Un equipo con un libreto aprendido al dedillo contra la anarquía hecha equipo. Liverpool vs. Real Madrid. Una gran final en la previa. Confirmada en la primera media hora de juego. Si algo se podía prever era que el Liverpool no iba a salir con complejo de inferioridad, algo muy posible cuando enfrente hay un resto del mundo capaz de ganarle a las 32 selecciones que en unos días competirán en Rusia pero algo impensado para un conjunto dirigido por Klopp. Al técnico alemán le sobran méritos pero el que más destaca es hacerles creer a sus futbolistas que son los mejores, aunque ellos mismos sepan que no lo son. Por eso fueron capaces de robarle la pelota durante un buen rato al equipo que mejor la maneja Y desde ese control de pelota, más un convencimiento enorme, arrinconaron al Real Madrid contra Navas, que tuvo un par de revolcones que, al cabo, iban a ser un espejismo.
Sin embargo, lo bueno del Liverpool duró hasta que duró Salah. Si el llanto del egipcio que soñaba con una noche consagratoria (como si la necesitara después de la temporada que tuvo…) le partía el alma a cualquier neutral, no hay que ser adivino para saber lo que podía provocarles a sus propios compañeros. Los mató, literalmente. El Liverpool jugó de ahí en más como si a Salah no lo hubiera reemplazado nadie (más allá de lo poco que hizo Lallana), como si tuviera diez. Fue un equipo sin alma, trabajando a reglamento. Haciendo las cosas porque hay que hacerlas. Pero sin sentirlas. En la primera media hora, el Liverpool fue como el tipo que trabaja en algo que le da placer, un tipo al que le pagan por algo que haría gratis. Pero cuando se fue el crack, se llevó con él el alma de todos, hasta la de los hinchas. Entonces el Liverpool fue como el tipo que va a trabajar por obligación y que piensa en la salida antes de haber entrado.
Como si el sueño de Kiev ya no fuera suficiente pesadilla, al arquero se le ocurrió sacar rápido sin darse cuenta de que Benzema estaba ahí, al acecho, listo para robarle la dignidad. Así, como Benzema, jugó el Madrid: al acecho. Los de Zidane, además de la excelente técnica de casi todos, tienen otra virtud: saben que los partidos son muy largos. Que dan muchas vueltas. Que pueden pasar cosas todo el tiempo. Como lo de Salah. Como lo de Karius. Y ahí está el Madrid para facturar. Porque si ellos saben que los partidos son largos, los rivales sienten que son interminables. Y el Liverpool habría firmado con sangre que el partido terminara a la media hora.
El empate de Mané (merecidísimo por él) fue un espejismo como aquellos revolcones de Navas. El Madrid ya estaba en sintonía desde hacía un rato. Modric y Kroos eran patrones del terreno y Marcelo, sin preocupaciones, era más peligroso que Ronaldo. Por cierto, como el portugués no pudo robarse los flashes por su actuación lo hizo con sus declaraciones: “Fue muy bonito jugar en el Real Madrid”, dijo al final, como para que todos especularan con una posible salida y, así, opacar la celebración de la tercera Champions consecutiva, la cuarta en cinco años. Y, lo peor, opacando su propio record: porque Ronaldo se transformó en el único futbolista en llegar a las cinco Champions. El solito tiene las mismas copas de Europa que el Bayern Múnich, el Barcelona y el Liverpool. Y más que Ajax (4), Manchester United (3), Juventus (2) y Borussia Dortmund (1). Pero el ego del portugués volvió a traicionarlo. Quizás porque aquella formidable chilena contra la Juve pase a un segundo plano por la de Bale. Bueno, quizás no, seguro.
Antes de hablar de Bale, hay que hablar de Zidane. El francés sufre las mismas acusaciones que sufren los entrenadores del Real Madrid desde que se instauró la moda de los galácticos a finales del siglo pasado. Básicamente, la crítica es que hacen poco por la táctica y son muy jugadoristas. Bienvenido, pues, un jugadorista como Zidane. Porque eso es precisamente lo que hay que hacer bien en el Real Madrid. Manejar egos (con permiso de Ronaldo) y elegir al crack que mejor esté. Para dimensionar semejante plantilla vale una muestra: tres futbolistas que no son titulares (Nacho, Asensio y Lucas Vázquez) van a jugar el Mundial con España. Y se podría sumar a Kovacic con Croacia. Y a Bale si Gales hubiera clasificado…
La apuesta inicial de Isco por Bale pareció pensada para desgastar a un rival incansable con toques y cambios de frente. Porque mientras el Madrid se relajaba con la pelota y casi la manejaba a su antojo, el Liverpool corría detrás de ella por inercia. En situaciones como ésa, es lógico que empiecen a aparecer grietas. Y si a las grietas se le suma una genialidad como la de Bale, apenas mandado a la cancha por… Zidane, en la final hay robo.
La chapa final marcará 3 a 1 y sólo servirá para que no haya dudas en la elección de Bale como el mejor del partido y para que Karius, tras su segundo horror ante los ojos de todo el mundo, pase la peor noche de su vida. El Madrid ya había hecho todo: aprovechar virtudes propias y desgracias ajenas.Ganar la Champions, como si fuera una obligación. Aunque, en realidad, por la forma de festejar, quedó claro que lo que para otros puede ser una obligación para esta exquisita bestia blanca es una simple rutina.