Debutar contra la que hoy es la mejor selección del mundo no le debe haber hecho mucha gracia a Jorge Sampaoli. Pero es lo que marcaba el calendario y había que ponerle el pecho. La primera y rápida lectura es que el nuevo entrenador sabe lo que quiere para su equipo y no se achicó por tener a Brasil enfrente.
La ilusión por llegar a un puesto soñado no confundió las ideas de Sampaoli. “A mí me gusta jugar así y vamos a jugar así”, le habrá comentado el técnico a su almohada australiana. Quizás la almohada, algo más prudente, le preguntó: “¿Estás seguro? Mirá que jugás contra Brasil, ¿eh? Mirá que si te equivocás te matan los brasileños y vas a empezar el ciclo con críticas”. Como si Sampaoli no lo supiera… Sin embargo, se animó a asumir riesgos. Pero, la mejor noticia, es que supo convencer a sus futbolistas de asumirlos también.
De entrada se pudo ver a una defensa que cuidó la pelota, que trató de limpiar la salida para pasar la primera línea de presión brasileña y luego imprimir velocidad con los cuatro de arriba. Así dicho, parece muy sencillo, pero no lo fue. Porque le costó mucho hacerlo a la Selección, porque no es una tarea sencilla con apenas unos días de trabajo y porque enfrente había unos de amarillos que estuvieron al acecho. Pero hubo una jugada fetiche que demostró que el equipo quiso ser valiente. Argentina perdió feo una pelota en la salida y Brasil no marcó de milagro. La mayoría de los equipos habría revoleado la siguiente bola para respirar un ratito, pero la Selección volvió a intentarlo. Prueba y error. Y prueba y acierto unos segundos después. Tic, tac, se ofreció Dybala, pase largo a Di María y zurdazo al palo. Es decir: por respetar una idea, Argentina podría haber estado 0-1 y, por seguir respetando una idea, Argentina podría haber estado 1-0.
No quiso tocar mucho los nombres Sampaoli y el único en serio que tocó despierta esperanza: José Luis Gómez. Sin experiencia en la Selección, el lateral fue uno de los mejores intérpretes del técnico en la cancha. Porque se ofreció siempre, porque tocó siempre y porque trepó siempre. Jugó apenas un ratito pero es inevitable pensar que puede ser para Argentina lo mismo que Isla para Chile. Lo que faltó fue que sus compañeros confiaran más en él. Messi prefirió buscar a un Dybala marcado en vez de abrir cuando Gómez esperaba solo y el mismo Dybala buscó un difícil tiro a colocar en vez de apoyarse en un Gómez que pasaba por la derecha como un tren. Pero está claro que ahí hay una alternativa.
Lo que le faltó a la Selección, paradójicamente, es lo que le suele sobrar: Messi. Leo, y el resto de los de arriba, tendrán que acostumbrarse a no ser los salvadores sino a ser partes de un engranaje. No es lo más complicado y cuando se consiga será otra buena noticia: que haya un equipo que respalde al crack, que el crack sea la frutilla del postre y no la entrada, el plato principal, el café y el limoncello. Y si no está Messi para meterla, siempre quedará Mercado, que tiene una particular relación con el gol. Así se explica que le haya caído la pelota servida después del cabezazo de Otamendi al palo. Por cierto, ese cabezazo de Otamendi llegó después de un córner trabajado. Argentina no reventó pelota en la salida y tampoco la tiró al área por tirarla. Tres toques desarmaron a la defensa brasileña antes de que el central pudiera cabecear así.
Demasiados cambios en la segunda parte desnaturalizaron al equipo y Brasil tuvo chances suficientes para conseguir lo que hubiese sido un justo empate. Aunque arrancar con una victoria ayuda mucho a la confianza, lo que de verdad ayuda es confiar en las ideas. Y Sampaoli y la Selección dieron un buen primer paso.