Ahora dicen que Barros Schelotto es aspirante a dirigir la Selección. ¿Otra opereta? ¿No era que ya estaba confirmado Sampaoli? El asunto es que un diario español habló del Mellizo, pero el Mellizo desmintió el rumor. Juró que sólo piensa en Boca (¿les suena?). De todos modos, resulta difícil de creer (tanto su candidatura como su negativa a considerarla) porque ya aprendimos a desconfiar de todo lo que se diga en torno al sucesor de Bauza
Pensé para mis adentros cuando ocurría la comedia: Sampaoli no es representativo del fútbol argentino. Pocos conocen más que su fama de metódico planificador, tal vez poco revirado a lo Bielsa –obsesivo, sanguíneo–, y su imagen de técnico top a partir de la Copa América obtenida con la selección de Chile. Se diría que es una incógnita con un legajo prestigioso.
Tampoco suena del todo coherente el señor Tapia como cabeza de la AFA y encargado de elegir nada menos que al entrenador nacional. Procede de un club muy menor como Barracas Central y parecen avalarlo más los padrinazgos pesados y la rosca que los méritos en la gestión.
Pero a falta de representatividad en los nombres –esa delegación de identidad que ejercemos con el fútbol–, puede en cambio encontrarse una expresión cabal de los tiempos que corren en el procedimiento. Esto es: mentir a micrófono abierto, con cierto paternalismo que descuenta la ingenuidad del auditorio (la ciudadanía), mientras se corta el bacalao –así decía mi abuelita– en privado, en torno a la mesa chica.
Los actuales gobernantes han hecho de esta dualidad su estilo distintivo. La promesa y la violación mediata de la promesa son las dos etapas de este proceso que roza la perfección. Quien practique un somero repaso de las consignas de campaña del partido de la Alegría y las contraste con los posteriores actos de gobierno podrá corroborar la persistencia dogmática de la mentira. Y el consiguiente menosprecio por los destinatarios de sus mantras.
Por lo tanto, hasta esta semana, la yunta Tapia-Sampaoli reflejaba un estado de cosas. Un aire de época. Digo hasta esta semana porque el fallo de la Corte Suprema que aplica la ley del dos por uno a un acusado de crímenes de lesa humanidad nos envía a otro tiempo. La amarga regresión podría anclarnos en los noventa, época de trato gentil y concesiones de impunidad hacia los genocidas. Habría que acudir entonces, en sintonía con la vocación retardataria que campea entre los númenes de la Alegría, al Coco Basile o a Passarella. Dedicados a otros menesteres, difícilmente aceptarían componer una réplica de lo que pasó hace tantos años, cuando el fútbol era otro y ellos también.
Claro que si nos ponemos estrictos y consideramos la validación apenas velada de los crímenes de la dictadura que pervive no sólo en el fallo de la Corte sino en el discurso de muchos funcionarios, tendríamos que ir a buscar a Menotti para estar a tono con el revival.