Quizás sea como dicen. Los viejos, al igual que los niños, solo dicen la verdad. Cansados, a lo mejor, de todas las convenciones sociales expresan lo que piensan sin preocuparse por otra cosa que ser honestos. Carlos Fernando Carvalho, nuestra protagonista, tiene 91 años. Es un exitoso empresario brasileño y tiene un plan para aprovechar los Juegos de 2016 y transformar a Río de Janeiro en una moderna y exclusiva urbe. Sin lugar para los pobres, ¿está claro?

Carvalho es dueño de más de seis millones de metros cuadrados de tierra, unas ocho mil canchas de fútbol, en Barra de Tijuca, el barrio de Río que dentro de un año será el epicentro del furor olímpico. Pero además, su compañía participa en la construcción de una parte importante de la infraestructura de los Juegos. The Guardian, que le hizo una jugosa entrevista, lo presentó con precisión como el magnate inmobiliario que “está en camino de enriquecerse del mega evento deportivo como ningún otro individuo lo hizo en la historia de los Juegos”.

2013-2.12.27_aerea_-_vila_dos_atletas-16_0En esa charla, cuyas repercusiones sacaron a Carvalho del anonimato, contó con orgullo sus planes para una Río que difícilmente llegue a ver pero que, sin embargo, quiere moldear a su antojo. En su visión, Barra será el nuevo centro de una bella Río de Janeiro, con exclusivas torres de departamentos, un paisaje moderno y lujoso, libre de favelas.

Pese a las obras en la alejada zona de Deodoro, en el norte de Río, o las reformas cerca del Sambódromo, el Maracaná o Copacabana, la mayor parte de las nuevas construcciones para estos Juegos se concentran en Barra, en tierras que son propiedad o están desarrolladas por Carvalho y sus, ahora complicados, socios.

En el último año, sus dos afiliados en la construcción del parque olímpico, Andrade Gutierrez y Odebrecht -socio también en el desarrollo de la villa olímpica-, aparecieron involucrados en la operación Lava Jato, el resonante caso de corrupción que involucra a Petrobras. Carvalho, por ahora al margen de todo escándalo salvo por sus declaraciones, prometió ayudarlos en todo lo que pueda. “Son compañeros de armas y siempre están de acuerdo con la línea que estoy siguiendo”, afirmó.

Se entiende, es que hay mucho en juego. Su empresa ya invirtió más de mil millones de dólares en la construcción, junto a otros privados y al Estado, de la villa olímpica y el parque olímpico. Luego de los Juegos el plan es recuperar la inversión, junto a una suculenta ganancia, con la venta de los 3604 lujosos departamentos olímpicos por hasta 1.5 millones de reales cada uno, y otros condominios de alta gama que se construirán desde 2018 en el parque olímpico.

Por ahora, la venta anticipada viene floja. Menos del 10% de los departamentos encontraron comprador. El resto salió del mercado hasta que la economía brasileña acompañe. Carvalho y los otros desarrolladores son millonarios justamente porque pueden esperar: “La gran ventaja es la certeza de que será lucrativo”, admiten. Hace años que las operaciones inmobiliarias en Barra son un éxito. El valor del metro cuadrado se triplicó desde la elección de la sede. “Es como ser dueño de un pozo petróleo en la superficie”, reconoce.

AthletesVillage_960x640El problema con todo esto, ético si se quiere, es que el Comité Olímpico Internacional (COI) suele vender los Juegos Olímpicos como una oportunidad de desarrollo económico para las ciudades que lo organizan. Eso del legado olímpico, lo que queda tras los Juegos, debería ser infraestructura para mejorar la vida de todos, o al menos de muchos, habitantes de esa ciudad. En Río 2016, parece, los grandes beneficiarios serán Carvalho y sus amigos.

