No sabemos qué tiene que ver, pero… ¿cuál sería el castigo para el Bolillo Gómez en Colombia, por abatir públicamente a una mujer, si a Luis Moreno, por patear un ave, lo amenazaron con tres meses de cárcel, lo penalizaron con dos fechas de suspensión y le hicieron pagar multas de 563 y 13.052 dólares?

Una lechuza no es un ave cualquiera; eso hay que aclararlo. O al menos no lo era en el estadio de Junior. La lechuza del Metropolitano de Barranquilla era un símbolo, un emblema, una sacra institución, un dios alado. Cada vez que sobrevolaba la cacha, el equipo indefectiblemente ganaba.

El 27 de febrero de 2011, para jolgorio de la hinchada, el mítico pájaro posó su majestuoso ser sobre la grama del Metropolitano. Segundos después, sin embargo, recibió un desafortunado pelotazo que lo dejó panza arriba, mirando al cielo con gesto desconcertado.

La tribuna enmudeció. A pocos metros del ángulo del córner, como implorando con las alas extendidas, el ave sagrada parecía clamar ayuda. Pero no fueron los jugadores locales quienes reaccionaron primero, para acudir en rescate del ídolo emplumado. El que reaccionó primero fue el panameño Moreno, un aguerrido defensor del Deportivo Pereira.

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Su equipo caía 2-1, iban 18 minutos del segundo tiempo, y Moreno estaba cansado de perder. Hacía 29 partidos que Pereira no lograba una victoria. Moreno imaginó en la lechuza la representación viva del mal agüero, supuso que castigar al pajarraco rompería el maleficio, y descargó un puntinazo de derecha que envió al indefenso animal al lateral, como quien saca de la cancha la pelota que no juega.

Mientras los hombres de Defensa Civil atendían a la maltratada lechuza fuera del campo -lograron reanimarla y le entablillaron una de sus patas-, los jugadores de Junior se abalanzaron sobre Moreno primero, y sobre el árbitro después por no expulsarlo. El estadio reventó en un bramido de bronca, y por un momento se vio comprometida la seguridad del lugar.

El episodio no terminó ahí, por supuesto. Moreno se desintegró en disculpas, pero nada iba a salvarlo del oprobio dos días más tarde, cuando murió la lechuza. El diagnóstico de los especialistas señaló al estrés, y no a la patada, como causa del deceso. Pero la presión de las asociaciones defensoras de los derechos de los animales hizo imposible que Moreno, aunque al final logró eludir la prisión, esquivara la suspensión y las dos multas.

Menos de seis meses después, el sábado 6 de agosto de 2011, Hernán Darío “Bolillo” Gómez salió a tomar algo en pareja, al bar El Bembé, en el centro de Bogotá. La pareja, sin embargo, no era su esposa. Era una joven con quien el entonces entrenador de la Selección Colombia -tal el nombre oficial del equipo- no tuvo reparos en mostrarse en público.

Tal vez supuso que el público entendería que un hombre en su cargo necesita ratos de distracción. Pero lejos estuvo de ser un rato agradable. Tarde o temprano, toda joven que sale con un señor casado termina exigiéndole que cumpla esas promesas de dejar todo por ella, y la compañera del Bolillo no tuvo mejor idea que presentar su reclamo en El Bembé, con el DT “influenciado por el alcohol”, como él mismo reconocería más tarde.

La pareja salió discutiendo del bar, ante los oídos de la gente, y allí mismo, frente a un semicírculo de mirones, Gómez desplegó la cuestionable estrategia de intentar calmar a la chica por la fuerza. El primer golpe al rostro pareció retumbar en la vereda y hacer eco en los edificios. Lejos de acallarse, los gritos de la ahora víctima se incrementaron, lo cual dio lugar a un segundo manotazo sobre la cara de la mujer.

Escándalo nacional.

Los medios no hablaban de otra cosa.

La imagen de un entrenador alcoholizado y agresivo –y además infiel– machaba la camiseta de la Selección como barro en partido lluvioso. La mayoría pensó que la destitución sería inmediata, pero la Federación Colombiana de Fútbol empezó a estirar el caso. En realidad, en la FCF no querían perder al DT, y creyeron que dejar pasar el tiempo haría que los recuerdos se borronearan, que el enojo masivo se enfriara.

