Abril de 1975. El legendario Muhammad Alí, quien en octubre de ese año derrotaría a Joe Frazier en la memorable pelea de Manila, se encontró en una fiesta con Ichiro Yada, presidente de la Federación de Lucha de Japón. “¿Hay algún luchador asiático capaz de enfrentarse a mí? Le daré un millón de dólares si me vence”, planteó el múltiple campeón mundial de los pesos pesados. Yada no dejó pasar dichas palabras, como tampoco lo hizo la prensa japonesa.
En marzo de 1976, el representante de Alí, Jabir Herbert, recibió una llamada de los patrocinadores del luchador japonés Antonio Inoki. Le ofrecieron al pugilista estadounidense seis millones de dólares para enfrentar a un hombre que había sido actor de lucha libre en Japón y que por ese entonces se dedicaba a promover las nuevas artes marciales mixtas, en las que ahora se destaca el irlandés Connor McGregor.
Llegó el día del combate que, al igual que el que se realizará el próximo sábado 26 de agosto entre Floyd Mayweather y McGregor, captó la atención del mundo. Muhammad Alí y el desafiante Antonio Inoki empataron la noche del 26 de junio de 1976 una de las más originales y deslustradas peleas de la historia. El estadounidense recibió una bolsa de seis millones de dólares por su actuación, mientras que la renta del japonés fue de unos tres.
Fue una exhibición inusualmente lenta en la que el campeón de los pesados solo lanzó unas pocas intenciones de golpes con el guante izquierdo y no recurrió en ningún momento a su legendaria derecha. Inoki, por su parte, pasó la mayoría del tiempo cayéndose a la lona tratando de alcanzar a Alí con sus piernas. La tarjeta del árbitro Gene Le Bell marcó un empate de 71-71, mientras que la del juez Ko Toyama fue de 72-68 a favor de Inoki y la de Kokichi Endo favoreció a Alí por 74-72.
Muchos de los 14.000 asistentes al combate, algunos de los que llegaron a pagar el equivalente a 1.000 dólares de la época, parecían inconformes por el espectáculo y sus resultados. En los últimos momentos de la pelea, la multitud pedía a gritos a los protagonistas que comenzaran a pelear.
La táctica esencial de Inoki fue tirarse a la lona y deslizarse como cangrejo sobre sus espaldas, rozando ocasionalmente a su rival con alguna de las piernas. Alí, quien uso guantes livianos de 115 gramos, respondió en ciertas ocasiones con la pierna a Inoki, mientras el retador se revolcaba por el suelo. Pero no pareció lanzarle ningún golpe serio hasta el décimo asalto, cuando logró conectar un rápido jab que sacudió la mandíbula de Inoki.
Durante 15 asaltos el japonés se dedicó a lanzar patadas que iban dirigidas hacia encima de la rodilla, como la normativa creada por Alí lo disponía. Las botas que utilizó aquella noche Inoki le provocaron a su rival una infección en la pierna izquierda, dos coágulos internos y la amputación como una opción. Así lo aseguró en su momento el médico de la leyenda, Ferdie Pacheco.
Muhammad Alí regresó a Estados Unidos, perdió su habilidad y no volvería a noquear. Antonio Inoki alcanzó la fama, incursionó en la política y antes de la Guerra del Golfo negoció la liberación de presos en Irak.
Artículo publicado en el diario colombiano El Espectador