Hacía ya más de 13 años que no iba a lo que a todos le gusta llamar el “predio de la AFA”, más allá de que decirle “predio” a un campo de entrenamientos es horrendo. Primera impresión: es un lugar diferente, con vigilancia amable, con sectores para los juveniles y los mayores, con salas de prensa, con una organización bastante alejada de lo que uno se imagina que es el fútbol argentino. Mientras íbamos con Mauri, Colonna y Didonato hacia la nota, pensaba sobre este asunto. Sin ir más lejos, cuando solicitamos la nota con Martino nos la dieron con 20 días de anticipación, algo también inusual para el caos argentino.

Una vez que llegamos y empezamos a montar nuestros equipos, nos desayunamos con que sólo teníamos media hora para charlar con el entrenador de la Selección. No era que tuviéramos mucho para decirle, pero siempre es desagradable que te limiten el tiempo de conversación. Uno siempre espera que el diálogo se prolongue un poco más allá de lo esperado. Uno siempre espera ser más o menos interesante para seducir a su entrevistado y para que la “sobremesa” se prolongue un poco más. Los límites, para decirlo claramente, rompen las pelotas.

A los pocos minutos llegó Martino. Distendido, relajado, tranquilo. Tampoco esperábamos lo contrario ya que, suponíamos, sabía perfectamente con quienes se iba a encontrar. No teníamos dudas, y a los pocos minutos de comenzada la entrevista lo confirmamos, el DT de la Selección conocía el perfil de la revista más allá de que no estuviera muy al tanto de algunos pormenores. Por ejemplo de que ahora sólo es digital y de que el papel se convirtió de un tiempo a esta parte en una aventura inalcanzable para una revista como la nuestra, debido a los costos de los materiales y de la imprenta.

A los pocos minutos ya estábamos en clima. La deformación profesional hacía que uno, a medida que la charla avanzaba, se preocupara todo el tiempo por un título, por la frase diferente que nos permitiera sacar una ventaja periodística o para darle un golpe de efecto con la entrevista. Pero enseguida entendimos que no iba a ser posible sacarle una frase explosiva a Martino, un título, una expresión que sintetizara su forma de pensar. Comprendimos que el peso de la nota, que el valor de lo que estábamos haciendo estaba puesto más en el concepto general, en el todo. Ninguna pregunta valía por sí misma y ninguna respuesta era especial. Lo diferente, lo enriquecedor, estaba las casi las más de 4 mil palabras del reportaje, en cómo se iban hilando los conceptos, en el decir, en la cadencia, en los contrapunto con el entrenador, en los acuerdos, en las diferencias, en la charla que avanzaba hacia un lugar u otro sin demasiada planificación.

Martino se mostró como un entrenador adulto, serio, preparado para el cargo. Y también como un político avezado. Cuando dijo “esto me gustaría hablarlo en privado, sin grabador”, no se estaba escondiendo, sino que sentaba una posición. O cuando sostuvo “preferiría no hablar del entrenador que estuvo antes en la Selección” también ponía el acento más en lo que no se expresaba que en una y otra declaración que generara una polémica vacía.

Nos fuimos conformes, aún, repito, en las diferencias. Fuimos a hablar de fútbol y no a chismear sobre este u otro jugador, sobre esta o aquella discusión. Hablamos de los que nos gusta, de la pelota y de cómo tratarla de la mejor manera posible. Cuando desgrabamos confirmamos aquella primera impresión. La nota era buena y para cualquiera sería muy difícil extraer algún titular explosivo. Y hasta diríamos que lo agradecemos para no ser más de lo mismo. Incluso, en el colectivo de dirección, decidimos poner un título genérico en lugar de un textual para no impregar la nota, para no tentarnos de ser sensacionalistas.

Martino nos dejó muy claro que sabe qué estilo le dará a la Selección. Después, si le sale o no, será harina de otro costal. Pero nos fuimos seguros de que, por lo menos, va a intentar que a los argentinos les guste como juega su equipo.