Un penal adentro o un penal afuera. La vida entre los exitosos y los perdedores parece estar dividida por un remate desde 11 metros.
Si se va afuera o lo ataja el arquero, el equipo del ejecutante se convierte automáticamente en una manga de amargos, pecho frío, cagones, bielsistas, menottistas, líricos, perdedores, idiotas, miedosos; jugadores y técnico que no dieron la talla o no estuvieron a la altura de la circunstancias…
Pero si la pelota ingresa en el arco, estamos hablando de ganadores, hombres de sangre caliente, héroes, bilardistas, sabellistas, pragmáticos, grandes estrategas, inteligentes, valientes; jugadores y técnico que dieron la talla y que estuvieron a la altura de la circunstancias…
Últimamente vivimos cinco definiciones por penales.
En los cuartos de final del Mundial 2006, ante Alemania, con derrota. ¡Cagones!
En la Copa América 2011, en Argentina, ante Uruguay, con derrota. ¡Cagones!
En la semifinal del Mundial 2014, ante Holanda, con triunfo. ¡Héroes!
En los cuartos de final de la Copa América 2015, ante Colombia, con triunfo. ¡Héroes!
En la final de la Copa América 2015, ante Chile, con derrota. ¡Cagones!
¿Importa cómo se llego hasta los penales? No demasiado.
En caso de perder, ¿se hubiera valorado de la misma manera el soberbio partido que Argentina jugó ante Colombia en la Copa América de Chile?
¿Se midió correctamente la derrota ante Uruguay en la Copa América de 2011, en donde Argentina mereció ganar más allá de no haber jugado del todo bien?
Con Alemania, en el 2006, en el Mundial, perdimos. ¿Importó el miedo con que jugó el equipo de Pekerman? En el hipotético caso de haber pasado a semifinales, ¿se hubiera hablado del ingreso de Cruz y de la permanencia de Messi en el banco de suplentes?
Al vencer a Holanda en los penales, ¿no se sobrevaloró aquella actuación? Se comentó mucho aquella frase de Mascherano a Romero (“hoy te convertís en héroe”), ¿pero alguien se detuvo a pensar el miedo con que jugó Argentina, la poca audacia del equipo?
Si en lugar de perder con Chile en la definición, hubiésemos ganado y roto la mala racha de 22 años sin títulos, ¿alguien hubiera señalado que Argentina jugó mal y que cambió su actitud ofensiva por otra más tímida?
Creemos conocer las respuestas, pero se las dejamos a los lectores.
¿Importa el juego o sólo importa el resultado? ¿Sólo queremos ser campeones sin fijarnos en cómo lo conseguimos?
“¡Hace 22 años que no ganamos nada!”, gritan algunos, como si el mundo nos estuviera debiendo algo a los argentinos. “¡¿Cuándo vamos a ser campeones?!”, dice otro como si nuestro destino debiera ser sólo el de dar la vuelta olímpica. “Era ahora o nunca”, se repite en la TV. ¿Por qué? ¿Acaso se viene el fin del mundo y nos enteramos? ¿No hay otra Copa América en 2016? ¿Y los Juegos Olímpicos? ¿El Mundial no se juega cada cuatro años? ¿Por qué ahora o nunca? ¿Acaso el deporte no es dinámico?
Otra sentencia absurda: las finales se ganan. Chocolate por la noticia. El tema es que la juegan dos. Uno gana y el otro pierde. Es la esencia del deporte. Hay que aprender a convivir con los resultados adversos. Y no hay que sacarse del cuello las medallas plateadas o irse a los vestuarios sin aplaudir o reconocer a los vencedores. Hay que saber ganar. Pero mucho más, hay que saber perder. La grandeza no se muestra en el éxito, sino en la derrota. La Peque Pareto era la candidata a llevarse la medalla dorada en judo, en los 48 kilos. Pero perdió con la cubana Dayaris Mestre. Cuando terminó el combate, La Peque levantó en andas a su adversaria. Y todavía caliente por la derrota dijo: “Esto es un deporte, se gana y se pierde. Tal vez ahora le tocaba a ella que es una muy buena luchadora, se entrena mucho y se lo merece, estoy contenta por ella también.” ¡Qué lejos está el fútbol de este espíritu, ¿no?!
Hoy por hoy, Sampaoli es una mezcla de Rinus Michels y Pep Guardiola. Y Martino, para muchos es el peor del barrio. Messi es un perdedor (¡justo él!) y Gari Medel es Beckenbauer. Y se sigue recordando a Maradona, quien jugó 17 años en la Selección y ganó solo un título, maravilloso, por supuesto, pero un solo título al fin. Ninguna Copa América ganó el Diez. Pero el tiempo maquilla todo y ahora se lo recuerda a Diego como un semidios que todo lo podía. Quién firma esta columna lo recuerda a Maradona frustrado tras el Mundial del 82, atribulado en las eliminatorias para México 86 y con muchísimos partidos de bajo nivel. Diego fue y sigue siendo el deportista más grande que vi en mi vida, pero también perdía. Una cosa no quita la otra.
Resulta que para muchos amantes del resultado por sobre todas las cosas Baley, Rubén Galván, Daniel Killer, La Volpe, Miguel Oviedo, Pagnanini (campeones del Mundo en 1978), Oscar Garré, Luis Islas o Zelada (campeones del Mundo en 1986) son mejores que Riquelme, Verón, Mascherano o Messi, por citas algunos casos. Resulta que aquellos, los campeones, hicieron más por este deporte que los otros, los que no ganaron nada con la camiseta celeste y blanca.
Es injusto el deporte. O mejor dicho, es injusta la valoración que se hace de los deportistas amparándose en la dictadura del resultado.
Y ni siquiera eso. Amparándose en un puto penal.