En línea con la marcha convocada para hoy en todo el país contra la violencia de género bajo la consigna “Ni una menos”, Un Caño reflota una vieja nota de la revista Primera Plana. Allí, con el título El expediente Doval-Azafata, se narra un episodio que para muchos forma parte de la picaresca futbolera. Pero no es más que un abuso sexista acometido por jugadores de San Lorenzo, quienes suponían, como tantos otros, que su doble condición de varones y famosos les garantizaba impunidad.
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“En ese mismo instante, alargando la mano derecha, se la coloca en plena nalga, dándole dos o tres palmaditas.” Con esa afirmación del juez de línea Víctor Tanzi, que corroboraba lo declarado por el árbitro Guillermo Nimo, el futbolista Narciso Doval pasaba a ser un convicto para el Tribunal de Penas de la Asociación del Fútbol Argentino. Según el relato de los testigos, la mano de Doval se tomó derechos aparentemente antirreglamentarios con la humanidad de María Concepción Salegui.
La joven, azafata de Austral, atendía el pasaje del vuelo 409, entre Mendoza y Buenos Aires, cuando ocurrió el hecho que la dejó “ruborizada y con el semblante indudablemente enojado”, según palabras del juez Nimo. Doval, jugador de la primera de San Lorenzo, regresaba con el resto del equipo luego de haber perdido en Mendoza ante San Martín. “Doval me ha jurado por la madre que nada de lo que se le acusa es cierto. Y cuando Doval jura por la madre, no miente.” La conclusión a la que llega su compañero de equipo, el goleador Héctor Veira, es digna de tener en cuenta. Pero el Tribunal de la AFA no opinó lo mismo y suspendió a Doval por un año. El Tribunal se acogió al artículo 222 del Reglamento de Transgresiones y Penas, que se refiere a “hechos inmorales o reprobables” por parte de los jugadores. En los corrillos de la AFA se piensa que el Tribunal actuó con severidad porque a Doval lo tenían marcado desde el famoso viaje del seleccionado de Faraone en el tren de Lecce a Roma. Inclusive la AFA habría estimulado a Nimo y sus linesmen para que declararan contra Doval. Ellos no tenían interés en malquistarse con el plantel de San Lorenzo, pero el episodio ocurrió justamente al lado de sus asientos y no pudieron sustraerse al pedido del Tribunal.
Doval siguió negando, pero ya empezó a cumplir su condena -entre sus compañeros de equipo han creado un fondo para pagarle los premios que conquiste el team-; Veira sostiene que tan enojada no debe haber quedado la camarera, pues al bajar del avión “obsequió a Doval con un kilo de masas”. Sin embargo, Austral hizo llegar a la AFA un informe de lo ocurrido, según la versión de la comisario de a bordo, Estela Boeri. Empieza así: “Al embarcar, uno de los jugadores me colgó una percha con ropa en el cuello del tapado. En vuelo se comportaron groseramente. Toquetearon a la señorita Salegui. Uno de ellos insistía en que yo estaba enamorada de él (con otros términos) y que por eso lo seguía”. Pero otra cosa inquietaba aún más a las azafatas: “La señorita Caincross (otra auxiliar) atendió a uno de estos pasajeros que pedía Pepsi; cuando se la llevaba, quería naranja; cuando tenía naranja, quería whisky. Esto no molestaba, pero sí que devolviera los vasos llenos, sin tocarlos”.
Los vasos no los tocaban, pero los testigos aseguraron ante el Tribunal de Penas que Doval acompañó su manoseo con un: “Está bien, chiquita”. La frase iba dirigida como contestación al reiterado pedido de la azafata para que el futbolista ocupara su asiento, pues el avión iba a hacer escala en la capital de San Luis. Refiriéndose a esa parada, Estela Boeri sigue con su informe: “El señor Toledo, gerente de la escala de Villa Mercedes, oyó a los jugadores decir: a estas las volvemos locas de aquí a Buenos Aires”.
El jueves y viernes últimos, la actividad era febril en la AFA en torno del expediente caratulado Doval-Azafata. El jugador, a instancias de su club, pensaba recurrir a la justicia civil en busca de amparo. San Lorenzo no quería creer que un manotón podía costarle tan caro; era el hands castigado con más severidad en toda la historia del club.
Narciso Horacio Doval (23 años) insistía sobre el fin de semana en que todo lo que se le ha venido encima lo perjudica profesionalmente y no tiene sentido. Dos amigos personales del jugador -José García y Roberto Galán-, que son quienes gestionaron un asesoramiento legal ante el estudio del doctor Abel Houssay, creen que todo debe de haber nacido durante la cena en un hotel de Villa Mercedes. Allí, cerca de la mesa donde comió el equipo, comían otros cinco pasajeros del mismo avión -cuatro hombres y una mujer-; los futbolistas, valiéndose de un mozo al que daban propinas, enviaban a los comensales vecinos algunos mensajes con bromas alusivas a las relaciones entre los hombres y la dama. Uno de ellos, aparentemente indignado por lo que consideró “bromas pesadas”, prometió hacer valer ciertas influencias para conseguir un “castigo ejemplar”. Sin embargo, y pese a que los referees aparecen ante la opinión pública como verdugos, el affaire seguramente comenzó a salir a la luz debido a instigaciones del veedor de la AFA, que viajaba en el mismo avión. Curiosamente, el veedor, principal testigo, no figura para nada en el expediente del Tribunal de Penas.
Otro suceso conectado con el caso lleva a pensar que en todo el proceso existe un ensañamiento con Doval: cuando fue citado Angel Colaccino, presidente de San Lorenzo, se encontró en el Tribunal de Penas con una declaración ya redactada a la que sólo tenía que ponerle la firma. Como él intuyó que allí había algo sospechoso, se fingió enfermo y pidió llevarse el documento a su casa para leerlo y firmarlo; lo presentó luego a la comisión directiva de su club; siguiendo el consejo de la CD modificó algunas partes y prometió presentar una queja a la Asociación del Fútbol por el procedimiento del Tribunal. A todo esto, el interventor de la AFA, presionado por el club y por el Tribunal, prefiere no tomar cartas personalmente y deja pasar el tiempo: el mandato del Tribunal de Penas termina a fin de año. Quizá Narciso Doval no tenga que esperar mucho para volver a viajar en avión.
Primera Plana, 14 de noviembre de 1967