Escuché decir, al pasar, que éste era un equipo viejo. Que no tenía altura, que no tenía rotación, que no tenía piernas. En parte, los escépticos de turno tuvieron algo de razón, pero se olvidaron de una de las cosas más importantes que tiene este deporte: la actitud, el carácter, la entrega. El entusiasmo de luchar todos los días por ser algo más de lo que uno es o de lo que, a priori, debería ser.
La Selección Argentina de básquetbol es más de lo que es, o de lo que a priori debería ser. Incluso cuando pierde. Con rivales que lo superan en estatura, en musculatura, en juventud, en preparación física. El Chapu Nocioni dice: “Vendríamos a ser el contrario justo del slogan olímpico ‘Más rápido, más alto, más fuerte’. O sea: más lentos, más bajos, más débiles.
No importa el partido. Argentina no juega bien pero gana contradiciendo el mensaje que el propio Manu Ginóbili, su jugador insignia, expresó en la derrota post Lituania: “Quisimos ganarlo a los empujones y si perdés la compostura, te la hacen pagar”.
Argentina cayó ante España, es cierto. Y claramente. Porque perdió la compostura y se lo hicieron pagar. Pero, por ejemplo, venció a Brasil a los empujones. Con un básquetbol extraño, fuera de libreto, absurdo. Cometiendo mil errores, pero también dejando en claro que cuando las cosas verdaderamente importan, el equipo aparece.
Ahí van, de nuevo, esos viejos locos.
La Selección Argentina, ésta Selección Argentina, es el equipo más olímpico que alguna vez existió en el deporte mundial. Es el triunfo el disparador del estupor generalizado, está claro, pero es la línea de conducta, el proceder adecuado y las palabras precisas las que despiertan orgullo. Es Scola hablando antes de empezar un partido sobre el respeto al rival, es Ginóbili pidiendo buen comportamiento en las tribunas, es Delfino aceptando limitaciones, es Nocioni asumiendo culpas, es Campazzo asumiendo su rol de heredero, son los jóvenes escuchando a los adultos sin hablar, es el último jugador ayudando al primero a ser más primero que nunca.
Los seguidores de este equipo inmortal nos hemos convertido en cazadores de imposibles, en adictos que persiguen hazañas impostergables. Desde hace años esperamos la última vez, como si de un libro o una película se tratase. Pero el último tango nunca llega, porque este grupo está diagramado con la estructura absurda del libro de arena de Jorge Luis Borges: siempre hay una página más, una línea más, una letra más.
Éste es el triunfo del bien común, de la ética, de la solidaridad, de la ayuda al prójimo, de las reglas claras. Incluso en la derrota. ¿Existe ese país? Ellos nos dicen, jugando al básquetbol, que sí, que vayamos a buscarlo, que está ahí frente a nosotros. Que también somos eso, aunque se esmeren en decirnos a diario lo contrario. Ésa es la clave y la esencia de este equipo interminable: el mensaje fue, es y será mucho más importante que el mensajero. Trascender, de eso se trata.
Se puede ganar o se puede perder, pero todo tendrá que ver con la forma, que siempre deberá ser más que el contenido. Eso es lo que diferencia a los justos de los miserables. A los valientes de los cobardes.
Perseguimos, desde hace décadas, un intangible que se entrega a cuentagotas. Los seguidores de este equipo inmortal nos hemos convertido en cazadores de imposibles, en adictos que persiguen hazañas impostergables. Desde hace años esperamos la última vez, como si de un libro o una película se tratase. Pero el último tango nunca llega, porque este grupo está diagramado con la estructura absurda del libro de arena de Jorge Luis Borges: siempre hay una página más, una línea más, una letra más. Hay algo indefinible que nos permite seguir sumergidos en este sueño increíble. Algo que, a este grupo de notables, les da credencial para ser infinitos.
Esta historia de amor aún tiene capítulos por escribirse.
*Esta nota fue publicada originalmente en la página web de ESPN.