The Guardian destaca que la participación de privados disminuye el costo de la aventura olímpica para el Estado: “En contraste con los miles de millones que el gobierno nacional debió desembolsar para el Mundial 2014, solo 43% de los 38 mil millones de reales que cuestan los Juegos se paga con dinero de los contribuyentes”. El alcalde de Río avala ese argumento: “Así, el dinero público puede utilizarse en proyectos locales como escuelas y hospitales”.

Sin embargo, los críticos del proyecto cuestionan que el municipio destinó decenas de miles de millones de reales para desarrollar infraestructura en Barra -expansión del subte, mejoras en autopistas, nuevas líneas de metrobus y ampliación de servicios básicos- que, si se cumple el deseo de Carvalho, solo la disfrutará la elite brasileña que se mude allí.

El que mejor lo explica es el propio Carvalho: “En Londres 2012, los organizadores encontraron un área socialmente desfavorecida y la regeneraron. Crearon viviendas sociales compatibles con su cultura y sus estándares. La meta era social. Por contraste, toda la gente de Río, ricos o pobres, necesita un legado que arregle los errores en el desarrollo urbano de la ciudad”.

carlos-carvalho-ilha-puraCarvalho se permite decir que estos Juegos Olímpicos son “una bendición para toda la ciudad”. Pero pocos, en todo Río, fueron tan glorificados como él. En 2006, cuando Brasil se presentó por primera vez para organizar los Juegos, desarrollando el noreste de la ciudad, el COI les dijo que no. Tres años más tarde, para bendición suya y de su descendencia, la nueva propuesta, ahora con Barra como corazón del proyecto, fue elegida.

Fue un final feliz para la historia empresarial de Carvalho, un cuento de hadas capitalista. “Nací en Barra, pasé por la escuela pública e hice mi vida. Cada uno puede hacer lo mismo”, alecciona. “Cada uno” pero no todos al mismo tiempo, le faltó aclarar. El Jornal do Brasil lo eligió en mayo como el hombre más importante en los 450 años de Río, por que “simboliza el espíritu emprendedor” de la ciudad, y le dedicó una elogiosa columna por su “trayectoria de éxitos”.

Allí se cuenta que su empresa, Carvalho Hosken -valuada en 3 mil millones de dólares-, arrancó en 1951 como contratista del Estado en obras públicas, en especial en las ciudades satélites del Distrito Federal, alrededor de Brasilia. Luego, en los’60, ingresó en el mercado inmobiliario, desarrollando oficinas y condominios en la zona de sur de Río.

Ahí comprendió, siguiendo al urbanista Lúcio Costa, que la ciudad solo podría crecer hacia el oeste y que, un día, Barra de Tijuca sería el centro de Río. “Barra tiene el tamaño de Singapur, uno de los países más ricos del mundo. Si somos capaces de organizarlo tiene mucho futuro. Pero si no lo hacemos vamos a volver a lo que fue Singapur en sus orígenes, un lugar marginal, sin educación, todo lo que se mandaba ahí era basura. Hasta que llegó el inglés y logró todo eso”, dice Carvalho disfrutando su eurocentrismo.

“No se puede vivir en un apartamento con un indio, por ejemplo. No tenemos nada en contra del indio, pero hay ciertas cosas que no pueden ser. Si vos apestas, ¿yo qué voy a hacer? ¿Voy a estar cerca tuyo? No, voy a buscar otro lugar para quedarme”, dice Carvalho para explicar porqué las favelas deben irse.

En 1973, Carvalho hizo la inversión de su vida. Compró 10 millones de metros cuadrados en Barra, casi un 10% de los 125 millones que tiene la zona. En esa época, el lugar era un pantano boscoso y una plantación de café abandonada, con escasa población dispersa. Cuatro décadas más tarde, es unos de los tres grandes terratenientes que disfrutaron del crecimiento exponencial de esas propiedades. Los otros son Tjong Hiong Oei, un singapurense ya fallecido -y probablemente el creador del paralelismo entre Singapur y Barra-, que construyó shoppings y torres, y Pasquale Mauro, un italiano de 88 años que también tiene inversiones olímpicas.

