Antes de que desaparezca este fulgor mundialista que todavía nos permite hablar sin culpas de Brasil 2014, habría que aclarar un punto que según pasan los días parece ser más y más unánime: ¿Alemania fue un indiscutible y justísimo campeón?
Está claro que tiene un equipazo y muy buenos jugadores. No voy a descubrir lo dúctil que es Lahm, lo potente que es Schweinsteiger, lo movedizo que resulta Müller ni lo mucho que puede complicar a una defensa la pegada de Kroos. Tampoco puedo negar que Neuer cumplió con una labor extraordinaria y que Hummels apareció con un par de cabezazos que le vinieron muy bien al combinado de Löw para avanzar en la competencia.
Sin embargo, la pregunta es otra. No es una cuestión de si tiene hombres con potencial, individualidades o grandes antecedentes. Todo eso lo tiene. Alemania entró al Mundial como el mejor equipo del mundo. Se fue con la Copa. Ahora, ¿qué hizo en el torneo?
Es un poco extraño cómo la mayor parte de la prensa deportiva se inclina a elogiar sin concesiones a un conjunto como si hubiera brillado permanentemente alrededor sus siete partidos. Sinceramente, no lo hizo. Más allá de que logró quebrar la final después de 113 minutos, tuvo un excelente juego con Portugal y brilló -o mostró su hambre despiadada- en un partido absolutamente roto de semifinales ante Brasil.
Antes y después, no pasó gran cosa con su fútbol.
Recuerda un poco a la España de Sudáfrica 2010, en términos de que había hecho extraordinarios partidos antes de la Copa, desde la Euro 2008 en adelante. Pero allí, en el Mundial, tuvo rendimiento acorde a su promesa solamente en un partido, justamente frente a Alemania.
No es una cuestión de si tiene hombres con potencial, individualidades o grandes antecedentes. Todo eso lo tiene. Alemania entró al Mundial como el mejor equipo del mundo. Se fue con la Copa. Ahora, ¿qué hizo en el torneo?
Estaría bien revisar de a poco lo que sucedió con los germanos en 2014. Primero, paliza a Portugal, indiscutible, fueron mejores y manejaron la pelota como querían. Ahí ya se asentaron como cucos y lograron que alguno diera el pronóstico adelantado, no hace falta jugar, nos matan a todos, denles ya el trofeo.
Un par de peros: le cobraron un penal que no era -que determinó el 1-0 a los 11 minutos- y expulsaron rápidamente a un rival, algo que le facilitó el juego de toque y movilidad que venía practicando y que siente naturalmente. Hay poco que decir de esta goleada, salvo quizá que Lahm era mediocampista central, Mertesacker era uno de los dos centrales, Götze era titular como falso nueve y Schweinsteiger estuvo sentado en banco lejos de Löw, algo que en la prensa alemana repercutió como una señal de poca confianza entre ellos y que llevó a la revista 11 Freunde a nombrarlo como una “Figura marginal”.
El segundo partido fue el más sufrido para el equipo alemán. Contra Ghana, fueron atacados y sufrieron la velocidad de los delanteros africanos por su línea de fondo, que jugaba adelantada y estaba armada con cuatro grandotes lentos. Götze puso el 1-0 a los tres minutos del segundo tiempo y parecía que Alemania se iba a soltar para hacer su juego, pero 15 minutos más tarde los ghaneses ya habían dado vuelta el partido. La aparición de Klose, que pisó la cancha por primera vez en el Mundial para empujar una pelota al gol apenas entró, fue básicamente la diferencia entre un empate y una derrota. Alemania no jugó bien. Khedira, de un partido horrible, fue sustituido por Schweinsteiger y Mertesacker volvió a ser titular. Boateng se lesionó y Löw, en lugar de poner a Lahm de lateral, colocó a Mustafi en el lateral izquierdo para reacomodar a Howedes por el otro lado. Para él, como para Guardiola, el chiquito estaba para garantizar el primer pase.
Contra Estados Unidos, el juego resiste poco análisis. Jugaron a no lastimarse con un resultado que les venía bien a los dos. No nos gusta decir que fue un arreglo porque no tenemos ni una prueba. Tácticamente, lo único extraño fue que ni Götze ni Klose arrancaran el partido. En cambio estuvo Podolski, que perdería definitivamente el puesto por su intrascendencia. Khedira estuvo en el banco y ni siquiera ingresó. Schweinsteiger fue titular y acompañó a Lahm en el medio. Mertesacker, otra vez, jugó como zaguero.
