La historia del fútbol alemán comenzó a cambiar hace catorce años, en un aula de la Universidad del Deporte en Hennef, en Westphalia. Ese verano de 2000, uno de los más grandes goleadores de la historia de la selección alemana se hizo amigo de un exfutbolista del ascenso germano que venía de descender a Tercera división como entrenador.
Los dos estaban ahí para conseguir un título oficial de director técnico. Jürgen Klinsmann llevaba un par de años retirado del fútbol. Campeón Mundial en 1990 y campeón de Europa en 1996, se había despedido después de Francia ’98 y ahora lideraba una empresa de asesoramiento deportivo que trabajaba para equipos de la MLS como Los Ángeles Galaxy. Se había mudado a Estados Unidos para proteger a su familia y a él de su fama. Como dijo alguna vez Bruce Arena, exentrenador de EEUU, “acá sólo es otro tipo rubio y lindo que camina por L.A.”.
Joachim Löw, cuatro años y medio mayor, había colgado los botines en 1995 como futbolista-entrenador en el desconocido FC Frauenfeld de la Segunda de Suiza. En 2000, Löw ya tenía un título en Negocios, pero estaba claro que prefería ser DT de fútbol. En cinco años, había dirigido en Suiza, en Alemania, donde fue campeón de Copa con Suttgart, y en Turquía, ese título lo puso al frente de Fenerbahce. Como terminó tercero lo despidieron y volvió a su país, al ascenso. Asumió en Karlsruhe para subir a la Bundesliga y terminó descendiendo a Tercera. Había tocado fondo cuando la Federación le dijo que si quería seguir dirigiendo en Alemania debía revalidar el título de entrenador que había conseguido en Suiza.
Su pasado en común, probablemente, fue lo primero que los puso a conversar en esa Universidad de Hennef. Los dos nacieron en el sudeste de Alemania, en la región de Baden-Wurtemberg. Klinsmann era ídolo en Stuttgart, Löw en Friburgo. Por su acento, a donde fueran los consideraban pueblerinos, poco cultivados, brutos. Klinsmann cambió eso después de ser goleador, cuando se casó con una modelo estadounidense y cuando comenzó a demostrar que manejaba tantos idiomas como maneras de definir ante un arquero. Recorrer Europa de club en club lo convirtió en cosmopolita, pero su personalidad no varió. Era reservado, medido, nada atractivo para la prensa. Löw tenía una manera de ser similar pero un tanto más silenciosa, más fría, quizás por haberse criado en la Selva Negra, cerca de los Alpes. Hoy dicen que es uno de los hombres más elegantes de Alemania.
Ese verano en Hennef, uno era rubio y demasiado famoso, el otro era morocho y estaba en pleno fracaso. Pero venían del mismo mundo y hablaban el mismo idioma. “Lo que más me fascinó fue su manera sencilla de pensar”, dice Klinsmann sobre sus primeras charlas con Löw. Y agrega: “En los 18 años de profesional ningún entrenador me pudo explicar como se mueve una línea de cuatro. A Jogi lo comprendí en un minuto”. Amistad a primera vista.
Después del curso, Klinsmann volvió a su vida en EEUU y Löw regresó a Turquía para intentar tener revancha como entrenador en el modesto Adanaspor. Desde entonces, siguieron hablando con frecuencia pese a que vivieron casi siempre en continentes diferentes. “Si Jogi fuera un poco más amigo de la tecnología podríamos hablar por Skype o chatear, pero por ahora nos restringimos a mandarnos mails o hablar por teléfono”, revela sonriente Klinsmann.
Así, por mail o por teléfono, Klinsmann habló con Löw en junio de 2004 después de la conferencia de prensa en la que asumió como DT de Alemania. La selección acababa de quedar eliminada en primera ronda de la Euro que ganó Grecia y estaba a dos años de organizar un Mundial. Un día antes de cumplir 40 años, Jürgen se fue con toda su familia hasta el lago de Como para sumar a su amigo al nuevo cuerpo técnico. Hablaron durante tres horas, mientras sus hijos jugaban en el jardín al Halli Galli, el tuti fruti alemán. Klinsmann le propuso una cooperativa de trabajo. “Yo no soy el jefe, estamos juntos en el mismo barco”, le prometió como señal de que pretendía compartir el timón.
El alpino Löw, que dirigió en Austria, que jugó en Suiza, y que prefiere vacacionar en el norte de Italia, aceptó la propuesta de Klinsmann, aprendiz de panadero y campeón del mundo, de sacudir los hielos del fútbol alemán. En paralelo a la llegada de Rijkaard a Barcelona y mucho antes de la aparición de Guardiola, la dupla Klinsmann-Löw metió a Alemania en la Era del toque que anticipó España en 2010 y que hoy disfrutamos en escala completa en Brasil 2014.
“Si el fútbol alemán es diferente al de hace 10 o 15 años, -afirma Löw- mucho se lo debe a Jürgen”. La premisa para cambiar el paradigma germano fue simple: “Queremos que los jugadores vayan más allá de las típicas virtudes alemanas de la fortaleza y la actitud de nunca rendirse. Queremos que también muestren dinámica, toque, y un fútbol hambriento de gol, con una cultura propia”, explica. No fue fácil martillar sobre la cultura defensiva y física de los alemanes, pero ahí están Özil, Götze, Müller y Reus para mostrar que valía la pena.
Después del “sueño de verano”, como recuerdan en Alemania a la Copa de 2006, Klinsmann dejó la selección con honores en manos de Löw. Entonces comenzó a instalarse la idea de que Jürgen no sabía nada de táctica, que sólo era un motivador, y que verdadero entrenador era Jogi. Löw lo niega cada vez que puede. Suele decir: “Jürgen es un entrenador excelente, su cualidad más importante es su habilidad para inspirar y motivar, pero al mismo tiempo es un trabajador metódico que no deja nada librado al azar”. Hay agradecimiento en sus palabras además de aceptación. Y también nostalgia: “Éramos un gran equipo, trabajando y aprendiendo juntos”.
Dos Mundiales más tarde, Klinsmann y Löw estarán ahora frente a frente. Löw con Alemania, Klinsmann con EEUU. El empate los clasifica a los dos. Desde diciembre, cuando intercambiaron miradas el día que sortearon los grupos, están pensando en este partido. Prometen que no habrá llamadas para acordar un resultado. Prometen que seguirán siendo amigos. Sus equipos prometen y eso es suficiente para nosotros.