Otra figura central en el desarrollo olímpico de los negocios de Carvalho es el alcalde de Río. Durante la campaña para su reelección, en 2012, Eduardo Paes y su Partido del Movimiento Democrático Brasileño reconocieron al menos 1.14 millones de reales en donaciones de Carvalho y Cyrela, otro desarrollador vinculado al italiano Mauro en la construcción de viviendas de lujo junto al campo olímpico de golf, proyecto también investigado por la Justicia.

El alcalde afirmó que las donaciones no tuvieron nada que ver con las obras olímpicas, pero tres meses después de ganar las elecciones, afirma The Guardian, Paes cambió los códigos inmobiliarios de la zona del parque olímpico y subió el máximo de altura para las torres, de 12 a 18 pisos. Más departamentos de lujo para vender. En respuesta, Carvalho Hosken aceptó donar parte de sus tierras y aportar para la construcción del centro de prensa de los Juegos, que costará 480 millones de dólares.

parque_olimpicoCon tanto dinero arriba de la mesa, Carvalho no tuvo problemas en admitir ante la prensa inglesa que en su proyecto los pobres deben irse de Barra a la periferia de la ciudad: “Si bajamos los estándares estaríamos quitando lo que la nueva Río podría representar en la escena mundial como ciudad de la elite, del bueno gusto. Por eso, es necesario construir viviendas para ricos, no para pobres”.

A otro medio anglosajón le planteó un sueño de Micky Vainilla: “Imagine carriles directos, vía túneles, que conecten Barra con el norte de la ciudad, evitando las favelas y manteniendo la exclusividad de la zona. Todo lo que necesitamos ahora son iconos, la cultura y buenos hoteles como el Hyatt”. Gracias, no queremos imaginar más.

Ante la BBC Brasil intentó aclarar sus dichos pero, como un Donald Trump sudamericano, solo profundizó su opinión: “Cuando digo pobre, es porque todo el mundo es pobre en Brasil. No puedo decir que soy pobre, pero puedo decir que vivo como todos los demás. Salgo de casa, voy al trabajo, pagó las cuentas, a los empleados, me preocupo por el dinero. Soy rico por dentro, pero por fuera no sé si soy rico”. Repetimos, su empresa vale 3 mil millones de dólares.

Y consultado otra vez sobre las favelas de Barra agregó: “No se puede vivir en un apartamento con un indio, por ejemplo. No tenemos nada en contra del indio, pero hay ciertas cosas que no pueden ser. Si vos apestas, ¿yo qué voy a hacer? ¿Voy a estar cerca tuyo? No, voy a buscar otro lugar para quedarme”.

b9a9e932-e753-4028-ac36-245176c0078f-2060x1236Ojalá ese fuera el caso. En vez de buscar otro lugar, bajo el proyecto Río 2016 se desalojó a los habitantes de la Villa Autódromo, ubicada sobre una vieja pista de carreras donde ahora se construye el parque olímpico. La mayoría ya aceptó compensaciones para relocalizarse en las afueras de Río, pero los que intentaron quedarse, pese a que tienen títulos de propiedad, la pasaron muy mal. A los cortes de servicios públicos le siguió la demolición forzosa con represión policial. Al menos seis residentes resultaron heridos.

A sus 91 años, Carvalho vive ajeno a estos detalles y concentra el tiempo que le queda en concretar su visión de Río. “Tengo proyectos para 150 años de vida, si llego, no sé”, dice risueño. Sabe que no verá su sueño concretado, pero persigue a su deseo. Como le dijo a BBC: “Estoy feliz y me voy a ir feliz. Pero ahora, debo seguir con esta rutina porque se convirtió en una adicción, igual que la cocaína”. Por favor Carlos, no digas más.


 

NdR: Las fotografías son de The Guardian.