La ‘Ndrangheta es una organización criminal basada en la provincia de Calabria, en el sur de Italia. A pesar de no contar con la fama internacional de la Cosa Nostra (Sicilia) o de la Camorra (Nápoles), llegó a sumar ingresos anuales del 3,5 del PIB italiano y en la década del noventa se convirtió en el sistema mafioso más poderoso del país, por encima también de la Sacra corona unita (Apulia). Tiene una estructura piramidal que se apoya en las relaciones familiares y un código de honor similar al que se ven en las series y películas dedicadas al crimen organizado. Las ‘Ndrinas son los subgrupos o familias que ordenan el trabajo. En los 90 y 2000, Giuseppe D’Agostino era el jefe de la ‘Ndrina de Laureana Borrello.
Tras superar duros enfrentamientos con las bandas locales de los Albano, los Cutellè, los Chindamo y los Lamari, las ‘Ndrinas de D’Agostino y de Bellocco de Rosarno ganaron un gran poder, apoyado sobre todo en el tráfico de drogas internacional. En 1996, D’Agostino ingresó en la lista de los treinta delincuentes más buscados de Italia y diez años después fue arrestado por su supuesta relación con diez homicidios. Entonces, tomó una decisión que puso en peligro a su familia: comenzó a colaborar con los fiscales antimafia y a declarar en contra de sus antiguos socios. No hay traición peor para los “hombres de honor”, que lo condenaron a muerte. A él y a toda su descendencia.
“Juro que si violo este juramento, me matarán de la manera más atroz”. Esta es una de las frases que forman parte del juramento de iniciación de la ‘Ndrangheta. Sus miembros le dan más importancia a la pertenencia y a la lealtad que al dinero que se pueda generar en los negocios ilegales. Por eso, aquellos que rompen esa promesa son despreciados y sentenciados a la pena de muerte. Giuseppe se convirtió en informante y eso impactó para siempre en la carrera futbolística de su hijo Gaetano.
Tras convertir la increíble cifra de cien goles en las divisiones inferiores de Palermo, D’Agostino fue contratado por Roma, donde debutó a los 18 años, en 2000. Su llegada al club romano fue impulsada en buena parte por su padre, quien consideró que su hijo estaría más seguro en la capital que en la peligrosa Sicilia. Jugó un partido y se coronó campeón de la Serie A en la temporada 2000/2001, aunque no pudo adaptarse al estilo de vida de la gran ciudad y el club lo cedió a Bari. Allí permaneció dos años, hasta su regreso a Roma. Dos años más en la Loba y un nuevo préstamo: esta vez a Messina. En esa ciudad siciliana se encontró con el otro protagonista de esta historia: Giuseppe Sculli.
A fines de la década del noventa, Sculli era una de las mayores promesas del fútbol italiano. Se destacaba en la Selección sub 21 y brillaba en Verona. Él, como la mayoría de sus compañeros, contaba con el apoyo y el aliento de su familia en cada partido. Uno de sus principales seguidores era su abuelo, que viajaba desde Calabria cada vez que podía. La vida era feliz para el mediocampista nacido en Locri hasta que un día de 2004 todo cambió. En uno de sus partidos, los carabinieri realizaron un operativo histórico y detuvieron a uno de los líderes de la ‘Ndrangheta, Giuseppe Morabito di Africa, alias u Tiradrittu. Sí, el abuelo del crack.
Desde aquel día, su juego no volvió a ser el mismo. Es cierto que pocos meses después ganó la medalla de bronce con la Azzurra en los Juegos Olímpicos de Atenas, pero ese logro no lo sacó del pozo anímico. Juventus era el club dueño de su pase, pero Sculli no estaba para jugar en el Gigante del norte, entonces a comienzos de la temporada 2005/2006 pasó a préstamo a Messina, donde conoció a Gaetano D’Agostino.
El hijo y el nieto de dos hombres fuertes de la ‘Ndrangheta juntos en un club de Sicilia. Uno llegó con temor porque su padre era informante de la justicia y el otro con pena por el arresto de su abuelo, un mafioso de la vieja escuela que jamás abriría la boca. Ni Martin Scorsese hubiera pensado en algo así para “Goodfellas II”. Además, para ponerle más pimienta a la historia, aquella fue la temporada del Calciopoli, que terminó con Juventus en segunda división.
Messina había regresado a la Serie A un año antes, después de cuarenta años en el ascenso. Tras un histórico séptimo puesto en 2004/2005, terminó en zona de descenso pero logró salvarse gracias al escándalo de la Juve. Aquel año, D’Agostino convirtió cinco goles y Sculli dos. Pero más allá de los números, ambos fueron las figuras del equipo y eso les permitió dar un nuevo salto en sus carreras. D’Agostino pasó a Udinese y Sculli a Genoa. En esos dos equipos del norte, se ganaron el amor de los tifosi.
La vida lejos del terruño fue mucho mejor para ambos, a pesar de la cruz que deberían llevar para siempre. Gaetano, que estaba acostumbrado a vivir con custodia las 24 horas del día y eso muchas veces lo perjudicaba en la relación con sus compañeros, se convirtió en ídolo de Udinese. Formó uno de los mejores tríos de ataque de Italia, junto a Simone Pepe y Antonio Di Natale y en 2009 hasta jugó dos partidos en la Selección campeona del mundo dirigida por Marcello Lippi. Aquel año, el mejor de su trayectoria, estuvo en los planes de Real Madrid, que desistió de contratarlo por las dificultades que podría implicar la llegada de un futbolista tan “singular”. Xabi Alonso llegó en su lugar.
En 2010, Fiorentina pagó diez millones de euros por su pase, pero nunca pudo disfrutar del talento de D’Agostino, que ya no recuperó su mejor nivel. Un año más tarde fue cedido a Siena y luego pasó por Pescara y Fidelis Andria. Hoy, juega en Benevento Calcio, un pequeño club de la provincia de Campania, cerca de Nápoles. Regresó al sur y vive todavía amenazado por la disminuida pero aún temible ‘Ndrangheta.
El caso de Sculli es diferente, porque él sí se vio involucrado en varios conflictos con la ley. Jugó hasta 2011 en Genoa, luego estuvo un año en Lazio, seis meses en Pescara y se retiró en el club romano a mediados de 2015. Mientras jugaba en Genoa, fue acusado de asociación ilícita, de colaborar en las amenazas a los ciudadanos del pequeño pueblo Bruzzano Zefirio para que saliera reelegida la alcaldesa Rosa Marrapodi, y de amañar un partido. Juventus y Villarreal estuvieron interesados en su fichaje, pero lo declinaron por los problemas que podía generar una presencia semejante en sus planteles.
Una anécdota sirve para comprender su personalidad. En abril de 2012, Genoa peleaba el descenso. Tras una dura caída 0-4 ante Siena en el estadio Luigi Ferraris de Génova, la barra brava local les pidió las camisetas a sus jugadores. Algo así como el “sáquense la camiseta y dénsela a la hinchada que juega mejor” nuestro de cada día. Los compañeros de Sculli, resignados, comenzaron a quitarse las casacas y a amontonarlas para llevárselas al grupo de tifosi, minúsculo pero muy agresivo. Entonces, el mediocampista calabrés se acercó a los hinchas y les habló, de capo a soldados. Por supuesto, los ultra le hicieron caso y se fueron calladitos.