Increíble a esta altura, muchos vienen a descubrir en este torneo que la organización le gana  al talento individual. Porque en Rusia 2018 se quedaron afuera varias estrellas -léase Messi y Cristiano Ronaldo- y algunos equipos de mucha historia como Alemania o España. Porque equipos bien armados como México, Suecia, Suiza o Rusia avanzaron contra muchos pronósticos.

Y ahora, además, jugaron Croacia-Dinamarca, una de esas fábulas con la moraleja que el Mundial de Rusia parece esforzarse en subrayar.

De un lado estaba Luka Modric, que hizo una temporada espectacular con Real Madrid, una primera fase de lujo con su selección y un primer tiempo bárbaro que llevaba a Croacia a manejar el partido. Del otro, Kasper Schmeichel, hijo del histórico Peter, impecable e imponente arquero que había brillado en el grupo que dejó segunda a Dinamarca, por detrás de Francia.

Los dos se dedicaron a hacer lo suyo hasta el minuto 115 de un duelo de octavos que se jugaba en estado de fatiga. Hasta que Modric –que venía de mayor a menor, casi perdido en el partido- se iluminó y puso un pase gol exquisito para su compañero Badelj. El delantero encaró a Schmeichel, lo engañó y se disponía a hacer el gol del triunfo inexorable cuando lo bajaron adentro del área: penal y amarilla (qué cambio de regla más feo, FIFA, por favor).

Oportunidad para los dos héroes. De un lado el mejor jugador croata. Del otro lado el gran danés. Pateó Modric, cara interna, un poco anunciado. Schmeichel voló y se quedó con la pelota atenazada en un símbolo de autoridad descorazonador para el volante que había errado. Todo terminó 1-1.

El arquero, con escasísima responsabilidad en el gol, había completado un partido perfecto. Para colmo, atajó dos penales en la tanda de definición. Pero sus compañeros fallaron tres, Modric convirtió el suyo y Croacia festejó el pase a cuartos.

A Dinamarca no le alcanzó una actuación superlativa. Un genio inspirado, en su mejor nivel. Ni aunque fuera el arquero.

Del otro lado del espectro, en este torneo aparecieron dos datos relativos a los arqueros. El más castigado fue David De Gea, a quien (incluyendo la tanda de penales ante Rusia) le patearon al arco en 12 ocasiones y recibió 11 goles. Tuvo un error fatídico contra Portugal y Cristiano Ronaldo, en el debut que decora esa información maldita.

armaniEl otro al que le metieron mucho de lo que le patearon es argentino. Se llama Armani y lo pedimos casi todos. Le hicieron 5 tantos en 7 disparos. Uno de los otros dos pegó en el travesaño. El restante fue la tapada contra Nigeria. Caballero cometió un error (muy grosero, es cierto), y perdió el puesto sin ninguna concesión. Aunque la mejor atajada de un arquero argentino en el torneo fue la suya en el arranque de aquel partido tremendo ante Croacia. Igual no importa, porque no es el punto.

El punto es éste: quizá si alguno de estos dos arqueros hubiera aparecido como el brillante guardián que fue Schmeichel, España o Argentina seguirían en el torneo. O quizá no. Porque como ya demostró Rusia 2018, una y otra vez, uno solo no alcanza. Tiene que haber algo atrás del genio para que un equipo sobreviva. Se llame Schmeichel o se llame Messi. Claro, que el genio juegue bien ayuda mucho. Pero si no hay estructura alrededor, si no hay quien saque la cara al lado del que saca la cara, no hay triplete de Cristiano que aguante.

Y si hay un gran equipo alrededor, el error de Caballero se transforma en el error boludo del arquero de Croacia: un tanto en contra temprano en el partido, para después revertir la cosa y tener la chance de quedar como figura.