En el verano de 1988, Jorge Alberto Comas ya no tenía el pelo largo. Para sorpresa de los cientos de niños hinchas de Boca que imitaron sus legendarias “cubanas”, el entrerriano se presentó en los torneos de verano con un extraño corte, más prolijo pero sin la misma personalidad. A los 27 años pensó que era el momento de mostrar un poco de madurez desde la apariencia y dejó atrás un look que fue símbolo del fútbol argentino de los ochenta. Muchos de sus seguidores temieron por un posible cambio en su personalidad, como si las cubanas fueran la razón de su talento. Entonces, decidió dejar en claro que nada había cambiado. Y lo hizo a su manera: el 14 de enero le marcó un gol olímpico al Pato Fillol, arquero de Racing; y el 23 de febrero hizo lo mismo contra Nery Pumpido, de River. Los dos guardavallas argentinos campeones del mundo sufrieron su magia con poco más de un mes de diferencia. Así era Comitas.
Los éxitos logrados por Boca en las últimas décadas hicieron que muchos grandes futbolistas del pasado reciente quedaran en el olvido. Es como si la luz de las estrellas de Riquelme, Barros Schelotto y Palermo encandilaran y no permitieran ver a muchos jugadores que hicieron un gran aporte por mantener la grandeza del club en épocas de vacas flacas. Así, muchos hinchas jóvenes no conocen todo lo importante que fue Comas hace menos de tres décadas. Quizás, el máximo ídolo boquense tras la salida de Diego Maradona y hasta la irrupción del equipo de Carlos Bianchi.
Comas era wing. Rápido, encarador, con gran pegada y una notable capacidad goleadora. Al ver videos de su manera de ejecutar tiros libres o corners es posible confundirse, porque le pega como los mejores enganches. Además, por momentos tenía un andar cansino, aunque jamás daba una pelota por perdida y luchaba si era necesario. Según un informe de la revista Superfútbol, sus mejores virtudes eran su vocación ofensiva y la definición. “Para él, lo primordial, lo fundamental, lo que lo lleva a sentir el fútbol de la manera que lo siente, es el arco de enfrente”.
El mismo reportaje elogia de gran manera su remate con la pierna izquierda. “Le pega como los dioses desde corta distancia -cuando ingresa al área con pelota dominada o cuando recibe algún rechazo de la defensa rival-, de media (cuando la picardía le avisa que es la mejor manera de sorprender a un arquero adelantado- y también de larga. Y aquí hay que detenerse para hablar de los córners: debe tratarse del jugador que más goles olímpicos consiguió en los últimos tiempos. Precisión, fuerza y buen calce a la pelota”.
Comas no era centrodelantero, pero en sus trece años de carrera convirtió la impresionante suma de 202 goles. Los hizo de todas las formas y frente a todos los rivales, pero tenía una víctima favorita: River Plate. A ese rival le marcó su primer tanto como profesional, le convirtió un triplete con la camiseta de Vélez y también brilló en varios Superclásicos. Esta fue una de las principales razones por las que se convirtió en ídolo de Boca apenas se puso la camiseta azul y oro. Ni siquiera aquel penal fallado en la derrota 3-2 del torneo 87/88 puso en peligro ese amor.
“He visto pocos jugadores que se muevan en el área grande como lo hace él, un definidor extraordinario. Está entre los diez mejores wines del mundo”, afirmó Roberto Saporiti en 1988. Juan Carlos Lorenzo dijo: “Es un desnivelador. Muy inteligente con la pelota en los pies y cuando entra al área se vuelve muy peligroso para cualquier defensa. Tiene mucha tranquilidad para definir, sabe ocupar los espacios y posee una muy buena visión”. Son solo dos opiniones, de entrenadores muy diferentes, para entender un poco mejor lo buen jugador que era Jorge Comas.
Nació el 9 de junio de 1960 en Paraná y a los doce años ingresó en las divisiones inferiores de Belgrano de esa ciudad. Un par de años después jugó en Patronato, donde participó de los torneos regionales. “En mis inicios yo era número diez como mi papá, que jugó veinte años en Belgrano. A mí me transformó en wing Pipo Rossi en un partido en el que se había lesionado el puntero titular y entonces Pipo me dijo que no había otro que pudiera ir sobre la raya”.
