Lo hemos discutido hasta el cansancio en este y otros espacios. Los entrenadores deben ser evaluados por los resultados. Esto no quiere decir solamente ganar partidos o títulos, sino exhibir los frutos de su proyecto (se supone que todos tienen uno, hasta los más afines a la improvisación romántica). Con salarios propios de súper gerentes de empresas multinacionales, es lógico que, al igual que a estos, se les estipulen y demanden objetivos, de los cuales dependerá su estabilidad en el club.

Pero el mundo del fútbol siempre los ha tratado como a voluntariosos becarios de alguna academia. Modestos trabajadores de una ciencia que sólo requiere tiempo de espera para mostrar sus hallazgos. Se ha velado con abnegación militante por el “respeto a los contratos”, como si se tratara de un dogma.

En el mundo del fútbol se ha velado con abnegación militante por el “respeto a los contratos” de los técnicos, como si se tratara de un dogma. No sólo los interesados directos son inflexibles con la dignidad sacrosanta del contrato rubricado. Por amistad con los entrenadores, por legalismo desenfrenado o alguna otra razón que se me escapa, los periodistas son mucho más enfáticos

La palabra empeñada, sobre todo si media una firma, debe honrarse. Lo que decimos es que en algún apartado (letra grande, eh, no tipografía de disimulo) es menester que se fijen propósitos razonables para tal convenio. Se trata del diseño del fútbol profesional de clubes que viven precisamente de eso, del fútbol profesional. Hasta ahora, los entrenadores firman contratos de seis cifras mensuales para hacer lo que pueden. Si le dejan algo a la institución, mejor. Tienen la anuencia de los dirigentes, por supuesto.

No sólo los interesados directos son inflexibles con la dignidad sacrosanta del contrato rubricado. Por amistad con los entrenadores, por legalismo desenfrenado o alguna otra razón que se me escapa, los periodistas son mucho más enfáticos. Les va la vida en la defensa de la continuidad de los técnicos. Detectan allí una clave ética del fútbol que seguramente no comprendo. Sólo el castigo verbal a los violentos (considerados como una deformidad de la familia futbolera) merece similares desvelos.

Por lo tanto me sorprende que desde el fútbol nadie se haya pronunciado por la ola de despidos que caracterizan (es su efecto destructivo más evidente) el primer bimestre de Macri como presidente (o CEO de la Nación, como lo llama la revista Barcelona). Se ha dado de baja a miles de personas que tenían una garantía firmada, por precaria que fuera. Para ser más exactos, según el Observatorio de Derecho Social de la CTA, los despedidos son 22.793 (hasta el 3 de febrero). Se estima que en el sector privado el tendal llega a 10 mil.

Y sin embargo, ni rastros de la vehemencia con que se defiende el salario negado a un profesional de la dirección técnica. Más que el silencio de muchos sindicalistas, que gozan de sus merecidas vacaciones, más que la quietud de la mayoría de los líderes políticos del campo popular, llama la atención (diría que escandaliza) la ausencia en el debate público del mundo del fútbol. Un escenario que ha hecho de la estabilidad laboral (de los entrenadores) su principal bandera.

Sin embargo, ante los despidos en masa que se dan desde el Estado, no hay ni rastros de la vehemencia con que se defiende el salario negado a un profesional de la dirección técnica

¿Será que, ante el denuedo de los DT, las fatigas de los empleados estatales resultan insignificantes? ¿Será que por estricto respeto a la división nacional de las ocupaciones y ámbitos de interés y autoridad, el fútbol no quiere meterse con algo que no sea el fútbol: algo como, por ejemplo, la sociedad y la vida de los otros, dominios por completo ajenos?

En cualquier caso, sé que la probada sensibilidad del fútbol, en especial de los periodistas, ante un tema tan delicado como la pérdida del empleo, los hará reaccionar. Tarde o temprano.