Cansados de la mala racha de su equipo y del entrenador Gabriel Heinze, y atizados quizá por el vino blanco fresquito –fue un día veraniego en pleno agosto–, algunos hinchas de Godoy Cruz decretaron el final del partido ante Racing arrojando proyectiles al campo de juego cuando habían transcurrido apenas 25 minutos del primer tiempo. Para tal fin desguazaron los baños del estadio Malvinas Argentinas, de donde obtuvieron el suministro bélico: mitad mampostería, mitad loza de mingitorios.

Antes del encuentro, un sector de la hinchada ya había manifestado su descontento, por así decir, mediante un banderazo y la recepción hostil al micro que trasladó al plantel hasta la cancha.

medrano 350 3A pesar de lo espeso del caldo, no hubo una prevención más estricta ni modo de detener la violencia. Así que un grupo de desquiciados definió a su antojo –peligroso, mortal antojo– el destino del partido. Como siempre, las palabras posteriores a la lluvia de piedras sonaron escandalizadas, pero nadie mentó la negligencia de la organización. Parece que todo obedece a la fatalidad, cuando no a males endémicos de pasmosa vaguedad como la supuesta falta de educación.

En fin, la figurita es repetida y no nos vamos a detener en ella. Sí es digno de mención que, mientras en Mendoza vuelan los fragmentos de inodoro sobre los azorados deportistas, en la provincia de Buenos Aires, las autoridades, con el gobernador Daniel Scioli a la cabeza, anuncian un pronto regreso del público visitante a los estadios. Aunque todavía no se hizo el anuncio oficial, sucedería en la 25ª fecha, a finales de septiembre.

Para la experiencia piloto se escogerá un encuentro que no convoque multitudes y que se dispute en un municipio con policía local. Si todo sale bien, el permiso se ampliaría progresivamente a otros estadios bonaerenses.

medrano 350 2La restricción al público visitante rige desde mediados de 2013. Extinguida la polémica de entonces, la medida tiende a acatarse como un gesto razonable. Así nada más no se remedia la violencia que, como vimos este domingo, no necesita de rivalidades para expresarse. Pero reduce riesgos y, sobre todo, elimina el dispendio absurdo que significaba el despliegue logístico, a cargo de la policía, destinado al traslado de hinchadas. Recordará el lector que los pesados de la tribuna viajaban a los estadios ajenos escoltados por una nutrida guardia, como encumbrados dignatarios del Estado. A veces, la comitiva dejaba ulular las sirenas para abrirse paso.

Si la policía en las afueras del estadio y los organizadores en los interiores pueden a duras penas garantizar la serenidad con una sola hinchada, no creo que con dos la cosa mejore.

Decía que, según mi percepción, los aficionados se adaptaron a la presencia exclusiva de locales. Pero se ve que los funcionarios añoran las puteadas que surcaban el aire desde una cabecera hasta la otra. Y reflotarán los usos y costumbres del pasado.

No se me ocurre ningún argumento sensato que sostenga el revival. Y no me vengan con la recuperación de la clásica escena futbolera, con público multicolor, porque en base a nostalgia no se monta un espectáculo masivo. Hacen falta, en cambio, buenas ideas democráticas y responsabilidad social.

¿Les parece que así endogámico el fútbol excluye a muchos espectadores? Es cierto. Sin embargo, en lugar de habilitar una tribuna para los que se trepan al caño –una minoría más enfocada en los negocios que en los avatares del team–, por qué no bregan para que la concurrencia a los estadios sea más abierta y no un privilegio exclusivo de los socios. En Boca, por caso, los hinchas rasos tienen la Bombonera prohibida. A quien corresponda, la dejo la inquietud.

 

*Ilustraciones extraídas del libro Grafovida – Andrés Cascioli y Oche Califa – 2009