En 1980 hizo su debut en primera división con la casaca de Colón de Santa Fe, adonde había llegado tres años antes, gracias a que los dirigentes lo vieron en un partido contra Patronato y lo ficharon para que no pudiera jugar en la revancha. El mismo año de su presentación, convirtió su primer gol, a uno de los tres mejores arqueros del mundo en aquel momento: el campeón mundial Ubaldo Fillol. A mediados de 1981 fue contratado por Vélez Sarsfield y dejó su ciudad, un hecho que fue muy traumático para él. “Los primeros siete meses en Buenos Aires fueron inaguantables. Todo era difícil. Lo fui superando de a poco, fue trayendo gente de mi casa, de mi barrio. Creo que traje a todo el barrio a vivir conmigo”.
En el plantel de Vélez había un delantero veterano que fue fundamental en su formación: Carlos Bianchi. “Lo único que yo hacía cuando entraba en juego era gambetear a uno o dos rivales y dársela a Bianchi porque sabía que iba a ser gol seguro. Hasta que una tarde me dijo: ‘cuando un compañero tuyo, un marcador de punta, un volante o un wing vaya en velocidad por una punta, andá al primer palo; y cuando ese jugador avance con pelota dominada, andá al segundo’. Desde ese día empecé a hacer más goles”.
Tras cinco años y 54 goles en Liniers (se coronó artillero del Nacional 1985), pasó a Boca. Aunque en Vélez fue amado y dejó un recuerdo muy grato, el amor no es correspondido, porque Comas dejó en claro que “jamás volvería” a ese club, debido a varios problemas con la dirigencia y también con el cuerpo técnico de Alfio Basile.
Se fue de Boca tras cuatro temporadas en las que no pudo lograr ni un título, pero sí consiguió dejar una huella. El tridente que formó con Jorge Rinaldi y Alfredo Graciani es inolvidable para todos los hinchas que vivieron esas épocas de mucho sacrificio y pocos triunfos. Terminó su campaña boquense con 63 anotaciones y siempre peleó por el título de máximo goleador. De hecho, en 1986/87 quedó a un gol de Omar Arnaldo Palma, del campeón Rosario Central.
En 1989 fue transferido a Tiburones de Veracruz, donde también quedó en la historia. Para muchos, es el segundo máximo ídolo del club, después del Pirata De la Fuente, el mejor futbolista mexicano de todos los tiempos. En México se alejó de la raya y comenzó a jugar más de nueve. Convirtió 75 tantos en total y finalizó la temporada 1989/90 como máximo anotador.
Lejos de Paraná y hasta de Buenos Aires, tuvo muchos problemas de disciplina y se peleó con compañeros, técnicos y dirigentes. En una ocasión, se ausentó de los entrenamientos por tres días y fue informado por el entrenador Maño Ruiz a la dirigencia. Entre ambos poderes, decidieron sancionarlo de una forma poco común: incluirlo en el equipo para que la hinchada repruebe su actitud. Por supuesto, Comas jugó un partido extraordinario, convirtió tres goles y se ganó el amor eterno de la gente, necesitada de un ídolo de su categoría.
A los 33 años colgó los botines y con el retiro comenzó la peor etapa de su vida. “En un momento estuve más muerto que vivo. Me agarró una depresión muy grande, en la que lo más difícil fue luchar contra mí mismo. Mis amigos y todos mis familiares me usaron, me trataron de una manera cuando yo era futbolista y de otra cuando dejé de jugar. Antes estaban todo el tiempo conmigo y después no me dieron ni la hora. Por eso me peleé con mi madre, mis hermanos y mi ex esposa”.
En 2004 regresó a Veracruz, donde todavía hoy vive. Allí atravesó momentos complicados, como cuando fue detenido por agredir al periodista Jorge Rocha Solano, quien lo tildó de “alcohólico”, o cuando fue expulsado de una cena de gala organizada para estrellas de Real Madrid por querer agredir a uno de los comensales. Comitas siempre se preocupó por desmentir su supuesto problema con la bebida y hoy dejó atrás sus problemas y es feliz.
Trabajó durante ocho años en los Tiburones rojos y, aunque se queja porque “no le dieron la oportunidad” de dirigir, recuerda su carrera con cariño. De la misma manera en la que lo recuerdan los hinchas de todos los equipos en los que jugó.