Mientras veía el paseo de Boca ante el pálido Banfield, me puse a pensar en la tarea de los periodistas apostados en el campo de juego. Tal vez porque el partido estuvo cocinado desde temprano, tal vez por la presencia abrumadora de Tití Fernández, un cronista con afanes inocultables de protagonismo.
El estilo de Fernández es bien conocido: edulcorado, lisonjero hasta la obsecuencia. El hombre no pregunta, no ejerce la crítica. Sólo elogia con desmesura. Por general, a los más famosos (ayer no omitió un saludo a Gago y otro “al más grande”, Messi, ambos en proceso de recuperación). Llegado el momento del mano a mano con, digamos, Calleri -el ejemplo también es fresquito– compara su tándem junto a Tevez con la dupla Pelé-Coutinho.
Supongamos que se trata de un periodista experimentado y carismático, que sí o sí debemos escuchar porque el público reclama su aparición domingo a domingo. Si es así. ¿Por qué Tití no está en la cabina con los demás y luego acomete sus entrevistas en la zona de vestuarios? ¿Por qué se planta a metros del banco de suplentes si sus panegíricos los puede recitar desde cualquier otro lugar, más cómodo, más protegido del viento y las lluvias? Las informaciones que aporta, de hecho, provienen de un papel y no de su proximidad a la zona de decisiones.
Por lo tanto, obligado a justificar su privilegiado punto de vista, Tití acostumbra relatar lo que hacen los técnicos. Y los técnicos no hacen demasiado. “¡No sabes la cara que puso Gallardo!”, dice Fernández ante un infortunio de River. No sólo es fácil de imaginar la cara de Gallardo y de cualquiera ante un gol en contra, un expulsado propio o un lesionado grave, sino que además ¡lo muestra la televisión!
El problema no es sólo de Tití. Pero él, con los escasos elementos de que dispone, se esfuerza por participar todo el tiempo. En otros equipos –los liderados por Clos–, relator yenviado al campo de juego suelen compartir charlas amigables sobre temas diversos, cuando no chistes privados. Es evidente que el verde césped no provee datos jugosos.
Quizá el modelo más profesional es el de Ángela Lerena. A la inversa de Tití, con quien el domingo compartió la brigada de Fútbol para Todos en La Bombonera, interviene cuando se le reclama información. Y lo hace de manera precisa, con conocimiento de causa y, de yapa, una voz cálida y un sentido del humor que se adivina sutil. Habla poco, no inventa lo que no ocurre, no relata el falso show de los entrenadores y los suplentes.
A veces creo que el cronista en el campo de juego es una especialidad desacoplada del rigor y la exuberancia visual que hoy tienen las transmisiones de los partidos. Cuando no había tantas cámaras, tenía sentido que algún fisgón nos contara si Fulanito estaba a las puteadas en el banco porque el entrenador lo había cambiado. Hoy todo se ve. Incluso, en ocasiones, las cámaras dejan el offside al narrador.
Curiosamente, en tiempos de imágenes de máxima elocuencia, el fútbol insiste con programas corales, de voces que subrayan y redundan.