Para cumplir con los formalismos, Gómez declaró que “este acto me avergüenza frente a mi madre, mi esposa y todas y cada una de las mujeres de mi familia y de mi país”, y presentó una tímida renuncia que la FCF encajonó.

Por un momento pareció que el plan de la Federación resultaría… pero el antecedente de la lechuza, aunque no sabemos qué tiene que ver, estaba muy fresco. Los organismos formadores de opinión pública habían mostrado su poder en el caso de Moreno, y estaban dispuestos a actuar de nuevo, ahora contra Gómez. Diputadas, senadoras y asociaciones de mujeres tomaron el rol que meses antes habían asumido los defensores de animales, y condenaron sin bemoles la conducta del entrenador.

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Incluso el presidente de la Nación, Juan Manuel Santos, intervino para solicitarle a la Federación que acabara con la polémica que dividía al país, y aconsejó “la contratación de un técnico extranjero, para introducir nuevas ideas y nueva sangre a la Selección”.

Y también habló el dinero. “No es la imagen que queremos mostrar al mundo”, se pronunció la cervecera Bavaria, principal sponsor del seleccionado.

Tocarle la cola a una señorita había significado una sentencia de cuatro años de prisión para el cartero Víctor Alfonso García en 2005, en otro caso paradigmático de la justicia colombiana. El tipo recorría en bicicleta las calurosas calles de Cali, repartiendo correspondencia, cuando una estrecha pollera lo tentó a bajar del rodado y palpar las nalgas de la transeúnte, cuyo alarido alertó a un policía. García cumplió sólo un par de meses de los cuatro años que le dieron, luego de apelar a la Corte Suprema, pero el dictamen inicial todavía resonaba en la memoria de la gente.

Cuatro años por tocar las asentaderas de una dama, suspensión y dos multas por patear un pájaro… ¿cómo podía el Bolillo Gómez, aunque no sabemos qué tiene que ver, salir indemne de golpear dos veces a una mujer en la vía pública?

Arrinconado, Gómez volvió a presentar la renuncia; esta vez con carácter de indeclinable.

La Federación procedió a reemplazarlo, pero desoyó el pedido presidencial y nombró como nuevo seleccionador a un colombiano, Leonel Álvarez, quien había jugado dos Mundiales con la generación del 5 a 0.

El ciclo de Álvarez arrancó con un histórico triunfo ante Bolivia en La Paz por las Eliminatorias, pero enseguida llegaron resultados adversos en casa: un empate con Venezuela, y una derrota con Argentina en Barranquilla, donde el rival celeste y blanco no ganaba desde 1997.

El presidente Santos volvió a expresarse, y reapareció en escena el dinero. Si un entrenador extranjero resultaba muy caro para la Federación, las arcas del Poder Ejecutivo aportarían lo necesario. “Federación de Fútbol debe escoger el mejor técnico. No debe descartarse un extranjero. Si para ello requiere de nuestro apoyo, lo tiene”, declaró Santos en Twitter.

Hacía tres décadas que el seleccionado no tenía un técnico foráneo, y la racha se quebró con dos coincidencias. Al igual que el último -Carlos Salvador Bilardo-, el nuevo era argentino: José Néstor Pekerman. Y ambos asumieron el mismo día, un 5 de enero: Bilardo en 1980, Pekerman en 2012. Entre uno y otro hubo 16 cambios de entrenador, siempre de un colombiano a otro. Algunos tuvieron dos ciclos, como Gómez, Luis Augusto García y Reynaldo Rueda, y el máximo reincidente fue Francisco “Pacho” Maturana, con cuatro mandatos en diferentes períodos.

Finalmente, tras una sequía mundialista de 16 años, y después de la lechuza, el cartero y la infidelidad del Bolillo, la Selección Colombia cayó en manos de Pekerman, que la puso en Brasil 2014.

Otro DT argentino, Adolfo Pedernera, fue el primero que la llevó a un Mundial, cuando la condujo a Chile en 1962. Dato relevante, aunque no sabemos qué tiene que ver.