Frente a Argelia el equipo fue similar, sin Hummels lesionado ni Khedira definitivamente castigado por su mal nivel ante Ghana. Götze volvió a estar desde el arranque y Alemania sufrió en defensa cada contraatque y no pudo vulnerar en ataque a un equipo bien agrupado que salía rápido con laterales o volantes por los costados y complicaba con centros. De hecho, Argelia al igual que Argentina anotó un gol que fue anulado –bien anulados, ambos- por posición adelantada.
Ése partido fue el que consagró a Neuer como uno de los mejores del Mundial: hizo de líbero, sacó todo, se adelantó veinte metros en la cancha para salvar las espaldas de sus centrales (otra vez, Mertesacker) que no estuvieron finos. Tuvieron que esperar hasta el alargue para sacar su ventaja. E incluso así, sufrieron un tanto al final que le agregó un poco de sufrimiento a esa clasificación que se daba casi por sentada.
Entonces vino Francia y finalmente Löw se convenció de que Lahm debía jugar en el lateral. Khedira volvió al medio junto con Schweinsteiger y Klose fue titular desde el arranque. El equipo que conocemos todos (fue el mismo que arrancó en la semi y el que estaba planeado para la final) ganó con un fusilamiento de cabeza de Hummels y muy poquito más. Pudieron empatarle sobre el final. Benzema tuvo un par muy claras y otra vez Neuer fue una de las figuras del partido.
Con eso llegó a la semi del 7-1. ¿Qué podemos decir más que “fue la primera vez que Alemania repitió una formación en el torneo”? Cualquier análisis sobre el juego es efectista. Ganaron con una paliza inesperada ante el local. Los mataron. Fueron mucho más. La sensación es que, después del primer gol, cualquier equipo con un poco de ambición podía vapulear a un Brasil fulminado. Pero Alemania aprovechó esa baja energía del rival para consolidar su idea de pase corto y para tomar confianza. Jugó 45 minutos serios y se reservó para la final, cuando ya el marcador estaba más que asegurado.
Entonces llegó Argentina, y que vengan a convencerme de que Alemania mereció ganar. De que fue más, de que fue superior. Es una cuestión que he discutido hasta con los colegas de esta misma revista. La definición fue pareja y la mayor parte de las diferencias que se pueden marcar son físicas. Más allá de las llegadas de gol de uno y otro, que ambos las tuvieron, no vi un merecedor del triunfo. Ganó Alemania porque acertó su chance.
Digamos que el cambio de Kramer por Khedira fue una auténtica porquería para el mediocampo del campeón. Por suerte para ellos, Kramer se lesionó y lo reemplazó Schurrle, que terminó tirando el centro para la definición de Götze en el único gol. Klose casi no apareció, Müller estuvo bien controlado por el sistema defensivo, Schweinsteiger fue obligado a hacer pases horizontales. Özil, de un torneo con intermitencias, para ser buenos, casi no gravitó. Los centrales, otra vez, sufrieron, pese a que los de Sabella atacaron en pocas ocasiones.
Entonces, ¿cómo es que este es el gran equipo que refundó el fútbol Mundial? Un equipo que jugó estrictamente dos partidos (casi tres), que ganó por 1-0 en cuartos y en la final sin llegar demasiado al arco contrario, que la tuvo realmente difícil ante Argelia, no me parece la reencarnación de Brasil del ’70.
La pregunta matadora es la siguiente: ¿entonces quién merecía ser campeón? Si tomamos el torneo como un todo, diría que Holanda tuvo una actuación casi tan destacada como la de Alemania, jugando a otra cosa. Le pasó con México lo que los teutones les sucedió con Ghana, y falló ante Argentina en el suplementario donde los de Löw tuvieron éxito. Ganaron con autoridad ante Chile y con sufrimiento frente a Australia. Encontraron su Argelia en Costa Rica. Lamentablemente, su 7-1 llegó temprano, demasiado temprano, en forma de 5-1, en la victoria a España.
¿Y Argentina? Pudo haber sido un merecido campeón. Si ganaba. Como perdió con un pecho y zurdazo que salvó a su rival de los penales -penales que, admitámoslo, a esa altura y con el resto físico que quedaba parecían el plan del equipo-, los fanáticos de guiarse por el resultado dicen que, sin dudas, el reinado de Alemania es inobjetable. Porque tiene grandes jugadores y un proceso que merece ser premiado. Eso no quita que Alemania haya mostrado su mejor fútbol mucho antes de este Mundial.