Existe un discurso esquizofrénico acerca de los torneos cortos. Por un lado, se dice que la brevedad contribuye a una disputa más pareja (una racha alcanza para pelear por la punta) y en consecuencia a la equidad y, sobre todo, a la “emoción”.

Eso: la emoción. Los equipos no se sacan ventajas, nadie es mejor, como en el tango canónico, y esa homogeneidad promueve finales punto a punto, gol a gol, entre varios clubes. Así dicen. Pero, por otra parte, los mismos defensores de la “emoción” indiferentes a los favores de la rima han cuestionado y abolido la Promoción. Justo uno de los picos emotivos de los torneos. Como si irse al descenso por otra vía produjera menores sufrimientos.

Este final de campeonato no hace más que desmentir esa línea de pensamiento. Estudiantes, que no desiste de subirse al podio, ha recuperado vida al enfrentar a un San Lorenzo desganado que sólo piensa en la Copa.

Otro tanto ocurrió con River, que lidió por los puntos decisivos con un equipo descendido como Argentinos, cuyas motivaciones son ínfimas, apenas la adrenalina reglamentaria de un profesional.

Y lo mismo pasará el próximo fin de semana, cuando le toque jugar por el título con una despreocupado Quilmes, que acaba de zafar del descenso y se tomará el partido como un picnic.

El propio entrenador, Caruso Lombardi, no anduvo con frases herméticas cuando lo entrevistó la televisión en pleno jolgorio de vestuario: “El partido con River me chupa un huevo”, se despachó.

riverquilmes

Es evidente que volverá a faltar rigor competitivo, principal razón de la intensidad emotiva de los partidos.

A diferencia del encuentro en La Paternal, con una cancha semivacía y una llovizna melancólica, por lo menos el Monumental estará colmado y eufórico, un marco más acorde a la vibración que se le pide al fútbol.

El duelo de Quilmes ante Gimnasia sintonizaba con los argumentos aplicados por los abogados del torneo corto. Los dos estaban comprometidos con logros importantes. Allí había calor y corazones desbocados.

Pero el fútbol de Gimnasia desairó hasta sus propias pretensiones. Fue de una pobreza inconcebible para un club que aspira a campeón.

La tensión producida en virtud del gran choque y los porotos en juego se convirtió en tedio. No puede haber “emoción” perdurable con tanto pase mal hecho, tanta insuficiencia ofensiva. En suma, con un equipo como Gimnasia, aterido por una responsabilidad que le quedó holgada.

No hubo modo de sostener el entusiasmo. Salvo para el hincha de Quilmes, claro, que tuvo su fiesta privada. Y, la verdad, una muy digna actuación por parte del equipo.

Boca, que no compite por nada que valore realmente, caldeó su estadio gracias a su tema favorito: Riquelme. Que le renuevan, que no. Que se jubila, que sigue en Boca… El tema, más que fatigar por la reiteración, parece cebar a la popular, que redobla su apoyo, su devoción. Y Riquelme acumula ese capital domingo a domingo. Sumado al triunfo de Boca, la “emoción” atravesó la Bombonera casi como en una final. No es consuelo por la despareja campaña, pero nos demuestra que no sólo de la renta deportiva (trofeos y puntos) está hecha la “emoción” del público.

Fuente: ESPN.com