… Porque nació aquí, se crió aquí y vivió, padeció y disfrutó de ese enigma que es la Argentina. (Publicado en el N°52 – Octubre 2012)

“Todo empieza con un sueño”. Así le explicó su historia Maravilla Martínez a Alejandro Fantino, en el comienzo mismo de una memorable entrevista televisiva. Y a partir de allí fue desplegando un relato de su propia vida, en el que cada episodio ocupa su lugar como parte del camino que lleva al origen, al sueño. Un camino circular que empieza allí donde termina.

El sueño de Maravilla era ser un campeón. El boxeo es la forma que adoptó el camino, podría haber sido otra. Él mismo cuenta que intentó con el fútbol pero rápidamente descubrió que le faltaba talento. Cuando Fantino le preguntó, reportaje mediante, cuánto de talento y cuánto de sacrificio había en un campeón como él, Maravilla contestó que solamente había una porción infinitesimal de talento, que el resto era trabajo. Pero en el fútbol, pareció haber entendido, a él le faltaba esa porción infinitesimal, e iría a encontrarla como boxeador.

En esa circularidad del camino que nace en el sueño y termina en el sueño desfila toda la autobiografía de Martínez. Sus penurias y sus azares se suceden como en un relato de iniciación heroica: vestuarios mugrientos e inundados se cruzan con limusinas que lo llevan de un fastuoso hotel a un estadio de Las Vegas a pelear contra un campeón de quien no tenía casi ninguna noticia. Maravilla sufrió allí la humillación, la indiferencia, el fracaso. Fue en el Mandala Bay, y allí Antonio Margarito noqueó a Martínez en siete asaltos, el 19 de febrero de 2000.

En esa circularidad del camino que nace en el sueño y termina en el sueño desfila la autobiografía de Maravilla Martínez.

Y en 2001 se va del país incendiado a buscar fortuna en Europa para encontrarse con una nueva saga de dolorosas peripecias. Allí es donde trabaja en tres empleos mientras se entrena para sus peleas, allí se lesiona y allí descubre, en un papel olvidado y accidentalmente recuperado, el nombre de un entrenador de boxeo a quien un amigo le había recomendado llamar para abrirse paso; ese hombre todavía hoy es el entrenador de Maravilla.

En todo el trayecto, el campeón siente que avanza hacia su destino. Y hoy, después de la memorable noche del título ganado contra Chávez Junior, Maravilla sigue diciendo que su sueño es “ser campeón”. La épica que despliega su relato es inseparable de su desempeño boxístico: sin soportes como la exhibición de la otra noche y sin ese novelesco round 12 en el que pareció que perdía la mejor pelea de su vida, la épica se reduciría a una ocurrencia de charlatán. Además, el hombre no habla de su destino de campeón como si no tuviera nada que ver con los enormes esfuerzos, con los inauditos dolores, con una vida, en fin, sacrificada: al contrario la condición de elegido se revela en la disposición sacrificial.

Martínez ascendió a la cima a la edad en que otros ya se han retirado o están en camino de hacerlo. Su boxeo, sin embargo, no se sustenta exclusivamente en la sabiduría que da la experiencia; le suma un impresionante estado atlético y unos reflejos físicos que parecen propios de otra edad. Es difícil encontrar un antecedente boxístico nacional de la amalgama de recursos que exhibe.

Monzón tenía una rara combinación de fuerza golpeadora y de cálculo de tiempos y distancias. Maravilla no pega tanto como el santafesino, pero ha dejado fuera de combate a varios importantes boxeadores de la categoría y, además, tiene atributos como una eficaz defensa, amplia variedad de golpes, movimientos de tiempista a lo Nicolino Locche y una manera de caminar el ring que evoca a Luis Federico Thompson. En un tiempo en el que el boxeo argentino ha perdido varios escalones en el plano mundial, la figura de Martínez nos lleva a la evocación de las grandes estrellas de la época de oro. Pero no, como suele suceder, para evocar con nostalgia el brillo de las horas pasadas, sino para sentirlas renacer, intactas y aún superadas, en este nuevo personaje de altura.

Este campeón que avanza hacia su sueño es un fenómeno casi más global que argentino, aún cuando vivió gran parte de su vida en el país. Nos hemos enterado e interesado en sus hazañas, casi al mismo tiempo y por los mismos medios por los que lo han hecho sus admiradores en las más diversas partes del mundo. La grey de quienes puedan recordar haber visto algunas de sus peleas en la Argentina es, seguramente, muy reducida y totalmente insignificante en proporción con sus actuales cultores. En los primeros esbozos programáticos después del último triunfo, Martínez habla de una gran pelea suya en el estadio de River, tal vez para reparar esa distancia. Pero el campeón es argentino, sin duda. Acaso sea un fenómeno global solamente porque es argentino. Su viaje, ese famoso viaje que lo dejó en Madrid después de tres días continuos de mal informado derrotero que incluyeron la larga travesía ferroviaria desde Roma hasta su destino, no fue una experiencia individual. Fue una experiencia dolorosamente argentina. Una experiencia colectiva. Nacional.

Fue un viaje de huida, un viaje de frustración. El impulso para el viaje de un joven y ambicioso boxeador no es, a principios de 2002, el clásico peregrinaje de tantos sueños argentinos emigrados hacia el centro en busca de grandeza. Maravilla viaja a Europa en el tiempo y por la causa por la que lo hacen miles de compatriotas. La única diferencia es que él ha tenido un sueño y viaja hacia él. Si pensáramos su albur desde el punto de vista del tiempo no circular, podía haber llegado a campeón o a sobrevivir en condiciones más o menos dignas en empleos de menos calificación que la de un buen boxeador. Y acaso el imaginario episodio del emigrado raso hubiera desembocado en el regreso junto a los miles que lo han encarado en estos últimos meses, corridos por la crisis y con la expectativa cierta de un país más digno que aquel que abandonaron.

De manera que Maravilla es argentino por nacimiento y lo es por el itinerario incierto de sus pasos cuando la Nación estuvo a punto de consumirse. Una fácil alegoría podría concluir en que su triunfo simboliza el de la recuperación de la patria. Pero prefiero dejar ese territorio en manos de talentosos publicistas en busca de usos más o menos inmediatos y triviales, y mantenerme en la imagen del camino circular hacia y desde un sueño. Esa imagen sí que nos habla profundamente a los argentinos desde un plano que está más allá de las fronteras geográficas. Maravilla ha decidido vivir su vida como una novela. Una novela es un destino, y un destino puede admitirlo todo: el dolor, la frustración y finalmente la muerte. Lo que no puede admitir es la traición a sí mismo. Al ideal heroico, eso sí, no le pidamos esa virtud tan mediocre que es la coherencia. No estemos al acecho del héroe haciéndole notar todos sus actos indignos de su noble ideal. Mirémoslo no como a un ídolo, sino como a uno cualquiera de nosotros. Solamente prestemos atención a la consecuencia y a la paciencia rabiosa con que persigue su sueño. También como país podemos empezar con un sueño.