“Grazie” fue su última palabra. Después de una prolongada y entretenida vida de 86 años, repartida en una decena de países, en la que fue famoso como actor, político de Berlusconi y deportista de élite; y fue feliz como piloto, cantante, filósofo, empresario y obrero en la construcción de la ruta Panamericana, no quedaba mucho más que agradecer.
Carlo Pedersoli, mejor conocido por sus padres y abuelos como Bud Spencer, y quizás por alguno de ustedes, murió en junio de 2016. Napolitano de nacimiento, alcanzó fama mundial en los 60s y 70s protagonizando en dupla cómica con Terence Hill en algunas de las películas de Spaghetti Western más taquilleras de la historia. Y también de las más recordadas. Entre los films del Oeste preferidos por Quentin Tarantino hay seis de Bud Spencer.
Hace unas semanas, la revista Jot Down republicó una exquisita entrevista que le realizó en su casa romana en 2015. En ella ese gigante bonachón que hacía el bien con los puños recorrió esa intrépida existencia que lo llevó a criarse en Brasil, “para mí un brasileño es un napolitano feliz”, a aprender español en Argentina y a ser, sin proponérselo, un vaquero de película famoso en todo el mundo.
Pero antes de esa fama cinéfila con nombre yanqui, Pedersoli fue una figura destaca del deporte italiano. De hecho, fue el primero en nadar los cien metros en menos de un minuto. En su juventud, representó a Italia en dos Juegos Olímpicos. “Participé en las olimpiadas de Helsinki, en 1952, y de Melbourne, en 1956, una cosa magnífica”. Como velocista de pileta recorrió el mundo para batirse contra los mejores. Fue invitado a Estados Unidos a competir en Yale. “Fui con Romani, otro nadador, a la universidad, en New Haven, Connecticut. Hice los campeonatos americanos, quedé segundo”, recordó.
“También competí en waterpolo con la selección de Italia, entonces campeona del mundo, aunque yo no llegué a ser campeón del mundo. Recuerdo que tras las olimpiadas del 56 fuimos a Moscú a jugar un Italia-Rusia, que ganamos, y justo se acababa de morir Stalin. No vimos nada, teníamos siempre uno del Gobierno encima. No había agua caliente en el hotel, pero veías pasar los lujosos automóviles, enormes, de las autoridades, y nos decían: están trabajando para lograr una Rusia excepcional. También fui campeón italiano de rugby”, contó.
“Soy un poco laziale, porque cuando empecé con la natación mi equipo era la Lazio”. Como buen italiano, el fútbol no le era indiferente. Por eso el periodista, preocupado, le repreguntó: “Pero usted tifa por Napoli, supongo”. Y Carlo no dudó: “Por supuesto”, respondió.
Antes de tirarse a la pileta, Pedersoli incursionó además en el arte de dar y esquivar puñetazos. Algo en lo que basó su posterior fama como justiciero del Western. “Hice boxeo cuando era joven, pero me faltaba la maldad. Ya era fuerte, grandulón, pegaba con derecha e izquierda, pero cuando veía que el otro estaba a punto de caer no era capaz de darle el golpe final. Entonces normalmente me mandaban a nadar, porque allí había una piscina al lado, en el estadio Flaminio, y así acabé en la natación”.
Al final, encontró la forma de pegar con ambas manos sin lastimar a nadie en el cine. La pelea como descarga lúdica, simulación cómica, le dio una segunda fama, más duradera, que sepultó aquella primera como atleta. Por eso queríamos recordarla y, de paso, homenajear al bueno de Bud.