiero poner grave, pero las democracias están en peligro. Salvo que… publiquen todo. Y cada habitante de esta Tierra pueda hacer su propio chequeo de la información sin que nadie lo esté manipulando consciente o inconscientemente.
Si no es así, si no se divulgan todos los Papeles de Panamá y sólo nos quedamos con algunas serpentinas, por supuesto que los hombres de bien agradeceremos la información que se nos va suministrando a cuentagotas. Pero que les quede claro a los integrantes de la Liga de Justicia, a esos 197 periodistas de 68 países: no les creemos del todo, su veracidad está puesta en duda porque nos preocupa más lo que no dicen que lo que dicen. Y como sostiene un viejo amigo, jamás les daremos la cantimplora en el desierto porque, seguramente, nos devolverán una anchoa.