La semana pasada, en plena fiebre mundialista en Estados Unidos, Ann Coulter, una de las plumas más envenenadas que tiene hoy la ultra derecha del Partido Republicano, escribió una columna contra el fútbol y, como ella quería, generó una interesante discusión a la que nos queremos sumar.
Su primera máxima plantea que si el deporte se está haciendo popular es porque el país se está yendo al tacho. “El creciente interés en fútbol sólo puede ser un signo de la decadencia moral de la Nación”, afirma para empezar a hablar. Coulter, abogado, escritora y columnista fiel de los republicanos, es una especialista en llamar la atención. Le gusta etiquetarse como “polemista”, pero más que polemizar lo que ella busca, y hay que reconocer que casi siempre lo consigue, es escandalizar.
Rubia, cincuentona y bonita, se hizo conocida cuando estalló el affaire sexual de Bill Clinton por atacar al presidente favorito de Mónica Lewinsky y, sobre todo, a los legisladores republicanos que no lograron darle una condena ejemplar. Desde entonces, es opinadora profesional. Sus posiciones radicales sobre aborto, inmigración, matrimonio igualitario o drogas se las pueden imaginar. Sus argumentos, ésa es su marca, suelen alcanzar el punto de lo que hombres y mujeres de derecha piensan pero no se animarían a pronunciar.
A veces, de tanto opinar, teclea. En el caso del fútbol, está claro al leer sus argumentos, toca de oído. Asegura, por ejemplo, que “los logros individuales no son un factor importante”. El nombre Lionel Messi, para ser actuales, valdría como respuesta. Pero Coulter sigue adelante con su ignorancia: “¿Acaso tienen MVPs (jugador más valioso) en fútbol?”. Sí Ann, el premio anual FIFA Balón de Oro, por ejemplo. O los cuatro horribles trofeos que Messi se llevó por ser la figura de cada partido de Argentina en el Mundial.
“Sólo queda esperar que, además de aprender inglés, estos nuevos americanos vayan perdiendo el fetiche por el fútbol con el tiempo”, se consuela Ann Coulter.
Lo que le preocupa a Coulter es que el fútbol trasmita valores equivocados. Ella no está en contra de que millones de personas se distraigan de los problemas sociales mirando una pelota correr, como cuestionaban los partidos de izquierda a comienzos del siglo XX. Su temor es que el fútbol difunda el esfuerzo colectivo en vez del individualismo que ella pregona. El peligro rojo, siempre.
Como plantea Dan Hancox, en The Guardian, que el fútbol sea un deporte extranjero, que al diario New York Times le guste el fútbol, que les guste a los extranjeros y a estadounidenses con parientes extranjeros, y que Obama haga papelones como éste para sumar votos, son demasiadas señales de que la batalla cultural, decisiva para la derecha desde hace tiempo, se está perdiendo.
Por eso se horroriza pensando que “en el fútbol no hay héroes, no hay perdedores”. Para tranquilidad de Coulter, el fútbol como negocio, la publicidad, la prensa, viven reforzando esos dos conceptos: héroes y perdedores. Me encantaría que fuera diferente, pero no lo es. Lo que sí tiene el fútbol, y nunca se lo van a poder sacar, es que el débil puede derrotar al poderoso. Que once limitados que se organizan le pueden ganar a un equipo con poder y dinero. Entiendo que esa idea la altere. Asumo que pronto escribirá contra los San Antonio Spurs. Ella hubiera preferido que esta temporada de la NBA la ganara LeBron James, la figura, pero la ganó el equipo, que para colmo tiene un par de figuras extranjeras.
El resto de sus argumentos son aún más pobres. Que los deportes son una “guerra sublimada”, que en el hockey por lo menos se agarran a las piñas. Un amistoso Turquía-Grecia debería alcanzarle para retirar lo dicho. O el típico argumento de Los Simpsons: “Corren por todos lados y cada tanto una pelota accidentalmente va a dentro. Ahí es cuando se supone que tenemos que volvernos locos. Pero yo siempre estoy durmiendo”. Nada que nosotros no podamos decir de un vibrante duelo de béisbol entre los Orioles de Baltimore y los Astros de Houston. Al menos, nos saca una sonrisa cuando dice que un video de Argentina-Brasil habría salvado la vida de Michael Jackson.
Pero por debajo de lo gracioso o ridículo de sus opiniones, Coulter tiene preocupaciones serias. No es casual que su artículo se haya publicado justo durante la semana en que el presidente de los Estados Unidos anunció que, cómo los diputados republicanos se niegan a tratarla, reformará la Ley de Inmigración por decreto.
El último párrafo de su panfleto anti futbolero es demasiado claro. Hasta las comillas están llenas de sentido. “Si más ‘americanos’ están viendo fútbol hoy sólo se debe al cambio demográfico que provocó la Ley de Inmigración de Teddy Kennedy en 1965. Les aseguro: ningún americano cuyo bisabuelo haya nacido acá está mirando fútbol. A uno sólo le queda esperar que, además de aprender inglés, estos nuevos americanos vayan perdiendo el fetiche por el fútbol con el tiempo”. No hay dudas de que esta mina gritó los goles de Bélgica.