Pocas veces un partido tuvo tantos significados y estaba cargado de un simbolismo extra. Del resultado final dependía mucho más que la simple eliminación de un torneo circunstancial.
Ganar o perder no iba a cambiar absolutamente nada de lo que cualquier argentino pudiera pensar de esta generación de jugadores de básquet, en especial Ginóbili, Scola, Nocioni y Delfino, es decir los cuatro que ya difícilmente vuelvan a estar en la Selección salvo que pase algo muy raro.
Pero perder o ganar, en este caso, significaba el final de un ciclo estupendo o la posibilidad de disfrutar dos funciones más de un equipo maravilloso que le dio a la Argentina dos medallas en los Juegos Olímpicos y un subcampeonato mundial, además de partidos gloriosos como el que hace pocos días protagonizaron con Brasil o aquella primera victoria contra un Dream Team quitándole el invicto o el maravilloso doble sobre la hora de Ginóbili contra Serbia y Montenegro.
Finalmente fue derrota 105 a 78 ante Estados Unidos. Y la tristeza por no ver jugar nunca más a estos colosos con la camiseta de la Selección es un duelo que se tendrá que digerir con el tiempo.
Cualquier amante del deporte está acongojado. Mucho más allá del básquetbol. Las despedidas siempre son tristes. Pero el paso del tiempo es irremediable. Y mucho más en el deporte. La despedida fue contra un equipazo como Estados Unidos y luchando hasta el final, más allá de lo abultado del marcador.
El básquet argentino se fue de Rio16 en cuartos de final. La tristeza es infinita, mucho más allá de la eliminación. No es por un resultado. Es porque ya no habrá mañana dentro de un rectángulo de juego para estos tipos que aprendimos a querer sin conocerlos personalmente.
Y como el público que estaba en el Arena Carioca 1, que los ovacionó durante los últimos seis minutos de juego, nos ponemos de pie para aplaudir la despedida. Y para secar una que otra lágrima.
¡Gracias por todo!
¡Gracias por tanto!