Retirado precozmente por culpa de una hepatitis, la colimba y otras adversidades (entre ellas, quizá, un talento que no era desbordante), Néstor Apuzzo se obstinó en permanecer en el fútbol (en el club de su amor, Huracán) a como diera lugar. No había plan B.
Así, además de jugar futsal, ese fútbol miniaturizado cada vez más competitivo, hizo una carrera como coordinador de inferiores. Su escaso roce con grandes entrenadores (estuvo en el banco unas cuatro o cinco veces pero no logró debutar en Primera, luego ambuló un tiempo por el ascenso) lo obligó a fiarse más de la intuición que de la experiencia. A ser un autodidacta cabal. No le ha ido nada mal: puesto a exhibir su CV, se jacta de haber colaborado en la formación de, por ejemplo, Leandro Grimi, Mauro Milano, Daniel Osvaldo, Paulo Goltz y Matías Defederico, entre otros.
Hombre de la casa, comprometido, buenazo y siempre listo, Apuzzo es, cómo no, el interino cantado para las crisis. A los técnicos del segundo o tercer pelotón, los clubes suelen tirarles la papa caliente. Y cuando se enfría, los regresan a sus quehaceres discretos para contratar a algún DT con el debido cartel.
En su reciente interinato, Apuzzo no sólo se hizo cargo del timón tras la salida de Frank Kudelka. No sólo vadeó el río revuelto sino que produjo un verdadero milagro. En dos meses, rescató al equipo, que estaba en el fondo de la tabla en la zona B y a siete puntos de la última plaza para ascender, y lo condujo a Primera. Por el mismo precio, se quedó con la Copa Argentina. Luego de 41 años, Huracán volvía a salir campeón.
La corta campaña de Apuzzo (la antítesis exacta del “proceso largo” que se pregona como indispensable) debe ser la más exitosa de un entrenador en la historia de Huracán. Lo cual nos enfrenta a la urgente pregunta sobre los requisitos para llegar al éxito como entrenador.
¿Apuzzo es un tapado que, en la intimidad el vestuario, desarrolla fórmulas tácticas que despertarían la envidia del Loco Bielsa y lanza sermones más estimulantes que las anfetaminas? No lo creo.
Si nos atenemos a sus declaraciones, las claves son el trabajo y la humildad. Pero su malogrado antecesor también decía que lo principal es el trabajo y la humildad. Y Diego Cocca, flamante niño mimado del gremio, eje de otra hazaña como esparcir la alegría en Racing, baraja la misma pócima: trabajo y humildad.
Si se avienen al tedio de escucharlos, verán que tanto los técnicos más cientificistas como los románticos, los intuitivos, los pragmáticos o los segundones dicen lo mismo. ¿Entonces?
Sospecho que el asunto de los DT es como el amor. Cualquiera no encaja con cualquiera. Y siempre hay un roto para un descosido. Es una cuestión de complementos, de necesidades personales (en este caso grupales) y muchas veces coyunturales. En ciertos momentos, los planteles requieren un líder expansivo, un gran protagonista. En otras, calculo, lo único que desean es que el entrenador salga del centro de la escena. Los deje vivir. Acompañe en silencio, como un compañero. No se trata de saberes absolutos sino de armonizar momentos y personalidades. Armar la figura. A veces, uno que pasaba por ahí, vio luz y subió, termina dando la vuelta olímpica.