En estos días llegará a la Argentina Primo Corvaro, enviado de la FIFA, a manifestarle su apoyo al Comité de Regularización que conduce Armando Pérez, cariñosamente motejado en la sede de Zurich Pepe Curdele.
Cualquier semejanza con las misiones del Fondo Monetario Internacional es mera coincidencia. El asunto es que la FIFA apoya los cambios que supuestamente impulsa el CR, conducción colegiada en la que ha incidido de manera directa el presidente de la Nación.
Obra una contradicción que no termino de entender: la FIFA (y sus federaciones asociadas) impide de manera antijurídica recurrir a los tribunales ordinarios para zanjar entuertos del planeta de la pelota, pero no opone objeciones a que el poder político digite la vida interna del fútbol como está sucediendo ahora con la AFA.
En el complejo sistema de alianzas que rige en la calle Viamonte, acaba de aparecer un nuevo viejo actor, Daniel Vila, presidente del grupo América y compañero de andanzas comerciales de un ladrón a sueldo de la corona argentina en los años locos menemistas, José Luis Manzano. El magnate de los medios tiene una historia en el fútbol como dirigente de Independiente Rivadavia de Mendoza. Y una vez, así como Orélie Antoine Tounens se autoproclamó rey de la Araucanía y la Patagonia, Vila se invistió presidente de la AFA con un mandato tan imaginario como el del aventurero francés.
Se supone que Vila es una pieza de Macri para rivalizar con Marcelo Tinelli y destrabar a su favor el conflicto perpetuo. Pero más allá de estas aburridas pulseadas palaciegas, el asunto de fondo que se agita desde siempre es la reforma estatutaria de AFA. En la FIFA dicen abonar la modernización de todos los estatutos del mundo, sin que quede muy claro a qué se refieren. En la Argentina, una hermandad de tiburones, con Mauricio Macri en el vértice superior (y sus amanuenses, como Angelici, en la trama cotidiana), brega por cambiar la letra impresa que restringe el desembarco de las sociedades anónimas en los clubes.
Al parecer, en las instituciones argentinas, salvo excepciones y avivadas, prima el criterio de defender las “entidades civiles sin fines de lucro”. La ronda de consulta entre los socios de Racing es una muestra en ese sentido. Cabe recordar que el estatuto de AFA vigente prohíbe en el mismo párrafo las “sociedades comerciales” y que la dirigencia cobre por su tarea.
¿Significa esta laudable postura que los clubes cumplen efectivamente con las consignas sociales bajo las cuales fueron fundados (y que figuran en sus estatutos)? El presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, dice que su club sostiene una cantidad de actividades que no son rentables y que invierte en infraestructura (con beneficio comunitario). Resalta además la función sanitaria de las entidades deportivas, por cuanto permiten, según él, que los chicos se alejen de las drogas (y recurran al entrenamiento atlético, como si fuera una elección automática y sin alternativas tipo multiple choice).
Lo más saliente de esta defensa es que River, al decir de D’Onofrio, pasó de computar pérdidas a dar superávit. La propaganda comandada por el gobierno nacional (a través de la Afip) y refrendada por la AFA enfatiza hasta la caricatura y la falsedad el desastre económico imperante (la pesada herencia, en menor escala) para que, ipso facto, los benditos privados y sus fondos de origen dudoso aparezcan como la caballería que corre al rescate.
Al leer las declaraciones de D’Onofrio corroboré que los clubes, acaso con honestidad intelectual, defienden apenas una forma jurídica (la asociación civil), pero no la cultura que le dio origen. Coloquemos a River aparte (creámosle a su presidente) y veremos que, en general, la infraestructura, la inversión social, la participación del barrio, la oferta cultural, el desarrollo de los deportes amateur y un etcétera generoso no figuran en la agenda de los clubes. Sí el lucro de una minoría.
Las instituciones de fútbol destinan su presupuesto a enriquecer jugadores, entrenadores y agentes que merodean el mercado de las transferencias sin ningún control de parte de los socios ni transparencia informativa (¿alguien sabe cuánto ganan los jugadores?). Por lo demás, es esta unidad de negocios (ya no club) la que convoca a los privados en calidad de auspiciantes. Y el dinero jamás se derrama, como ya sabemos. Por el contrario, nunca alcanza.
¿Los fundamentos de las entidades civiles son compatibles con la híper profesionalización? A simple vista, no. En parte porque los propios socios son capaces de arriesgarse al quebranto y la devastación con tal de dar la vuelta olímpica. Lo llaman pasión.