Tengan un poco de paciencia, que ya voy a lo nuestro. Primero, una digresión.
El sábado pasado estuve en el concierto de Ligia Piro, una cantora argentina que recomiendo fervientemente y que presentaba un disco de estándars de jazz. Lejos de quedarse con el abreviado repertorio de su último trabajo, la muchacha armó una banda extraordinaria, paseó su genial voz por varios géneros, versiones propias de temas de Spinetta y Fito Páez, invitó a algunos amigos (Kevin Johansen y Lito Vitale, por caso), cantó a capella y terminó recibiendo una ovación de pie por parte de un teatro cuyas tres bandejas exceden por mucho el público habitual en los shows de este tipo de música.
Incluso, en un momento armó una pequeña línea con cinco sillas en el borde del escenario y se sentó a hacer un acústico de bossa nova. “Es que me encanta el café concert, estar cerca de mi público”, explicó. La rompió toda. En medio de ese varieté de música brasileña, se confundió en el tono de una canción y –lejos de desairarse- le dijo a su bajista: “¿Me equivoqué, no?”. Y enseguida al público: “Me equivoque, vamos de nuevo”. Todo entre media cacajada. Todo pasándola bien. Haciendo lo que más le gusta en el mundo. Demostrando que es lo que más le gusta en el mundo. Demostrando su pasión y su amor a la profesión. Algo que el público valoró mucho más de lo que podría condenar cualquier error.
Porque mirar a alguien disfrutando genera mucho disfrute. Y el canto, el baile e incluso el deporte permiten esa experiencia compartida. ¿O no la pasamos genial viendo a un hijo en la cancha, si él la está pasando bien, aunque su equipo no gane?
Ahora sí: la selección, el Mundial, Islandia y lo que viene. La verdad es que podemos criticar cuestiones tácticas y decisiones erradas, pero el tema central es que Argentina tiene que aprender a pasarla un poquito mejor.
Lamentablemente, los hombres de Sampaoli parecen haber comprado esa postal de que el sacrificio es rey. De que no existe el disfrute. FALSO, señores. De toda falsedad. En todo caso sufran en los entrenamientos, en los ensayos, en las prácticas. Para disfrutar los partidos. Ahí donde los mira la gente y quiere admirarse de su naturalidad. De los dotes que la práctica ha vuelto automáticos.
Todos ellos son virtuosos que saben hacer cosas con la pelota (y sin ella) que deslumbran a los amateurs que miran. Todos queremos ser Ligia Piro, pero no tenemos su voz. Y nos encantaría ser Messi, pero no para patear un penal sino para poder tirarle un caño al compañero de oficina y hacerle un gol de rabona nuestro jefe.
La responsabilidad enorme que le imponen a estos jugadores termina siendo también una obligación autoimpuesta. Los futbolistas salen a la cancha pensando que tienen que ganar ganar ganar ganar ganar ganar y se olvidan de lo más importante: todo esto es un juego, que en algún momento los enamoró. Esa obligación los contrae, los agarrota, achica las piernas. Duele. El juego no se juega: se padece. Hasta el gol se grita con bronca en lugar de con alegría, como un alivio, una descarga de presión.
¡Ah, pero éste es su trabajo! ¡Son superprofesionales en un ámbito hipercompetitivo! Y bueno, la música, el teatro, el cine, también son profesionales. Y cantar es el trabajo de Ligia Piro, pero ella la pasó fenómeno.
Canten bossa nova o algún tema de Spinetta, cáguense de risa, muchachos. Aduéñense del show. No escuchen a los que les hablan de vida ni muerte, ni a los que arrojan parábolas bélicas ni los que ponen cara de velorio porque la pelota no entró.
Sonrían, la puta madre. Que los están filmando. Jueguen a jugar. Amen lo que hacen.
Ya nadie le pone lo lúdico al fútbol, ni se relaja. Ni gambetea porque tiene miedo a equivocarse en la gambeta. ¡Gambeteen, nomás! ¡Equivóquense, si es necesario! Pierdan la pelota para tomar el riesgo de hacer algo espectacular. Sorpréndannos. Sorpréndanse a ustedes mismos.
Cristiano Ronaldo arrancó el Mundial con un taco totalmente intrascendente. ¿Por qué? Porque tenía ganas. Porque estaba con ganas de pasarla bien. Casualmente -o no- metió tres goles en ese partido. Uno por tirar una bicicleta y arrojarse a la pierna de un defensor.
Nosotros queremos que la pasen bien ustedes. Que se junten para divertirse. Para divertirnos. Así la pasaremos mejor, todos. Ustedes y nosotros. Aunque perdamos. Y, créanme, va a ser mucho más fácil ganar si no están pensando en ganar.
Ustedes hagan su espectáculo favorito, y nosotros aplaudiremos de pie en tres bandejas enormes.
Y si tenemos suerte, saldrán en octavos a hacer un bis.