¿Para qué sirve una concentración? Para que los jugadores no se distraigan ni preocupen con intromisiones del mundo exterior. Para que, en esa burbuja matizada por partidos de truco y chistes de Jaimito, se macere la mística que los hará invencibles. Es como un retiro espiritual, sólo que dura un par de días. Y nada debe violar sus estrictas reglas. A menos que llegué una visita de ineludible jerarquía como la barra brava.
Los sobrinitos de Gago, la mujer de Arruabarrena y el contador del Cata Díaz no pueden entrar al búnker de Boca en Puerto Madero. Pero los monos de La Doce tienen las puertas abiertas a toda hora. Aunque caigan de a decenas y sólo “a presentarse”, como explicó el DT en conferencia de prensa.
“No es delito”, dijo Angelici, un dirigente que necesita como el aire clases de oratoria. Arruabarrena también se lo tomó con soda y encontró muy pertinente que los jugadores y él tuvieran una entrevista clandestina –las cámaras luego los deschavaron– con la patota del club.
Uno se detiene a pensar si son cínicos o realmente no tienen noción de lo que hacen. Supongamos esto último. Que, para evitar males mayores (apretadas, desmanes, violencia peor), tanto los atletas como las autoridades boquenses pretenden mantener una buena vecindad. Conversar civilizadamente. No es demasiada concesión, quizá evalúan.
Jugadores, entrenador y dirigentes les ofrecen de este modo el más anhelado atributo a los matones: institucionalidad. El plantel íntegro interrumpe sus rutinas porque aterriza en el hotel la comitiva de La Doce, con sus jerarcas a la cabeza, para aclarar quién manda en las gradas. Como cuando un nuevo embajador presenta las cartas credenciales en su flamante destino.
Los barras no entraron en estampida, sino que hubo acuerdos con el personal de seguridad y ciertos corrillos estratégicos, es decir una logística ajustada y expeditiva. Un protocolo en las sombras.
Porque el reconocimiento institucional que los capos de la hinchada reclaman y que el club les concede es sólo parcial. La muchachada quiere poder y algunos negocios. Ser un factor a considerar en las decisiones políticas y deportivas, a la vez que un apéndice en la empresa Boca.
Pero, desde ya, no se avienen a ninguna de las obligaciones y responsabilidades de la institucionalidad. Ni a los gajes de la representación democrática (la voluntad del socio) como los directivos, ni al veredicto del público y las autoridades al cabo de una campaña (examen forzoso para futbolistas y cuerpo técnico), ni a llenar y presentar los papeles obligatorios para encarar negocios lícitos.
Las mafias más célebres son grandes familias, institución sagrada si las hay.
Alguna vez Angelici habló de blanquear a las barras. Lo seguimos esperando.