Antes del comienzo de la Copa América, Javier Mascherano ocupó la tapa del único diario deportivo del país, y con una cara que podría simbolizarlo todo menos el disfrute de estar viviendo un torneo grande con la camiseta de la selección Argentina, advirtió: “No alcanza con jugar la final, hay que ser campeones”.
Obviemos por un segundo la monumental mueca de disgusto, propia de una decepción anticipada más que de una proyección de triunfo, y también dejemos de lado el desagrado personal por una frase que parece menospreciar a todos los rivales en fila que le toquen al seleccionado (ganarles está dado hasta la final, aunque “no alcanza”) y que pone el acento exclusivamente en los resultados, sin tener en cuenta el rendimiento que surja para llegar hasta ellos.
Pasemos por alto todo esto y digamos: Mascherano, no todo es deber. No hay que ser nada. ¿Qué quiere decir que no alcanza? ¿No alcanza para qué? ¿Cuál es el imperativo moral que nos obliga a ser campeones?
Nos gustaría ser campeones, quizá. Y para eso podríamos plantearnos jugar bien al fútbol, asociarnos, mejorar, superar a cada uno de los equipos que se nos ponga enfrente, desarrollar el potencial de nuestras individualidad es y pasarla bien en la cancha, para perfeccionarnos en esto que –en definitiva- es un juego en el que hay un vencedor. A lo mejor, si vamos paso a paso, el vencedor puede ser usted, junto a sus compañeros. Empezar por el final no parece un buen consejo, menos en boca de un tipo con su experiencia.
Estimado Mascherano, si su hijo tiene que sacarse un diez en biología para no llevarse la materia a diciembre, le recomendamos que lo ayude a estudiar, y no que le recuerde inútilmente lo que él mismo no puede sacarse de la cabeza: que un nueve no alcanza. Que un nueve no sirve. Que un nueve lo pone en la mesa de examen. Otra vez.
Es cierto que Argentina es uno de los candidatos a quedarse con la copa. Tiene buenos valores, Leo Messi a la cabeza, pero tampoco es que nuestro Pelé está rodeado de Rivelino, Jairzinho, Gérson y Tostao. ¿Por qué, entonces, esa urgencia por menospreciar la llegada posible a una final? ¿Por qué, además, remover la herida de las finales con derrota? ¿Por qué hacerlo justo cuando empieza una ilusión, en vez de montarse a ella con un poco de candidez?
Lamentablemente, no es la primera vez que el volante/defensor de Barcelona asoma con una declaración de esas que parecen hacer más daño que bien. Si ya había dicho que estaba “cansado de comer mierda” al caer en una final y había dejado entrever un posible retiro detrás de una segunda definición perdida, ahora arranca cubriendo el trauma con un pedido que no hace otra cosa que redoblar la exigencia de un grupo que ya se debe sentir lo suficientemente presionado. Básicamente avisa que está cansado de no ganar. Quedó a un paso de decir que eran todos unos perdedores, él mismo incluido. Exageramos, obviamente, pero en la declaración –un poco para la tribuna, bastante demagoga- nos resuena allá en el fondo la voz del hincha.
Estimado Mascherano, si su hijo tiene que sacarse un diez en biología para no llevarse la materia a diciembre, le recomendamos que lo ayude a estudiar, y no que le recuerde inútilmente lo que él mismo no puede sacarse de la cabeza: que un nueve no alcanza. Que un nueve no sirve. Que un nueve lo pone en la mesa de examen. Otra vez. Como en tercero y cuarto año.
Si usted es el padre en este seleccionado –y creemos que en parte lo es- asista a sus pibes para que rindan a pleno. La mejor manera de aprobar es no pensar tanto en la nota. Dejelos que hagan lo que saben y confíe en sus cualidades. Si los martilla con la exigencia de un número, de ese número único que solo nos salva al ser perfecto, vamos a terminar rindiendo otra copa más en marzo.