Contra Perú, salió ceca. La única esperanza que le queda a la Selección Argentina para clasificar a la Copa del Mundo, es que el azar dicte algo diferente el martes en Ecuador. Porque así lo han decidido tanto dirigencia como cuerpo técnico y porque en estas Eliminatorias caóticas e improbables, la balanza solo se inclina por obra y gracia de la diosa fortuna.
Desde el final de la Copa América Centenario, todo ha sido prueba y error en el universo del seleccionado nacional. Probemos con Bauza tras la negativa de cinco entrenadores, probemos si podemos convencer a Messi de que vuelva, probemos con el TAS para que le quiten los puntos a Perú y Chile, probemos con jugar en la Bombonera, probemos con Benedetto de nueve, probemos con Acuña de tres. La moneda casi siempre cayó del lado equivocado. Pero seguimos probando.
Hay quienes dicen que es un milagro que Argentina todavía tenga posibilidades de estar en Rusia. Afirman que la única razón para mantener las chances es que los rivales también pierden puntos de formas inverosímiles. En realidad, es todo lo contrario. Por como fueron estas Eliminatorias, Argentina debería ya estar clasificada. Sacó tres puntos de los últimos doce. Con solo tres más, estaríamos pensando si es mejor hacer base en Moscú o en San Petersburgo. El milagro de que no sean tres (Brasil y Uruguay ya están) los que tienen lugar asegurado es para Colombia, Chile, Perú y Paraguay. Para ellos, salió cara.
El partido frente a Perú fue una especie de síntesis perfecta de este presente trastornado. Primero, se intentó por todos los medios darle una entidad al escenario mucho mayor de la que en realidad tiene. Se hablaron días enteros del cambio de cancha y se decidió jugar en la Bombonera, donde no había un partido de Eliminatorias desde hacían veinte años. El marco fue diferente, nadie puede dudarlo, pero no ayudó en nada dentro de la cancha. Más allá de la liturgia externa, en el rectángulo de juego todo fue peligrosamente parecido a lo que sucedió ante Venezuela.
Esa fue la primera prueba fallida. Y no porque el público no haya empujado a su manera, sino porque quienes impulsaron el cambio lo hicieron con un solo objetivo: ganar. Pero se olvidaron que para ganar hay que hacer goles y los goles los hacen los futbolistas. La actitud de la hinchada fue diferente en la previa, pero a medida que pasan los minutos y el gol no llega, la impaciencia aparece. Y las ocasiones de gol desperdiciadas no hacen más que convertir a cualquier estadio en el más frío de todos.
La convocatoria también fue una prueba. Higuaín no, Agüero sí, Pizarro no, Enzo Pérez sí, Joaquín Correa no, Papu Gómez sí. ¿Razones de estas elecciones? No las sabemos. La moneda. El once titular y los cambios se parecen más a manotazos de ahogado que a decisiones racionales, más allá de la alta valoración que podamos tener de Jorge Sampaoli. Di María por derecha, el doble pivote con Biglia y Banega, Acuña de marcador de punta y Gómez de extremo son inventos que deberían hacerse en momentos de mayor tranquilidad. Lo mismo que el ingreso de Rigoni y la permanencia de Dybala en el banco. Ninguna de esas monedas cayó como queríamos.
La única moneda que no defrauda nunca es la que tiene un diez. Como en cada uno de los partidos desde su “renuncia”, Lionel Messi fue la figura indiscutible. En el primer tiempo, Perú lo marcó de forma escalonada y lo hizo chocar demasiado. Más allá de eso, generó espacios para sus compañeros y algunas ocasiones de gol con arrestos individuales. En el segundo desplegó su juego. Es cierto que se empecina en gambetear, pero también lo es que no encuentra socios. La mayoría de las posibilidades llegaron desde sus pies, pero siempre terminaron mal. En su figura se resumen todas las esperanzas de estar en Rusia.
Una situación límite no es el mejor contexto para hacer pruebas, pero eso no invalida otra sentencia: Argentina superó a cada uno de sus adversarios desde que Sampaoli se hizo cargo de la dirección técnica. El equipo tiene un funcionamiento aceptable y trata de mantener una idea, pero carece de profundidad y no es agresivo. En estos momento definitorios, no hacer goles puede derivar en la eliminación más ignominiosa de la historia.
Queda una fecha y cinco monedas en el aire. En estas Eliminatorias estrambóticas, todo puede pasar porque todo ya pasó. Ecuador sacó doce puntos en los primeros cuatro partidos y ocho en los otros trece. Argentina ganó en Chile y Colombia pero perdió de local con Ecuador y Paraguay e igualó con Venezuela y Perú. Brasil ganó diez partidos consecutivos después de dormir afuera tras la sexta fecha. Paraguay sumó más victorias de visitante que de local. Colombia sólo había perdido contra Argentina, Uruguay y Brasil pero el jueves cayó frente a Paraguay tras estar 1-0 arriba y clasificado a un minuto del final. Uruguay estuvo cuatro partidos sin ganar. De cara a la fecha final, ni siquiera vale la pena hacer cuentas. No hay escenario improbable.
Hoy, los números indican que Argentina tiene cincuenta por ciento de posibilidades de quedar eliminado y cincuenta de clasificar o jugar el repechaje. O sea, una moneda al aire. A rezar.