Lionel Messi la rompe, como casi siempre. Es definitorio, como casi siempre. Y sale a gritar un gol como casi nunca. Casi se podría decir que cancherea, y muestra a la grada la camiseta con su nombre en un gesto que parece más en la línea de costumbre de Cristiano Ronaldo que en la del propio argentino. ¿Desde cuándo Messi se pone intencionadamente en el centro de la escena?
Según el compañero Mariano Hamilton, el hombre del Barcelona tuvo conciencia del momento histórico y lo distinguió con una conducta inusual: cada vez que veamos esa foto ya famosa del pibe con la casaca en la mano, recordaremos que fue el día del 3-2 a Real Madrid, en el Bernabéu.
Lo que es innegable es que hay un cambio. Messi no era así. . ¿No era un niño tímido, callado y humilde? La gente crece, la gente cambia. Y con el ojo del mundo puesto en los noventa minutos del clásico español, Messi evidenció que no es el mismo de algunos años atrás.
Porque no camina en la cancha cuando su equipo no tiene la pelota. Más bien al contrario.
Porque no anda cabizbajo cuando sus compañeros no rinden. Y eso que Iniesta, Suárez y Alcácer no tuvieron un buen partido.
Porque no lo mortifica la frustración. Y el domingo tuvo específicamente un par de momentos para derrumbarse: el 0-1 y el 2-2.
Porque pide la pelota, una y otra vez. Y baja a buscarla con sentido, sin intentar ganar el juego él solo.
Porque no necesita arrancar cerca del área para lastimar. Movido hacia atrás en un puesto que nos gusta definir como “falso diez”, parece un interior con proyección al gol, que encuentra espacios y gambeta (buenas tardes, Danilo) gracias a los delanteros que le arrastran marcas.
Porque antes apilaba y le pegaba al arco. Y ahora pasa en corto y en largo, patea tiros libres. Y apila. Y le pega al arco.
Porque antes no hablaba. Y ahora habla. Y grita. Y pide amarilla. Y hasta –pasado de lo conveniente- putea a los árbitros como hizo contra Bolivia.
Porque ahora -por fin- sí se tira al piso cuando le pegan.
Porque ya ni siquiera vomita.
Y eso que puede parecer una boludez, es sólo sintomático. Ya no mastica bronca, ni traga palabras. Messi no parece tener nada guardado, nada pendiente: no le quedan cosas por vomitar. Hoy es un hombre de pelo (¡platinado!) y barba, con pleno conocimiento del daño que genera su fútbol.